Últimamente se ha hablado mucho de una lista secreta llamada “hombres de mierda en los medios de comunicación” y que ha circulado por Internet. Sin embargo, los hombres más repugnantes de los medios ya se habían mostrado como lo que son. Bill O’Reilly encabeza esta lista.
Todo el mundo debería escuchar el ultrajante victimismo que desprende en el podcast The Daily, del New York Times. Resulta sorprendente e irritante en exceso escuchar cómo se justifica un hombre que, junto con el medio de comunicación para el que trabajaba, Fox News, llegó a un acuerdo de 45 millones de dólares con compañeras de trabajo y subordinadas para que no lo denunciaran por conducta sexual inapropiada.
Su voz no deja entrever ni una pizca de remordimiento; solo una ira fría hacia los dos valientes reporteros del periódico que la primavera pasada dieron a conocer el acuerdo legal, y que volvieron a publicar la noticia la semana pasada, esta vez con detalles grotescos del comportamiento inapropiado del presentador. En esta entrevista, O’Reilly solo parece lamentar “el gran peligro” y el sufrimiento infligido a sus hijos.
Tras apagar los micrófonos que utilizaron para la entrevista, que tuvo lugar en una pequeña sala de conferencias en las oficinas del abogado de O’Reilly, los periodistas siguieron grabando la conversación con sus teléfonos móviles. Fue entonces cuando O’Reilly habló sin tapujos: “Esto son tonterías. Es culpa vuestra. Es pura basura”, les gritó a Michael Schmidt y Emily Steele. “Esto ha sido una pesadilla. Es basura y lo sabéis. Estas acusaciones tienen una motivación política y económica”.
¿Cómo podría el New York Times tener una motivación política cuando acaba de publicar un reportaje de investigación para desenmascarar al productor Harvey Weinstein, cercano al Partido Demócrata y acusado de hechos similares?
O’Reilly tenía un poder sin precedentes en la cadena Fox. Era líder de audiencia y escritor multimillonario (su último libro, Killing England, sigue en la lista de más vendidos del New York Times). Es importante recordar que el acoso sexual a menudo tiene más que ver con un abuso de poder que con el sexo.
Lo que es pura basura es la acusación de O’Reilly. Los que tenían un interés económico son él y Fox, que poco antes había perdido a una de sus presentadoras estrella, Megyn Kelly, que se fue a la cadena NBC. Kelly dio a conocer que ella es una de las trabajadoras de Fox que se había quejado del comportamiento de O’Reilly.
Después de que los abogados llegaran a un acuerdo de 32 millones de dólares con las víctimas y a pesar de conocer al detalle las acusaciones, Fox, la cadena fundada por Roger Ailes [que a su vez tuvo que dimitir en 2016 después de que varias mujeres lanzaran acusaciones parecidas] renovó el contrato del periodista por cuatro años más y por la suma de 100 millones de dólares.
La cadena le despidió al llegar el caso al FBI
El despido no se produjo hasta abril, cuando la cadena supo que el FBI estaba investigando seis casos, y después de que los abogados dijeran a los Murdoch que los acuerdos con las víctimas probablemente serían filtrados a un medio de comunicación. De hecho, el New York Times ya había publicado una noticia cuando la cifra era de 12 millones de dólares. Por suerte para Fox, el nuevo contrato con O’Reilly tenía una cláusula que le permitía terminar la relación en caso de conducta sexual inapropiada.
Las acciones de aquellos que mimaron y encubrieron al malhechor son casi tan nauseabundas como la conducta subyacente. Los Murdoch deben rendir cuentas por lo sucedido. De hecho, su oferta de 15 millones de dólares para hacerse con Sky TV debería ser rechazada. Tom Watson, número dos del partido laborista y responsable en la oposición de la cartera de Cultura, los criticó por permitir “una cultura del acoso” en su empresa, lo que viene a demostrar que no son los candidatos idóneos para la nueva operación.
La ministra de Cultura del Reino Unido, Karen Bradley, ya había avanzado hace un mes su intención de revisar exhaustivamente el acuerdo para comprobar si 21st Century Fox tiene “un compromiso sincero con la ética de los medios de televisión” y el creciente poder que tendría la familia Murdoch en el sector de los medios de comunicación del Reino Unido. Las autoridades solo tienen que escuchar la voz y las declaraciones de O’Reilly en el podcast The Daily para dar carpetazo a esta revisión y llegar a la única conclusión posible.
Sin embargo, cuando lo que está en juego es un comportamiento de acoso sexual, no siempre se hace justicia. Weinstein se salió con la suya a pesar de que supuestamente durante décadas se comportó como un depredador sexual. De momento, ha perdido su compañía y el lugar que tenía en Hollywood, pero el fiscal del distrito de Manhattan, Cyrus Vance, ha desestimado presentar acciones legales contra el productor, a pesar de tener en su poder una grabación de la policía en la que una mujer explica cómo Weinstein le tocó los pechos sin su consentimiento.
El magistrado del Tribunal Supremo Clarence Thomas fue confirmado en el cargo en 1991 pese al testimonio de la profesora de Derecho Anita Hill, que aseguraba que la había acosado sexualmente en numerosas ocasiones.
Cada vez que el país es sacudido con un escándalo de estas características, los políticos y los analistas políticos se apresuran a afirmar que estamos ante un punto de inflexión y que a partir de ahora las cosas cambiarán. Tras el escándalo Weisntein, hemos oído que Hollywood ya no tolerará el tipo de complicidades masculinas que propician que el acoso sexual sea endémico.
Desconfiar de estas promesas es una actitud inteligente. Durante las dos últimas semanas he estado investigando denuncias por acoso sexual en otro medio de comunicación. He hablado con muchas jóvenes que están asustadas y que me cuentan sus horribles experiencias pero que no quieren que su nombre aparezca en los medios ya que han firmado acuerdos de confidencialidad o temen que nadie les vuelva a contratar si hablan.
Evidentemente, pueden darme los nombres de otras mujeres que tal vez hablen porque “todo el mundo lo sabía”. El miedo todavía es palpable. Hay muchos hombres de mierda en los medios de comunicación.