Hay que repensar la situación actual. Los métodos clásicos de organización popular no parecen ser los más adecuados hoy día.
Siguiendo a Pablo Neruda (“Podrán cortar todas las flores, pero no detendrán la primavera”), o a Xavier Gorostiaga (“Quienes seguimos teniendo esperanza, no somos estúpidos”), es un intento de reflexión, sereno y objetivo, sobre cómo están las cosas, cómo queda el mundo luego de la pandemia. En ese sentido, podríamos seguir mejor a Antonio Gramsci cuando plantea “actuar con el optimismo del corazón y el pesimismo de la razón”.
Rápidamente debe indicarse que no nos damos por vencidos en nuestra esperanza de un mundo distinto, libre de opresiones, con mayores cuotas de justicia para todas y todos. Sabemos, pues la experiencia histórica y el estudio sopesado de las ciencias sociales lo indican, que no hay paraíso esperándonos en ningún lado. La historia no ha terminado, y mientras haya seres humanos, habrá historia. Es decir: conflictos, desavenencias, choque de contrarios. Pero eso, de ningún modo, justifica el actual sistema de inequidad en que vivimos: el capitalismo, donde sobra comida para nutrir perfectamente a toda la Humanidad, pero por mezquinos intereses lucrativos el hambre permanece como uno de los peores flagelos.
Sobre llovido, mojado: pandemia de coronavirus
Sumado a ese estado de precarización, ahora aparece la pandemia de coronavirus. Está todavía muy confuso el panorama, y nadie sabe a ciencia cierta (o no lo dice al menos) cómo surgió este agente patógeno; las primeras hipótesis quedaron silenciadas: ¿arma bacteriológica, mutación natural? Lo cierto es que la enfermedad existe, y si bien no es tan altamente mortífera (con una letalidad no superior al 4%), ha venido a recomponer la fisonomía del mundo. Dado su algo grado de contagio, las medidas implementadas por todos los gobiernos del planeta consistieron, básicamente, en confinamientos. Seguramente, en términos epidemiológicos, estas medidas son necesarias. La cuestión es que los poderes las están aprovechando de un modo que nos deja sin iniciativa. Hoy la enfermedad COVID-19 existe, y los muertos ahí están. Eso no está en discusión. Pero junto a ello, también existe una crisis sistémica fenomenal, cosa que no se dice en absoluto en el extendido discurso mediático comercial, el cual, básicamente, fomenta el pánico. De lo único que se habla es de la pandemia de un modo que crea zozobra, angustia. ¿Y la situación económico-política del mundo? ¿Acaso el capitalismo se arruinó por el coronavirus? “Aunque haya una relación innegable entre los dos fenómenos (la crisis bursátil y la pandemia del coronavirus), eso no significa que no es necesario denunciar las explicaciones simplistas y manipuladoras que declaran que la causa es el coronavirus. (…) No solo la crisis financiera estaba latente desde hacía varios años y la prosecución del aumento de precio de los activos financieros constituían un indicador muy claro, sino que, además, una crisis del sector de la producción había comenzado mucho antes de la difusión del COVID, en diciembre de 2019. Antes del cierre de fábricas en China, en enero de 2020 y antes de la crisis bursátil de fines de febrero de 2020. Vimos durante el año 2019 el comienzo de una crisis de superproducción de mercaderías, sobre todo en el sector del automóvil con una caída masiva de ventas de automóviles en China, India, Alemania, Reino Unido y muchos otros países”, indica con claridad Erick Toussaint.
No hay ninguna duda que asistimos a un período de profunda crisis, sanitaria, por un lado, económica por otro. El confinamiento y la paralización de buena parte de la economía mundial trae consecuencias graves. Quien paga los platos rotos, como siempre, es la gran masa popular, la clase trabajadora, los asalariados y sub-asalariados. Pero no todo el gran capital está quebrado.
Ante la crisis, los gobiernos de los diferentes países del mundo han tenido que salir a rescatar a sus empresas (¡la sacrosanta propiedad privada ante todo!), y secundariamente, a la gran masa trabajadora, o trabajadores sub-ocupados. Esos rescates, que para los de a pie representan una magra ración de comida para no morir, se viabilizan con créditos. Créditos que se toman, básicamente, en los organismos crediticios internacionales como el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional. Si analizamos más, sabemos que esas instituciones son el brazo operativo de la gran banca mundial (JP Morgan Chase & Co., Wells Fargo & Co, Bank os America, Citigroup, etc.). Es decir: el núcleo más poderoso del actual capitalismo financiero. No parece que el sistema esté en quiebra precisamente: antes bien, esa gran banca se fortalecerá más aún, y la gran mayoría del planeta deberá estar pagándole por años. Si alguien está en crisis, es la población, cada vez más desprotegida, hambreada, sin perspectivas. La micro, pequeña y mediana empresa pasará angustias. Los monstruos globales, no.
