Adiós muchachos

Francisco Parada Walsh

«Compañeros de mi vida, barra querida de aquellos tiempos, me toca a mí emprender la retirada, debo alejarme de mi buena muchachada”: Cuando escucho llorar a este tango me doy cuenta que pocas personas se pueden despedir de sus compañeros de la vida, siempre el zarpazo de la santa muerte llega cuando menos se espera, esa es la vida, esa es.

¿Qué sentido tendría este mundo si supiera cuando la santa muerte me arropará con sus filosas garras?: No tendría sentido, viviríamos en el planeta Tierra Feliz, no, no; felicidad es la hermana gemela de dolores y para eso los humanos no servimos, no hay nada más brutal que el dolor de la muerte, supongo que es el apego y el egoísmo retorciéndose para no dejar ir al otro; cada vez que visito una casa y levanto un acta de vida mi alma se estremece y eso al final me sirve para entender que vivo y que muero poco a poco, poco a poco.

“Adiós Muchachos ya me voy y me resigno, contra el destino nadie la talla; se terminaron para mí todas las farras, mi cuerpo enfermo no resiste más”: Esta estrofa se la canto al amigo que se va, se va para siempre; la sorpresa nos toma desprevenidos; ese viaje que los humanos temen se acerca, esa palabra que el viento se llevó, esas gracias que nunca se dijeron, ese abrazo que se hizo invisible, esa tertulia que se desdibujó en un monólogo eterno, ese café negro con azúcar blanca en tazas verdes como la esperanza que el invierno del alma enfrió; es triste ver difuminarse al amigo como una sombra entre la muchedumbre; es saber que aquel hombre o mujer que representa en forma única a la especie humana le llega la hora de partir, de regresar al polvo que éramos, somos y seremos.

“Acuden a mi mente recuerdos de otros tiempos, de los bellos momentos que antaño disfruté, cerquita de mi madre, santa viejita; y de mi noviecita que tanto idolatré”: Canto las palabras del amigo Pablo: “Doctor, como es arriba es abajo, todo lo que sube baja y así en la vida llegará un momento cuando la muerte me encuentre donde ricos y pobres seremos los mismos y viene ese momento de evolucionar a otras dimensiones para ser mejores personas”. Francisco: “Nunca escuché al amigo anciano una ofensa contra sus padres, siempre hubo un eterno respeto; fueron infinitas las conversaciones sobre ese cuerpo que creemos propio y que ya no resiste más, sólo cambiamos de estuche y el alma sigue y sigue descendiendo hasta llegar a las santas manos de Dios. Las tertulias eran siempre dominicales, mientras el amigo que se marcha vendía, también regateaba al comprador como Garrincha al defensor y sonaba el tapón de vino que en vano limpia mis venas. Me encargaba de servirle un suculento almuerzo al amigo que se va, muchas personas que por curiosidad se acomodaban en el destartalado chalet no entendían ni una palabra de lo que hablábamos; los efluvios del vino hacían espuma en mi cabeza, poco a poco me retiraba a mi sencilla habitación con el alma cálida cuando escuchaba al mundo decir: “Di de comer a dos hambrientos”.

“Se acuerdan que era hermosa, más bella que una diosa y que ebrio de cariño le di mi corazón; más el Señor celoso de sus encantos hundiéndome en el llanto se la llevó”: “Así de hermosa como una diosa, así Pablo se enamoró”; pero ¿Cómo voy a juzgar al amigo por sus decisiones personales?; pero ¿Cómo?, ¿Quién soy para juzgar al amigo cuando mi vida es un desastre?.

“Es Dios supremo, no hay quien se le resista, ya estoy acostumbrado su ley a respetar, pues mi vida deshizo con sus mandatos al llevarse a mi madre y a mi novia también”: Nuevamente Dios sempiterno con sus mandatos y arrebatos vuelve a llevarse al amigo, el que arrastraba sus piecitos por estrechas veredas para a su mesa poder llevar no el pan de cada día sino ese pan salteado que en vez que llenar panzas, librillos y cuajares termina por ofender, se acabaron esos días para su familia y el único sustento será la oración.

“Dos lágrimas sinceras en mi partida, por la barra querida que nunca me olvidó. Y al darle a mis amigos mi adiós postrero les doy con toda mi alma, mi bendición”: En mi diario vivir la santa muerte es mi eterna compañera, sé que cada segundo soy más de ella; desde los ocho años he venido bailando un tango con la santa muerte, soy profundamente realista, acepto mi condición de un humano frágil, quebradizo, fracturado y facturado por la vida; ya son varias ocasiones que la santa muerte me ha dicho al oído: “Has como que bailamos, en el otro baile te vas”; ahora al ver que mi vida ha estado marcada por infinidad de errores con seguridad los volvería a cometer, nada cambiaría, nada. Los errores son los mejores maestros en el aprendizaje de la vida. Cuando veo las escasas pertenencias que el amigo deja arrinconadas en mi sencilla sala de espera mi alma se estruja al saber que mi amigo nada se lleva, ni una cuchara de las que vendía, todo se queda, todo: las dos bolsas donde mi amigo cargaba los sueños de su familia lloran, lloran, se abrazan entre sí; los picheles rebalsan de tantas lágrimas, las tacitas preparan el café, los platos sirven los tamales, los tenedores se hincan, todos rezan, todos lloran. Puedo ver cómo mi amigo se va, se va, se va por siempre. (Q.E.P.D).

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