Hartas de rezar, limpiar y callar: las mujeres católicas plantean una ‘huelga de misas caídas’

Jesús Bastante


«Siguen existiendo clérigos machistas, mandones, que pretenden usar a las mujeres como servidumbre dentro de su parroquia, como clientela sumisa de los cultos y mano de obra para lo que se necesite. Todo esto tiene que ir acabando».

Las mujeres católicas se plantan: son más de la mitad de los fieles de la institución en todo el mundo, las que ocupan los bancos de las parroquias, pero su función en la Iglesia apenas se reduce a la oración y a limpiar. Muchas han dicho basta, y con el apoyo de la Pontificia Comisión para América Latina (CAL, organismo del Vaticano que se ocupa del Nuevo Continente), han instado al mismísimo Papa Francisco a que aborde la cuestión. Y tome decisiones.

«Esta Pontificia Comisión para América Latina no pretende proyectar sus propios planteamientos y necesidades a la Iglesia universal, pero se plantea seriamente la cuestión de un Sínodo de la Iglesia universal sobre el tema de la Mujer en la vida y la misión de la Iglesia», sostiene un documento, presentado hace unos días en Roma, y que ha sido entregado al Papa, quien se ha comprometido a estudiarlo y a formular una respuesta.

«Necesitamos mujeres líderes», ha confirmado Bergoglio en una de las primeras homilías de este 2018. «Me preocupa que siga persistiendo cierta mentalidad machista, incluso en las sociedades más avanzadas, en las que se consuman actos de violencia contra la mujer, convirtiéndola en objeto de maltrato, de trata y lucro, así como de explotación en la publicidad y en la industria del consumo y de la diversión. Me preocupa igualmente que en la propia Iglesia, el papel de servicio al que todo cristiano está llamado se deslice, en el caso de la mujer, algunas veces, hacia papeles más bien de servidumbre que de verdadero servicio», sostuvo Bergoglio.
Labores cruciales

Y es que la situación ha llegado hasta tal punto que, desde algunos sectores feministas católicos, se ha planteado la posibilidad de una ‘huelga de misas caídas’ a nivel mundial, que consistiría en que las mujeres dejaran de ir a la Iglesia durante un día. Y no sólo acudir a recibir los sacramentos, sino a abrir las puertas de los templos, u otras tareas (fundamentalmente de servicio) que llevan a cabo. «Los templos se quedarían vacíos, si es que llegan a abrirse. En un momento en que el Papa nos pide una Iglesia de puertas abiertas, una protesta así sería tumbativa», admite un obispo español, que prefiere ocultar su identidad.

Sea como fuere, lo cierto es que la situación de la mujer en la Iglesia es un reto de presente para la institución. Algo de lo que es consciente Francisco, quien ya ha anunciado que la mujer debe estar presente en los órganos de decisión de la Iglesia. De hecho, Bergoglio acaba de designar, por primera vez en la historia, a tres laicos como miembros de la todopoderosa congregación para la Doctrina de la Fe, la antigua Inquisición. Las tres son mujeres: las italianas Linda Ghisoni y Michelina Tenace, itlalianas, y la belga Laetitia Calmeyn.

Volviendo al documento, la Iglesia latinoamericana insiste en que las mujeres «han de ser reconocidas y valorizadas como corresponsables de la comunión y misión de la Iglesia, presentes en todas las instancias pastorales de reflexión y decisión pastorales». Al tiempo, recuerdan que «es posible y urgente multiplicar e ampliar los puestos y las oportunidades de colaboración de mujeres en las estructuras pastorales de las comunidades parroquiales, diocesanas, a niveles de las Conferencias episcopales y en la Curia Romana».

En el texto se afirma que «el cambio de época en el que estamos inmersos y que requiere de parte de la Iglesia una nueva propuesta de dinamismo misionero, exige un cambio de mentalidad y un proceso de transformación análogo al que el Papa Francisco logró concretar con las asambleas del Sínodo sobre la Familia -que llevaron a la exhortación apostólica Amoris Laetitia- y que ahora se propone con la próxima asamblea sobre los jóvenes».

Ese trabajo también debe, según la CAL, «estar libre de prejuicios, estereotipos y discriminaciones sufridas por la mujer». Al tiempo, pide a las comunidades cristianas «realizar una seria revisión» para «pedir perdón por todas las situaciones en las cuales han sido y todavía son cómplices de atentados contra su dignidad».

El documento agrega que las iglesias locales han de tener «la libertad y el coraje evangélico para denunciar todas las formas de discriminación y opresión, de violencia y explotación sufridas por las mujeres en distintas situaciones y para introducir el tema de su dignidad, participación y contribución en la lucha por la justicia y la fraternidad, dimensión esencial de la evangelización».

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