(Por: Francisco Parada Walsh)
En ese inexorable paso del tiempo mi memoria viaja a amistades hermosas, a conversaciones sencillas pero humeantes, a creer que engaño a mi ego con tantos propósitos para el próximo año, sean estos desde las cosas materiales más torpes hasta llegar a la fruición con Dios; voy de la seca a la meca creyendo que seré un mejor ser humano porque un año termina y el otro empieza, ¡nada más equivocado!
No me importará si debo pasar encima de otros, no, lo que merece toda mi energía es lograr mis objetivos y examinando mi vida puedo ver cómo la familia queda relegada a un plano inferior; mis padres ya fallecieron y siempre por la época navideña me invade una melancolía que viene como el invitado molesto, como el bolo de la fiesta pero de una u otra forma es mi invitada.
Me recuerda los orígenes de mi vida, los mejores y peores momentos de mi niñez y mi vida entera, debo dejarla entrar y así se irá para regresar siempre cada diciembre; no puedo prodigar cariños ni regalar lindos presentes a una madre que ausente, sigue presente; traté de ser un hijo normal, no dar tantos problemas y alegraba a mis padres con mi humor, con mis improvisaciones y con ese apetito de león en huelga de hambre que me hacía devorar libras de carne ante el enojo y asombro de mi padre.
Pero todo llegó a su final y desde las gradas más lejanas de la vida puedo ver a hijos malos y buenos existir como es el caso de Manuel y Carlitos, dos hermanos en sangre en el cristo histórico pero tan dispares en amores; por cosas de la vida fue Manuel a quien la vida le sonrió, antes era un don nadie, sus grandes sueños apenas llegaban a buscar una tribu en Belice para fumar marihuana eternamente, vivir el momento y dejarse el cabello largo; hoy es don Manuel, reside en un complejo de casas sumamente lujoso, viaja al extranjero como yo viajo a San Ignacio, bebe el guaro que quiere pero se le olvidó que si vive, viaja y bebe es gracias a sus abnegados padres que con los más grandes sacrificios pagaron su lucrativa profesión.
Para él, los padres poco o nada importan, llegan tres fechas que ese hijo voltea a ver a sus padres, esas fechas son para el cumpleaños, el día de la madre o del padre y navidad, tres miserables días de 365 días hábiles sino la eternidad; muchos hijos olvidamos que nacimos de la unión de tata y nana y no somos hijos de probeta, pareciera que se nace de generación espontánea, por soplo divino el gran francisco parada vino a este mundo a que le sirvan, no tengo pasado, se adolece de amnesia del alma, ¡la más grave de las amnesias!; apenas me importa sacar a mis padres a un lugar bonito; bueno, tal vez se hace un par de ocasiones al año, tristemente a los padres de Manuel y de Carlos les va llegando la hora, escribo con algún sentimiento del amor que nace cuando un pariente muere pues en vida lo tratamos peor que a un perro; al trascender, lloramos, compramos bellas flores, sacamos lujosas esquelas en los periódicos, invitamos a rezos mientras repartimos besos. Triste realidad.
Cuando era más pobre que ahora tenía un amigo más pobre que yo pero más rico, es algo confuso; yo llegaba todos los domingos a la misa de las once de la mañana a Cristo Redentor, me hice de un gran amigo, Carlitos, él adolece de parálisis cerebral y los domingos lo invitaba al Burger King a un combo de 1.99 pesos, mi gasto ascendía a 3.98 dólares; un día mientras almorzábamos veo a Carlitos guardar la mitad de su hamburguesa en la camisa y le pregunto ¿qué estás haciendo? y él me contesta: “Para mamita”, inmediatamente compré una hamburguesa para su querida madre.
Me pregunto, ¿Cómo un joven con parálisis cerebral tiene en la punta de su corazón a su madre mientras Manuel vive en castillos de papel?