Leonardo Boff.
El Papa Francisco además de ser un líder religioso emerge también como uno de los mayores líderes geopolíticos actuales. Él tiene posición. No reproduce un discurso equilibrado, propio de los pontífices pasados. Por el hecho de estar claramente de un lado, el de los pobres, el de las víctimas y el de la vida amenazada, anuncia y denuncia. Denuncia un sistema que idolatra el dinero y se hace asesino de los pobres y depredador de la naturaleza. Se entiende: es el sistema y la cultura del capital. Tenemos que oír sus palabras porque son las de alguien que tiene conciencia de los peligros que pesan sobre toda la humanidad y la naturaleza.
No se limita a la denuncia. Anuncia, como se vio indudablemente el 9 de julio de 2015 con ocasión de su visita a Bolivia. Allí tuvo lugar el II Encuentro Mundial de los Movimientos Sociales en Santa Cruz de la Sierra. Llamó a los representantes de los movimientos, que sienten en la propia piel las heridas de la explotación, para discutir con ellos las causas de sus padecimientos. Ninguno de los papas anteriores tuvo esa audacia.
Muchos representantes brasileños acudieron allí. El discurso es un verdadero guión para las luchas encaminadas hacia un nuevo tipo de civilización, ya que la nuestra está en creciente erosión y no posee internamente los medios de solución a los problemas amenazadores que ella ha creado para sí y para nuestro futuro. El discurso tiene dos partes. En la primera establece las metas fundamentales que deben abarcar a todos. Son las famosas tres T: Tierra para vivir y trabajar en ella; Trabajo para garantizar el sustento de las personas; Techo para albergar a las personas porque no son animales dejados al relente.
La segunda parte es programática y supone un desafío. Habla a los representantes de los movimientos sociales. Resumiendo sus palabras afirma: no esperen nada de arriba, de los gestores del sistema vigente, pues siempre traen más de lo mismo que perpetúa y profundiza la miseria. Sean ustedes mismos los protagonistas de un nuevo estilo de sociedad, con una nueva forma de producción orgánica, sintonizada con la naturaleza; con una distribución justa de los beneficios y con un consumo sobrio; sean los profetas de lo nuevo fundado en la justicia social y la solidaridad. Y da tres consejos: hagan que la economía sirva a la vida y no al mercado; promuevan la justicia social, base para la paz duradera; y cuiden a la Madre Tierra sin la cual ningún proyecto es posible.
Será un nuevo tipo de ciudadanía que regenerará Brasil. Sólo los ciudadanos activos pueden fundar una sociedad democrático-participativa, socioecológica, como sistema abierto y siempre perfectible. Por eso, el diálogo, la participación, la vivencia de la corrección ética y la búsqueda de transparencia constituyen sus virtudes mayores.
Fundamentalmente podemos decir: hay en Brasil dos proyectos antagónicos que se disputan la hegemonía: el proyecto de los adinerados, antiguos y nuevos, articulados con las corporaciones transnacionales que quieren un Brasil con una población menor de la que realmente es. Ese Brasil, así creen ellos, podría ser gestionado en su beneficio sin mayores preocupaciones. Los restantes millones que se aguanten pues siempre han tenido que acostumbrarse a vivir y a sobrevivir en necesidad.
El otro proyecto quiere construir un Brasil para todos, democrático, pujante, soberano, activo y altivo frente a las presiones de los poderosos externos e internos, que quieren recolonizar Brasil y hacerlo un mero exportador de commodities.
Los dos golpes que hemos conocido en la fase republicana, el de 1964 y el de 2016, fueron tramados y ejecutados en función de la voracidad de los adinerados que no poseen un proyecto de nación, sino sólo para sí, como una forma de garantizar sus privilegios.
Los que dieron el golpe en 2016 se embarcaron en ese proyecto contra el pueblo. Ellos en realidad no tienen nada que ofrecer a los millones de brasileños que están al margen del desarrollo humano, a no ser más empobrecimiento y discriminación.
Esta oligarquía de ricos, sin embargo, no es portadora de esperanza y, por eso, está condenada a vivir bajo el miedo permanente a que, un día, esta situación pueda revertirse y pierdan sus privilegios.
Esta es nuestra esperanza: que el futuro acabe perteneciendo a los humillados y ofendidos de nuestra historia que, un día –y ese día llegará– heredarán las bondades que la Madre Tierra reservó para todos. Alegres, se sentarán juntos a la mesa, en la gran comensalidad de los libertos, gozando de los frutos de su resistencia, de su indignación y de su valor para cambiar. Entonces comenzará una nueva historia de Brasil, de la que hombres y mujeres habrán sido los principales protagonistas y de la cual nos podremos honrar.