Por: Néstor Rivero Pérez
El 26 de septiembre de 1825, el Libertador Simón Bolívar dirige cinco epístolas a sendos destinatarios radicados cada uno en sitios distintos. En dicha correspondencia el Padre de la Patria deja constancia de su maestría como redactor, y en la transmisión de ideas elevadas, haciendo uso del símil y la metáfora como pocos cultores del género a lo largo de la historia de Hispanoamérica.
Epístolas paulinas
Pablo de Tarso hizo su conversión en el camino de Damasco y pronto comenzó a organizar a sus seguidores mediante sus Epístolas a los Corintios, Gálatas y Tesalonicenses, fuente doctrinaria de los seguidores del Nazareno. Durante el siglo XVIII José Cadalso publicó la novela Cartas Marruecas, mediante las cuales expone sus punzadas ante la decadencia de España. Y con el sentido literario de la epístola, un grupo de 67 diputados de las Cortes peninsulares, en 1814 invitaron a Fernando VII a que gobernase de forma absoluta, “Era costumbre en los antiguos persas, afirmaban, pasar cinco días en anarquía después del fallecimiento de su rey, a fin de que la experiencia de los asesinatos, robos y otras desgracias, les obligase a ser más fieles a su sucesor” (Manifiesto de los Persas / Fuente: https:// www.saavedrafajardo.org).
Militar ilustrado
En el caso de Simón Bolívar, la misiva le permitía vaciar concepciones, entereza moral y grado de erudición del remitente. Habiendo alcanzado en medio de las batallas y creación de repúblicas su esplendor como redactor de cartas, Bolívar encarnó al militar que continuamente indaga en bibliotecas, pule su vocabulario y contrasta con opiniones distintas ideas, leyendo nuevos libros incluso en el descanso de la hamaca entre combate y combate.
Chimborazo poético
Y el dominio que el héroe caraqueño mostró con la pluma en nada demerita su destreza con la espada o como estratega de campañas. En Mi delirio sobre el Chimborazo, Bolívar cabalga entre la prosa poética neoclásica y la carta de exaltación que el genio dirige a la posteridad para que se sobrecoja ante la majestad de una cima inexpugnable, el Libertador cambia la capa que cubre su espalda por “el manto de Iris”. Y de un trazo muestra la gélida cima donde el Arcano le enseña las edades y el aliento desfallece, para tropezarse con “las sienes excelsas del dominador de los Andes”, colocándose de inmediato en las fuentes amazónicas del Orinoco.
Metáfora del volcán
Metáforas que congelan un instante de la historia suramericana asoman de trecho en trecho a lo largo de su epistolario. Y así lo reconoce el historiador consagrado tanto como el novel, cuando se vuelve a la carta que en 1821 Bolívar remite desde Barinas a Pedro Gual: “Persuádase Ud Gual, que estamos sentados sobre un volcán. Yo temo más la paz que la guerra (…) Estos –soldados– se creen muy beneméritos… y sin esperanza de coger el fruto de las adquisiciones de su lanza”. En dicha misiva el héroe asoma el panorama del cisma que a partir de 1826 se enseñorea en la Gran Colombia, para dar al traste con sus grandes proyectos.
Cinco epístolas
Así, el 26 de septiembre de 1825, colocado en el pináculo de su gloria continental, Bolívar envía sendas epístolas a J. A. Páez, a Diego Ibarra, a C. Soublette, M. Montilla, T. de Heres, J. R. Revenga y a R. Arboleda. Y en cada una ofrece símiles dignos de un maestro del idioma. En cada carta da sendos mensajes personalizados. A Arboleda le dice que las virtudes de los Mosquera, Pombos y Arboledas “son dignas del pueblo romano en los días de Catón”. Si bien a lo largo de su vida el Libertador fue autor de más de 3 mil cartas, por encima de la cantidad resalta el dominio de la palabra escrita y el vuelo que daba su imaginación a los párrafos. Sin incurrir en perífrasis ni elocuencia forzada, daba vivacidad a sus ideas, gracias al arte con que empleaba metáforas y símiles.