Sabemos que otras especies del reino animal tienen mayor desarrollo y dependencia de esta capacidad quimiorreceptora del medio que es la olfacción, pero también estudios científicos confirman que mediante ella el homo sapiens puede percibir desde el vientre materno sensaciones identificadoras, cuando aún no ve nada, ni tiene gusto, ni escucha bien, ni su tacto es fino.
Esa posibilidad de olfatear responde a un sistema sensorial primitivo y enigmático ¿Qué ocurre entonces en nuestra nariz al oler un perfume, el aroma del café o el humo del tabaco; por qué la vainilla nos huele inconfundiblemente a ella misma; cuál es la razón para que algunos olores les gusten a unos y sean rechazados por otros? Las fuentes consultadas consideran al olfato eminentemente subjetivo a partir de que es en última instancia en el cerebro donde se evocan y traducen los olores.
Refieren además los especialistas que en tanto para el resto de los sentidos el efecto perceptivo está directamente relacionado con las propiedades físicas de los estímulos –por ejemplo, en la audición, cuanto más baja es la frecuencia de las ondas de un sonido, más bajo también es el tono que se percibe–, tal relación no se establece igual en el caso de los odoríferos.
En el repertorio olfativo se cuentan moléculas aromáticas y alifáticas –compuestos orgánicos con estructura molecular en cadena abierta–, y al sistema olfatorio se le calcula una capacidad de discriminar entre alrededor de dos mil compuestos químicos denominados olores.
Pero, en definitiva, ¿cómo olemos? Veamos. Las sustancias químicas odoríferas flotantes en el aire entran en contacto con células receptoras del epitelio o membrana olfatoria –denominada pituitaria amarilla, ubicada en la parte superior de cada fosa nasal y constituida por un grupo de células nerviosas con pelos microscópicos llamados cilios–, y quedan atrapadas en esa mucosa nasal.
Entonces, los receptores olfativos se unen con varios compuestos odoríferos y cada molécula olorosa puede vincularse con un amplio espectro de receptores potenciales, a su vez todo ese patrón de enlaces crea una huella que el cerebro es capaz de interpretar como un único estimulo oloroso. Más o menos así de sencillo, según los estudiosos del tema.
Sin embargo, no siempre todo sucede igual. Las fuentes especializadas también reportan que pueden presentarse disfunciones olfativas ocasionadas por diferentes causas, como infecciones respiratorias, tumores, exposición a sustancias tóxicas y otras enfermedades, aunque se atribuye la mayor incidencia al traumatismo craneal. Y abundan los expertos en que las equivocaciones olfativas más comunes son la anosmia –ausencia del sentido del olfato–, hiposmia –disminución de la capacidad olfativa–, disosmia –distorsión de la sensación olfativa que hace que olores inocuos huelan mal–, cacosmia –percepción subjetiva de los malos olores: el fétido se percibe como agradable–, y parosmia, sensación de olor desagradable en ausencia de estímulo oloroso.
Otro interesante detalle aportado por investigaciones es que el olfato femenino es más afinado y que la portentosa nariz de la mujer puede incluso permitirle husmear mínimas variantes genéticas masculinas a la hora de elegir pareja… ¿lo habremos tenido siempre en cuenta?
Por: Yamila Berdaye