De los otros grandes negocios del mundo, ¿cuál quebrará? ¿Fabricantes de armas? (Boeing, Lockheed Martin, General Dynamics, Northrop Grumman, etc.): sigue siendo el rubro comercial más redituable. Y se siguen fabricando y vendiendo, todos los días. La carrera armamentística, ahora con la misilística hipersónica de la que Rusia ha tomado claramente la delantera, sigue tan vigente como siempre, incluso acelerándose. ¿Narcoeconomía?: drogas se siguen vendiendo en cantidades industriales; junto a la actual entrega a domicilio de comida o medicamentos, el negocio de los tóxicos ilegales sigue siendo uno de los fuertes y más saludables, también repartidos a domicilio en estos tiempos de confinamiento. ¿Farmacéuticas? (Pfizer, Johnson & Johnson, Merck, Bayer, etc.): continúan con grandes ventas, y si aparece la vacuna contra el COVID, ni se diga. ¿Informáticas-digitales?: (las llamadas Silicon Six: Microsoft, Facebook, Google, Apple, Amazon, Netflix.) Nunca facturaron tanto como ahora; el encierro y el uso obligado de esos recursos tecnológicos disparó sus ganancias de un modo hiper exponencial. Sin dudas quiebran pequeños y medianos negocios; los grandes pilares del capitalismo, no.
Toda esta recomposición de la arquitectura capitalista global nos afecta, nos golpea grandemente al campo popular. ¿Cómo dar la batalla entonces?
Capitalismo renovado: ¿cómo dar la lucha?
“Estimulado por la pandemia de coronavirus, el capitalismo global está al borde de una nueva ronda de reestructuración a nivel mundial basándose en una digitalización mucho mayor de toda la economía y sociedad global. Esta reestructuración empezó tras la Gran Recesión de 2008 pero las condiciones sociales y económicas cambiantes propiciadas por la pandemia acelerarán enormemente el proceso. Probablemente aumentará la concentración del capital a nivel mundial y empeorará la desigualdad social. Habilitados por las aplicaciones digitales, los grupos dominantes, a menos que sean obligados a cambiar de rumbo por la presión de masas desde abajo, recurrirán al aumento del Estado policial global para contener los próximos levantamientos sociales”, afirma categórico William Robinson.
Como vemos, el capitalismo sigue siendo capitalismo, no importa la cara con que se presente. Es decir: un sistema basado en la propiedad privada de los medios de producción (no importa si es el latifundio terrateniente de una conservadora oligarquía latinoamericana o la más moderna industria informática robotizada de inversores globales que se mueven por la nube digital) y la explotación de la fuerza de trabajo de seres humanos de carne y hueso. En definitiva, todas y todos, la casi absoluta totalidad de la población planetaria (ingenieros con doctorado, obreros rurales, vendedores callejeros informales, psicoanalistas, docentes universitarios de la más alta calidad académica o albañiles) somos trabajadores. Explotados sí, en todos los casos; y también las amas de casa, que no reciben salario. Esa es la célula básica del capitalismo: la explotación, la extracción de plusvalor a partir del trabajo humano (el trabajo hogareño, aunque no reciba remuneración, también es explotado -elemento no muy analizado por Marx en su momento en el desarrollo de Das Kapital, una de las agendas pendientes a revisar-, gracias al cual se está en condiciones de salir a trabajar fuera de la casa, a “ganarse la vida”).
Si bien la izquierda busca afanosamente el cambio, no hay que olvidar que el sistema busca más afanosamente aún evitarlo. Por eso despliega el más inimaginable arsenal de recursos para detener cualquier posibilidad de alteración del orden establecido. En esa lucha (lucha de clases a muerte, que ¡¡no ha desaparecido!!, aunque interesadamente se la dé por fenecida), para la clase dominante todo se vale, desde los más sutiles mecanismos ideológico-culturales a las cámaras de tortura, desde los cultos neoevangélicos que atontan hasta los misiles nucleares intercontinentales. Las fuerzas conservadoras están dispuestas a todo para no perder un milímetro de sus prebendas. Y sin dudas, ese capitalismo sabe renovarse con celeridad para no verse modificado.
