(Por: Francisco Parada Walsh)
Es un manjar de la gastronomía cuscatleca; cuando era adolescente no era uno de mis platos favoritos, poco a poco me di cuenta que poco importaba el sabor como el efecto en sí: Ese sueño profundo, comatoso que apenas, apenas se abren los ojos y empieza otra jornada de sueño balbuceante; hoy los busco hasta debajo de las piedras por ese efecto; pero más allá de mis gustos personales parece que los siete millones de salvadoreños vivimos bajo el influjo de ese soporoso brebaje, al parecer no tenemos en nuestra sangre alguna pizca de descendencia africana (Aunque Don Pedro Escalante Arce dice que la raza negra es un secreto oculto en el país) para creer que un palo Mayombe nos hizo una maldición para no salir jamás de tan profundo trance.
Un país que prefiere dormir que analizar determinada situación le augura un abismo como nación; tenemos ave nacional, flor nacional y porqué no agregar la droga nacional que sea el pito y su somnolienta pócima; Pusilanime´s Land o Pito´s Land es un país entero que cual adicto ante su deprivación de droga dice si a lo que se le ofrezca, sea esta verdad o mentira; eso de la independencia es algo triste pues un país no necesita de visores nocturnos sino de escuelas nocturnas, de cuadernos, de lapiceros, de bibliotecas pero es ahí donde la sopa de pitos cobra fuerza, da poderes y es ese salvadoreño que lo sabe todo en apariencia que cae en ese influjo de creer lo primero que se le diga sin siquiera cuestionar y quizá entiendo al salvadoreño común y corriente como mi persona, es en este país donde a pesar que en nuestros ríos no hay salmones la mayoría de nosotros somos expertos en “El curso del salmón”” Siempre ir en contra de sendas adversidades, capearlas y volver a tomar otro curso; así vive y muere un salvadoreño promedio mientras en los cielos se preparan peroles de sopa de pitos para que vivamos atarantados, embobados, sin criterio, sin análisis; ejemplo de eso es la oposición que pareciera que no existe, lograron quitarle el balde de comida a Pavlov y ya tienen su carnudo hueso; creo que como marchan las cosas no será lejano ver diputados que en vez de levantar la mano muevan el rabillo todo por esa perversa sopa de pitos; pero no solo la empresa privada, tanques de pensamiento (Pésima definición para una retahíla de vividores) sino que es el mismo gabinete que debería lucir el brillo y la elegancia de finas maderas como el caoba que apenas balbucea bajo el embrujo de la auténtica, sabrosa y adictiva sopa de pitos.
El salvadoreño promedio es un excelente campo de estudio, basta leer que ocupamos el primer lugar en ser el país con la más baja auto estima de Centro América, poco podemos esperar de grandes y chicos y quizá me da tanta tristeza ver la frustración que vive un salvadoreño; ¿Cómo puede ser una persona realizada si sus estructuras de valores nunca se formaron en su vida?: Ver médicos fanáticos que en apariencia tendrían que ser certeros críticos dice y confirma que no tiene nada que ver una profesión con el sano raciocinio sino que es desde niños que la compota es sopa de pitos.
Como se lee en las redes sociales: “Cuando un país grita más alto un gol que una injusticia poco queda por hacer”, recientemente sintonicé un canal donde transmitían un partido de la selección nacional contra una pequeña isla del caribe; público de pie, mano con cerveza en pecho, himno a medias, buche abierto para ingerir la sopa de pitos. El ex jerarca catolico castrense en vez de vino sirvió sopa de pitos a sus feligreses, hoy goza con chicos y grandes de su exigua pensión. ¡Pobrecito mi país piensa que el pobre soy yo!