Por: Luis Arnoldo Colato Hernández*
En el pasado, la persecución, tortura y hasta desaparición de personas no gratas a los gobiernos militares, era una práctica normal naturalizada por la población, que en buen porcentaje, comprende como “bueno” el supuesto orden que el temor provocado, deriva, lo que carece de veracidad, dado que estas son verdades por el hecho de ser repetidas como mantras hasta hacerlas ciertas, pero falsas, bastando consultar los medios de las décadas del militarismo institucionalizado para desmontar tales creencias al confirmar como campeo el delito al amparo de la impunidad generada por el orden instituido.
Ahora bien, cualquiera preguntará, ¿Cómo algo que ha sido aceptado siempre como verdad es simplemente una falsedad?; la explicación se encuentra en el crudo hecho de que se nos negó incluso la memoria, dada la pobre calidad educativa con la que se forma a la población, por lo que el referente es el que dirán, es decir, lo que la mayoría acepta porque sí, simplemente.
La verdad empero es diferente.
Además de carecer como sociedad de memoria histórica, y peor aún, de memoria crítica, aceptamos en general lo que se nos dice, lo que es costumbre, sin comprender las causas y, menos aún, intentar una interpretación de ellas.
Y los hechos son, que pensamos como sociedad que el orden solo es posible por la represión, para lo que la protección de los derechos humanos fundamentales es un estorbo, pues protege a los maleantes, a los criminales, ya que están diseñadas para suizos, a decir de aquellos que han sido señalados por atentar contra tales derechos, utilizando los recursos del estado para realizarlo, amparándose en las garantías que le ofrece el mismo para asegurar la impunidad.
Pongamos por ejemplo el asesinato del Santo Romero, del que recordamos los pormenores: señalado reiteradamente por el fundador de arena, con improperios e insultos, lo hizo asesinar, para luego y en medio del multitudinario acompañamiento que hiciera la ciudadanía al cuerpo del santo, los agentes del estado se cebaran en la plaza frente a la catedral, asesinando a cuarenta ciudadanos más, para aterrorizarla, logrando en cambio que aquellos crímenes se tradujeran en la cruenta guerra civil que le siguiera.
Ahora, cuarenta años después tenemos al ejecutivo, sirviéndose como aquel fundador de derecha, de los mismos medios para ofender y denigrar a quienes llama “enemigos” entre los cuales encuentra a los defensores de los derechos humanos, provocando intencionalmente, condiciones de crispación social que solo degenerarán en más violencia, pues en su incapacidad de resolver nada, la promueve, culpando a los “otros” para justificarse.
La historia en este punto es una mentora terrible, pues su lección se escribe en sangre, y su solución la más simple: el cumplimiento irrestricto del marco legal, haciéndola valer sin contemplación, por lo que el ejecutivo, su defensor supuesto, debe asumir dando cuentas por los fondos públicos utilizados, como por sus continuos atentados a la legalidad, sentando el precedente que reclama día a día a sus antecesores, y que hasta ahora no ha asumido.
*Educador salvadoreño