Ya hace 25 años de las acampadas por el 0,7%. Se pedía que las administraciones públicas de nuestro dedicaran la cantidad simbólica del 0,7% de sus presupuestos a la ayuda del mal llamado Tercer Mundo. Pero la campaña ya había empezado años antes, en 1981, impulsada por la entidad Justicia y Paz, con el objetivo de sensibilizar a la ciudadanía y hacer presión política en el Estado. En ese momento, utilizamos frases como: «El 0, 7% es cosa tuya», «Es un deber de justicia», «Transparencia y calidad», «El impuesto mínimo de la vergüenza» … Se quiso aprovechar que las mismas Naciones Unidas habían aprobado, en 1972, una resolución para que los estados industrializados destinaran al menos el 0,7% de su PIB en los países empobrecidos.
Recordar el pasado nos sirve para conocer el contexto y, al mismo tiempo, para seguir adelante, persistiendo en el objetivo. El 0,7% es un símbolo ambiguo: un instrumento para exigir un incremento de la solidaridad con los empobrecidos, un punto de partida de la solidaridad entre el país que tiene y lo que no tiene. El 0,7% implica compartir. Porque nadie debe pensar que el 0,7% es la solución a los grandes problemas de los países empobrecidos y que se transformarán en justas las relaciones Norte-Sur. El 0,7% es sólo una modesta pieza, pero tiene la ventaja de que es fácilmente comprensible y comprobable, y facilita trabajar la sensibilización y la acción. Es insuficiente, es un parche tan esquemático, tan primario como se quiera, pero sirve perfectamente para explicar la realidad de otros seres humanos que sufren opresión e injusticia y que tienen necesidades básicas no satisfechas. La verdadera ayuda pasa por un intercambio comercial justo, para la cancelación de la deuda externa, por una auténtica reforma agraria, por el respeto a la naturaleza ya todos, y por un orden económico internacional justo. El 0,7% nos ayuda a descubrir que la injusticia de las relaciones Norte-Sur es la que probablemente más víctimas hace con la situación económica, ecológica y social.
La penuria de los países empobrecidos no es casual. A lo largo de los siglos, los países enriquecidos han chupado las riquezas minerales y naturales, los han controlado las finanzas y, casi siempre, les han impuesto gobiernos que fueran favorables a sus intereses. Se habla mucho de cooperación y muy poco de explotación, muy empobrecidos y demasiado poco de enriquecidos. Hay que decirlo alto y claro: las políticas económicas del Norte han hundido las economías de muchos países del Sur.
La situación empeora día a día, mientras el abismo que separa a los países del Norte de los del Sur no para de crecer. Es el Sur donde cientos de millones de personas siguen sufriendo hambre, desnutrición, enfermedades curables y graves problemas de vivienda, salud … También se constata la destrucción de formas tradicionales de vida, la desintegración del tejido social y un crecimiento demográfico menudo excesivo. Pero las personas que vivimos en el Norte también estamos amenazadas. La crisis ecológica también nos afecta y nos obligará, tarde o temprano, a revisar nuestro estilo de vida derrochador. La necesidad y la aspiración legítima a un bienestar como el que disfrutamos genera entre los habitantes del Sur una presión inmigratoria sobre el Norte. Ante esta presión,
Debemos seguir presionando instituciones públicas y privadas para que se impliquen en la resolución de estas desigualdades y para que dediquen ayudas económicas. Pero también hay que dar ejemplo, y podemos hacerlo dedicando el 0,7% de nuestros ingresos personales a este fin.