Por :Eliana Gilet
Aunque desde Estados Unidos se promueva una lectura de la migración que siempre habla en términos de «crisis», este es un proceso clave para comprender la historia reciente de América Latina. Sputnik te presenta a uno de sus protagonistas.
«Nosotros, los salvadoreños, siempre hemos migrado, incluso desde antes de la guerra. Nuestro país va casado de la mano, parece ser, con este flujo migratorio», dijo a Sputnik, Julio Antonio Lemos, artesano salvadoreño, que lleva 34 años en México a donde llegó como refugiado del conflicto armado en su país que se extendió entre 1980 y 1992.
«Somos migrantes ya de por sí, vas a cualquier parte del mundo y vas a encontrar a un salvadoreño echando pupusas (una comida típica que se vende de manera ambulante). Tenemos una tradición de migración», sostuvo.
Esa naturaleza andariega se multiplicó con el conflicto armado y abrió las puertas de México, Estados Unidos y Canadá como los principales destinos que los recibieron, aunque también hubo lugares más distantes en espacio y en cultura, como Australia o Suiza.
Esa perspectiva histórica permite apreciar mejor los matices del presente. Y para hacerlo, Lemos cita a unos de los más grandes poetas que ha dado Centroamérica (quien está desaparecido desde 1975) en su Poema de amor: «Ya lo mencionaba Roque Dalton: ‘Mis hermanos, eternos indocumentados, guanacos, hijos de puta'».
Llegar a México
Lemos nació en 1959 en Tonacatepeque, un municipio dentro del departamento de San Salvador, aunque creció en Sonsonate, al oeste de la República. Cuando llegó a México como refugiado en 1986 tenía 27 años y algunos estudios en medicina.
«Huíamos porque nos acusaban de que andábamos en la lucha del pueblo salvadoreño, que éramos subversivos o incluso, te acusaban de que profesabas otra religión (que no fuese católica). Incluso huías porque el vecino te ponía el dedo de que eras guerrillero y ya con eso te amolaban (detenían)», explicó. «Por eso salías huyendo como refugiado, porque querías poner tu vida a salvo en ese momento», reforzó.
Sin embargo, recuerda en diálogo con Sputnik, que esa no fue su primera vez en México.
«Fui hijo único, no tenía hermanos y me quedé sin mamá muy joven, ella tenía 34 años cuando murió y yo apenas estaba saliendo del noveno grado (a los 15). Así en 1977, al año que ella murió conocí México por primera vez, pero era totalmente diferente: te pasabas por el puente y nadie te hacía caso», contó Lemos a Sputnik.
Aunque esa estancia fue corta, le despertó ese filo salvadoreño de la inquietud de moverse: conoció Perú, Venezuela y Colombia, pero siempre regresó a El Salvador, donde continuó estudiando hasta que tuvo que salir.
«Cuando llegamos a tierra mexicana, primero mucha de nuestra gente empieza a ver cómo te estableces porque no conoces a nadie. Las cosas que sientes como comunes, las empiezas a sentir como necesidades: bañarte, incluso ir al baño» recordó.
«Es como cuando vas nadando, lo primero que querés es llegar a la orilla, agarrarte y descansar un ratito. Después empezás a visualizar de qué lado te vas a subir: así es con un país. Salís y de todas maneras, se siente lo que dejaste atrás», agregó.
Organizarse en México
Mientras Lemos va trayendo cosas de su memoria, junto a él, su esposa Patricia Chávez pinta delicadamente las piezas en madera que confeccionan juntos. Una familia de salvadoreños que recibieron en su casa, los Hernández, les enseñaron el arte que usan para sostener sus proyectos colectivos.
En enero de 2017 fundaron la cooperativa Izalco Volcán de Fuego «con el sentido de ayudar a nuestra gente», señaló Lemos. Aunque la organización se nutra con salvadoreños en México, la ley impide que los titulares sean extranjeros, por lo que sus esposas mexicanas asumieron esa responsabilidad.
«Lo que siempre hemos pensado es tener un faro que sea la cooperativa para que nuestra gente tenga un lugar donde llegar, del país que sea, pero brindarles un tazoncito de comida o algo que se lleven a su estómago», explicó.
Con una presencia estimada de 10.000 salvadoreños en México, el otro motivo de esta unión es «estar cercano con los proyectos políticos de El Salvador, porque nos interesa nuestro país», dijo Lemos.
Participaron de la promoción del voto consular que se estableció en la Ley especial para el ejercicio del voto desde el exterior, en el año 2012 y ahora, además de promover un mecanismo más sencillo para obtener un pasaporte, piensan en convocar a un Congreso de salvadoreños en México.
Lemos reconoce que, a pesar de que lleva décadas en México, no se ha nacionalizado porque quiere «seguir siendo salvadoreño»: «Yo nací en El Salvador, no en México que es un país bonito que me gusta y me tendió la mano, pero no es mi país».
¿Regresó alguna vez a El Salvador después de su salida forzosa? «Sí, después de 10 años, tras los acuerdos de paz», firmados el 16 de enero de 1992 en México (son llamados los acuerdos de Chapultepec en referencia al Castillo en la ciudad de México donde se pactaron) entre el Gobierno de El Salvador y el Frente Farabundo Martí para la liberación nacional.
«Fui con un amigo y tenía miedo, pero pensé ‘si me matan, muero en mi tierra’ y se me fue el miedo, aunque fue una impresión muy grande regresar, aprendes a valorar lo que tienes», dijo Lemos a este medio.
«El amor que tuve en mi vida fue la lucha del pueblo salvadoreño, pero aquí conocí a Pati, mi compañera y nacieron mis hijos, mi otro gran amor. Entonces, a echar el cuero al agua (arriesgarse). No pensás en qué vas a trabajar o si vas a tener para comer, hay una alegría y un compromiso que son tus hijos. Por eso decidí quedarme en México», concluyó.