La actual pandemia de coronavirus abre una perspectiva muy favorable a la perpetuación del capitalismo, significando un aplacamiento de las ya muy aplacadas luchas populares. “El emergente paradigma capitalista post-pandemia se basa en una digitalización y aplicación de las tecnologías de la así llamada cuarta revolución industrial. Esta nueva ola de desarrollo tecnológico es posibilitada por una tecnología de la información más avanzada. Lideradas por la inteligencia artificial (IA) y la recogida, procesamiento y análisis de inmensas cantidades de datos (big data), las tecnologías emergentes incluyen el aprendizaje automático, la automatización y la robótica, la nano y biotecnología, el Internet de las Cosas (IdC), la computación cuántica y en la nube, la impresión 3D, nuevas formas de almacenamiento de energía y vehículos autónomos, entre otras. (…) La economía global post-pandemia supondrá una aplicación rápida y expansiva de la digitalización a cada aspecto de la sociedad global, incluidas la guerra y la represión.” (Robinson). Es probable que luego de la crisis sanitaria se den reacomodos a nivel mundial en el sistema capitalista; todo indica que Estados Unidos está perdiendo su papel hegemónico, pero que exista una China con “socialismo de mercado” como superpotencia económica y científico-técnica y una Rusia como superpotencia militar, no significan que eso sea una buena noticia para la clase trabajadora mundial. Ambos países, que comenzaron a transitar una senda socialista décadas atrás, hoy están en procesos que no van por el socialismo. En tal sentido, el campo popular global está muy huérfano.
Ante todo ello, el mundo inmediato que nos espera luego de la pandemia puede ser terriblemente desesperanzador para plantear el cambio social: una población asustada, dócil, acostumbrada a ejercicios militarizados de ley marcial y toques de queda, implorante de “medidas fuertes” para evitar las catástrofes sanitarias, habituada al distanciamiento social, a usar “tapa-bocas” (¿qué significa eso: taparse la boca, no hablar?), afecta al hiper manipulado “¡Quédate en casa!”, controlada con tecnologías digitales de avanzada (en China ya está en marcha el 6G, superador del actual y revolucionario 5G), trabajando mansamente desde casa, postrada más aún que en estos años de neoliberalismo para negociar contratos laborales, sin organización sindical, acostumbrada a la no-reunión (eso es peligroso, puede ser contagioso). El otro, en vez de ser visto como uno más, compañero de ruta, amigo, persona cercana, pasa a ser visto como sospechoso (¿posible portador de enfermedad?). Parece una vuelta al Medioevo europeo y el alejamiento de los leprosos, encapuchados y con campanas que anuncian su paso. Sin caer en dramas orwellianos, todo eso parece ser ya la realidad que vivimos, y que seguirá presente cada vez más en los meses venideros.
Está claro que hay que repensar la situación actual. Los métodos clásicos de organización popular no parecen ser los más adecuados hoy día. Los mecanismos de control del sistema son cada vez más omnímodos (¿ya estará en el disco duro de algún super ordenador de los sistemas de vigilancia este texto que estás leyendo?). El mentado panóptico, que parecía pura fantasía ficcional un breve tiempo atrás, es una realidad concreta. ¿Cómo dar la lucha popular entonces? ¿Habrá que pensar en los hackers como una alternativa? Pueden ser muy válidas las protestas de antaño (marchas multitudinarias, pintadas callejeras, organización barrial-sectorial-gremial, estudio de literatura revolucionaria, etc., etc.). La cuestión es determinar si todo eso alcanza para golpear efectivamente a un sistema que parece monolítico, que nos controla desde los drones y satélites geoestacionarios, y que decide quién tiene trabajo y quién “sobra”.
No tengo las respuestas. Creo, modestamente, que hoy nadie las tiene, por eso es una necesidad apremiante comenzar a estudiar en profundidad el asunto para buscar las alternativas válidas. La explotación sigue existiendo, pero el sistema -que sabe mucho, que parece tener más iniciativa que el campo popular- nos viene tomando la delantera. ¿Qué hacer entonces? Que nos sirva de inspiración el epígrafe: “Los pueblos consiguen derechos cuando van por más, no cuando se adaptan a lo «posible»”.
Por: Marcelo Colussi, catedrático universitario argentino. Vive en Guatemala.