La tecnología ha ido cobrando un gran protagonismo en la vida de los más jóvenes en la última década. Su uso extensivo ha desbancado a actividades de ocio como es la lectura, el deporte o las actividades artísticas tradicionales y las ha despojado de atractivo para muchos de ellos.
La necesidad de inmediatez tecnológica y de conexión completa las 24 horas del día está condicionando el modo de relacionarse social y familiarmente.
Según estudios recientes, previos al estado de alarma decretado por la crisis sanitaria de la COVID-19, seis de cada diez adolescentes reconocían usar el móvil a todas horas, el 40 % afirmaba usar continuamente tablets y ordenadores y sobre el 20 % usaban regularmente la videoconsola como medio de ocio prioritario.
No obstante, y pese al enorme protagonismo de los diferentes dispositivos tecnológicos, el día a día de los menores estaba repleto de diversidad de actividades que lograban aunar simbióticamente.
De repente llegó y el Covid-19 todo cambió
Estos jóvenes, en un momento evolutivo marcado por la relevancia que tienen las interacciones sociales en la construcción de la personalidad y el autoconcepto, se han visto privados de los entornos reales donde poder desarrollarse.
En momentos de confinamiento y distanciamiento social, cabe preguntarse qué uso de la tecnología están haciendo los adolescentes y si los recursos tecnológicos se han convertido en los nuevos entornos naturales de transformación hacia el rol de adulto.
En las circunstancias excepcionales y únicas que se están viviendo con la llegada inesperada de esta pandemia mundial, la frecuencia de uso de estas tecnologías ha aumentado de manera desorbitada. Al mismo tiempo, la desbordante cantidad de tiempo invertido por los adolescentes ante las pantallas, aunque a priori pueda resultar paradójico, no hace más que aumentar la necesidad de dedicar cada vez más tiempo a su uso.
A más frecuencia, más necesidad de conectarse
Investigaciones en este área han concluido que cuanto mayor es la frecuencia de uso de la tecnología entre los adolescentes, mayor es la necesidad de seguir conectados o “pegados” a la pantalla del smartphone para sentirse satisfechos. Pero no es solo la necesidad de seguir conectados lo que aumenta, también se eleva el nivel de estrés generado por su uso o por la imposibilidad de acceso.
Expertos en tecnologías y adolescencia señalan que la frecuencia de uso es directamente proporcional al estrés que genera. En estos meses, el uso de las redes sociales entre los menores se ha disparado de tal forma que se ha convertido en la mayor fuente de interacción con los amigos y compañeros de clase.
La instantaneidad desprendida de las redes, unida a la posibilidad de compartir en cada momento aquello que se está haciendo, han fomentado la necesidad imperiosa de consultar las redes de manera constante por el temor a perderse algo o el miedo a quedarse fuera del entorno social virtual, lo que se ha denominado FOMO (fear of missing out o miedo a perderse algo).
¿Está sonando mi móvil?
Asimismo, ha entrado en escena otro de los desórdenes asociados al uso desadaptativo de estos aparatos denominado Ringxiety, definido como la sensación de creer que nuestro móvil está sonando aunque sea solo producto de nuestra imaginación hiperconectada.
En esta relación sediciosa entre adolescentes y uso desadaptativo de la tecnología, los progenitores o adultos responsables juegan un papel diferenciador, ya que se ha podido demostrar que aquellos jóvenes que cuentan con supervisión parental de uso de tecnología se sienten menos estresados que aquellos que carecen de ella.
No obstante, la problemática que mayores quebraderos de cabeza está despertando entre los progenitores en estos meses de confinamiento es la relacionada con el rendimiento académico de sus hijos.
Las tecnologías, los dispositivos y las plataformas se han convertido en los únicos recursos académicos accesibles, generando una nueva situación de estrés que aumenta exponencialmente cuando no se tiene un dominio suficiente de los recursos, las conexiones fallan o los dispositivos no son los adecuados.
El tiempo se va entre stories y tiktoks
Las restricciones de uso gozan de una mayor laxitud, ampliando el tiempo que los jóvenes pasan frente a las pantallas, haciendo saltar las alarmas de aquellos progenitores que, perplejos, ven cómo el preciado tiempo de sus hijos se esfuma sin apenas pestañear entre stories y tiktoks, reduciendo el tiempo que le deben decdicar a las tareas académicas.
Esto no resulta extraño ya que sus mentes se encuentran hiperestimuladas, dominadas por impulsos rápidos, atractivos y reportadores de placer inmediato procedentes de las diferentes tecnologías y redes sociales.
Se hace latente la falta de desconexión digital que jóvenes y adultos necesitan tras estos meses de aislamiento en los que la tecnología nos ha conectado, informado, entretenido, divertido y hecho sentir acompañados, pero también dependientes hasta tal extremo que su uso desadaptativo se ha convertido en nueva fuente de estrés, frustración y desconcierto, entre otros síntomas no deseables en los más jóvenes y los no tan jóvenes.
Recomendaciones para gestionar el estrés tecnológico
Como aporte a esta problemática patente, y ante la incertidumbre de hasta cuándo se extenderá o si volverá a repetirse en el momento que el confinamiento cese, incluimos unas propuestas para autogestionar el estrés que están generando las tecnologías:
Se recomienda establecer en la familia, de manera consensuada, entre adultos y adolescentes, un horario de acceso a la tecnología.
Los adultos deben supervisar el tiempo que dedican los menores a la tecnología, así como las páginas que visitan, el contenido al que acceden e intercambian o el tipo de videojuegos en los que invierten su tiempo de ocio.
Es recomendable tratar de evitar el uso de los diferentes dispositivos tecnológicos en las horas previas al descanso nocturno, ya que produce una sobreestimulación que entorpece el descanso de calidad.
Facilitar otras alternativas de ocio frente a las tecnológicas.
En la medida de lo posible, se recomienda retirar del alcance de los menores la tecnología no imprescindible en función de la tarea lectiva, mientras se encuentran haciendo deberes o atendiendo una clase online con sus profesores.
Bloquear parentalmente, y durante determinados periodos, las aplicaciones de redes sociales para evitar consultas compulsivas.
Estas recomendaciones para el uso óptimo de la tecnología pueden ser aplicadas tanto en la situación particular en la que nos encontramos inmersos como en la vida cotidiana de los más jóvenes.
Tomar conciencia sobre el empleo que se hace de la tecnología para evitar el estrés generado por su uso desadaptativo es una de las tareas a emprender en la nueva normalidad que los jóvenes han de afrontar en las lindes del confinamiento y en su proceso de maduración tecnológica.