(Por: Frei Betto)
En esta Navidad guardaré en cajas bien cerradas lo que me cambia en aquel que no soy: la envidia, los celos, la sed de venganza y todos los resentimientos que me corroen las entrañas. Lacradas las cajas, las arrojaré todas a las profundidades del mar del olvido.
En esta Navidad vaciaré el escondrijo de mis torpes intenciones, los cajones de tantas ilusiones vanas, los armarios de ambiciones compulsivas. A pies descalzos recorreré la senda saludable de una existencia modesta, a veces solitaria, siempre solidaria.
No prestaré oídos al graznar de los cuervos en mis ventanas, ni permaneceré indiferente a las acuarelas pintadas por el dolor ajeno, y mantendré vedada la chimenea a la entrada consumista de Papito Noel.
Tejeré, con las agujas del arrullo y los hilos invisibles del misterio, la alfombra prometedora de los sueños que fomentan mi entusiasmo. Arriaré las banderas de la altivez militante y, en un cuenco de barro, derramaré sencillos propósitos: refrenar la lengua de maldecir a otros, reconocer mis propias flaquezas, ejercer el difícil arte de perdonar. Lo sorberé de un solo trago, hasta embriagarme de compasión.
En la terraza de mi casa armaré un árbol de Navidad cuyo tronco será de la misma madera que los principios que rigen mis pasos; sus ramas, las sendas seductoras a las que me atreví a decir no; sus flores, la paz experimentada al encerrarme en el silencio interior; sus frutos, esa esperanza-oruga que insiste en metamorfosearse en utopía sobrevolando el pesimismo que me asalta.
Al pie de mi árbol dejaré vacíos los zapatos de mis erráticas peregrinaciones al mundo inconsútil de los apegos que me ocultan lo que ofrece la vida mejor: la experiencia amorosa de trascenderla. A su lado mi lista de peticiones: la levedad imponderable de la meditación, el don de respetar el límite de las palabras, la felicidad de saciarme en la brevedad de mis días.
En esta Navidad montaré en el rincón de la sala el belén de mis inquietudes. En lugar de franciscanos animales la Declaración Universal de los Derechos Humanos; como san José un árabe fiel al Corán; María será una joven judía parecida a la de Nazaret; Y Jesús un niño africano carcomido por el hambre.
Que los reyes magos traigan tres ofrendas: el ramo de olivo en el pico de la paloma que anunció a Noé el fin del diluvio; la brisa suave que sopló sobre el profeta Elías; el pan repartido en la posada de Emaús.
No celebraré solemnes liturgias disonantes con el gloria cantado por los ángeles del pesebre; no me hartaré en cenas pantagruélicas mientras el Niño se resguarda del relente en un tronco hueco; ni daré regalos que me duelen en el bolso y en el corazón, envueltos en falsos sentimientos.
Sí, me haré presente allí donde la familia sin techo, expulsada de Belén, ocupa un pedazo de tierra en las cercanías de la ciudad para que del vientre de María brote la certeza de que la justicia habrá de brillar como la estrella de David.
En esta Navidad seré todo oraciones, bailaré al son de las cítaras del reino de Salomón, saldré por las calles entonando salmos, abandonaré todos los utensilios para nieve y, en este país tropical, dejaré que dé el sol en mi alma.
Recogeré las lágrimas de los desesperados para regar mi jardín de girasoles, y arrancaré las injurias de la boca de los airados para revocar la ley del talión. En los callejones de la ciudad celebraré con los borrachos, los mendigos, las prostitutas, a quienes llamaré con un único nombre: Enmanuel. Y, en un gran circo místico, buscaré con ellos la respuesta a la pregunta que nunca se calla: «¿Qué será qué será lo que cantan los poetas más delirantes y que no tiene arreglo ni nunca lo tendrá?»
En esta Navidad ruego a Dios resucitar el niño escondido en algún rincón apartado de mi memoria, el que fui un día, niño que sabía confiar y, desprovisto del pudor del ocio, libre de las amarguras del tiempo, era capaz de imprimir fantasías coloridas al lado oscuro de la vida.
Quiero una Navidad de brindis a la alegría de vivir, himnos a la gratitud de la fe, odas a la magia inefable de la amistad. Navidad cuyo pesebre sea mi propio corazón, en el cual el Niño Jesús deshaga nudos y haga desparramarse todo el amor que se oculta en los sombríos poros de mi ego.
*Escritor, autor de «El arte de sembrar estrellas», entre otros libros.