Organizaciones y despensas solidarias alertan de que la demanda de ayudas para comer es más alta de lo que pueden asumir y que no hay manos suficientes para gestionar las filas.
Javier y Brenda llevan tres semanas pidiendo prestado dinero para gasolina y hacer, una vez por semana, los 20 kilómetros que separan su casa en Alcorcón de la fila de un banco de alimentos en Tetuán, Madrid. «Solo por la leche me merece la pena, estamos viviendo de los 132 euros que ingresamos entre los dos«, cuenta este padre de dos niñas de dos años y medio y cuatro meses. «Nosotros hemos estado un mes comiendo arroz, pero ellas necesitan carne y verduras», dice la madre.
Después de quedarse sin prestación por desempleo, estuvieron acudiendo a la despensa solidaria de su barrio hasta que cerró porque no daban abasto a las peticiones que llegaban con cada vez menos alimentos. «Estamos viviendo con mis abuelos y mi madre. Somos siete en casa y esto nos ayuda a llenar la nevera, no nos queda otra«, explica este transportista madrileño de 29 años.
Según datos del ayuntamiento, las ayudas para comer han subido un 44% desde finales de mayo
La fila da la vuelta a la iglesia de la que salen los alimentos. A medida que las colas del hambre son más largas, las cestas se quedan más cortas. «Hoy hemos decidido venir más pronto porque la semana pasada casi nos quedamos sin leche materna, pero estamos viendo que hay más gente todavía…», dicen Carol y Cristian, otra pareja que espera pacientemente junto a decenas de carritos. «Estamos pendientes del IMV, porque ninguno tenemos trabajo y solo contamos con el apoyo de mi suegra y la caridad». Muchos de los que esperan dicen estar durmiendo en el sofá de algún amigo o familiar.
Los primeros llegan a las seis de la mañana para coger sitio y el ritmo se mantiene hasta que los alimentos se acaban, a eso de las tres de la tarde. Últimamente cada vez hay más peleas en la fila y agresiones a los voluntarios porque los packs son más pequeños y se agotan antes de que lo haga la cola. «Cada vez viene más gente y las donaciones ya no son como hace unos meses. Muchas empresas que al principio arrimaron el hombro ahora también están mal y no pueden», explica Conrado Giménez, presidente de la Fundación Madrina, que gestiona esta despensa solidaria. Cada día reparten entre 7 y 8 toneladas de comida, lo mismo que en mayo, pero con muchas más peticiones. «Hemos tenido que reducir las cestas para poder atender a todo el mundo y bajar a tres los días de reparto. Ya estamos buscando instituciones o proveedores en el extranjero para que nos donen comida, como si fuéramos un país africano».
Ahora somos la mitad de voluntarios, antes la gente no tenía nada que hacer y ahora han vuelto al trabajo o a clase
Lo mismo pasa con los voluntarios: cada vez hay menos manos para atender a la desesperación que se agolpa frente a los palés, que hoy llevan desde platos preparados de pollo a uvas, pan o tortillas de maíz. «En marzo éramos 400 voluntarios, pero ahora seremos la mitad, porque antes la gente no tenía nada que hacer y ahora han vuelto al trabajo o a las clases», cuenta uno de los repartidores. Este miércoles ha tenido que acudir parte del personal de administración de la fundación porque no había manos suficientes.
La situación es extendida en toda la capital. «Las solicitudes de alimentos siguen exactamente igual que al inicio de la pandemia», afirma Elena Doria, portavoz del Banco de Alimentos de Madrid. «En abril y mayo tuvimos muchas donaciones de empresas y particulares y eso nos ayudó durante esos meses a continuar y a poder seguir dando el volumen de alimentos necesario. Pero ahora han disminuido, y para nosotros es fundamental para afrontar el invierno. Cierto es que tenemos una reserva, pero en breve lanzaremos la gran recogida, una campaña a nivel nacional».
Doria explica que antes de la pandemia, en un mes normal, movían un millón de kilos al mes. «Y ahora estamos moviendo el doble», señala. Esta fundación es el sustento de muchas organizaciones madrileñas, desde entidades benéficas a asociaciones vecinales, que son las que finalmente entregan los alimentos a las personas que los solicitan. En total, 547 solo en Madrid.
Una de ellas es la Asociación Alma Latina, en el distrito de Latina, al sur de la ciudad. Desde 2004, su principal actividad es «el apoyo escolar y la gestión de emociones de los hijos de familias muy precarizadas», explica Victoria Castrillón, pero con la pandemia se ha reinventado en banco de alimentos para las personas más necesitadas del barrio. Desde marzo, cada semana reparte comida a unas 100 familias.
Castrillón coincide al señalar que apenas han caído las peticiones de alimento, todo lo contrario que las donaciones: «La demanda ha bajado más o menos un 10%. Son personas que estaban en ERTE o que nunca habían necesitado de las ayudas asistenciales, pero que se vieron obligadas por la pérdida de empleo ocasionada por la pandemia”. A la vez, las aportaciones han caído un 95%. «La gente se sensibilizó en el confinamiento, no sé si era porque tenía más tiempo, pero ahora ha bajado. Esta semana hemos tenido que hacer una campaña muy aguda para recoger pañales, un producto muy necesario que ni siquiera cubren los bancos de alimentos».
En las pequeñas asociaciones de barrio hay un círculo de amistad, pero aun así han bajado las donaciones
«La gente tiende a donar a Cruz Roja, UNICEF… las grandes ONG. A ellos les sobra para hacer publicidad y sensibilizar en los medios. En las pequeñas asociaciones de barrio hay un círculo de amistad, pero aun así han bajado las donaciones», apunta Castrillón. Ahora dependen más de lo que reciben del Banco de Alimentos de Madrid, de Cáritas o de otras ONG. Una de ellas es el Banco de Alimentos Infantiles en Madrid, cuya coordinadora, María Muñoz, también dibuja un panorama complicado. «Realmente estamos muy, muy preocupados porque tenemos un desabastecimiento de alimentos impresionante», dice. «No tenemos un litro de leche».
A finales de mayo, el ayuntamiento de Madrid había atendido a 153.000 personas con paquetes de alimentos. Esta semana, la cifra llegaba ya a los 220.000, un 44% más. O lo que es lo mismo, 73.665 hogares, el 7% de la población de la ciudad, sobre todo del sur de Madrid. Solo los distritos de Latina, Usera y Puente de Vallecas concentran el 41% del reparto de alimentos municipales y de las organizaciones colaboradoras. Y eso sin contar la atención que no gestiona o se comunica al consistorio.
«La pandemia ha agudizado una situación precaria ya existente en España. La mayoría de los demandantes de alimentos se dedica al empleo doméstico o al cuidado de ancianos. A muchas de las mujeres que atendemos se les ha muerto el anciano y se han quedado sin empleo y con hijos a cargo», explica Castrillón, muy crítica con la labor de Servicios Sociales.
«Las soluciones llegan muy tarde, no se atienden las necesidades, sino que se abren expedientes, como para dar por sentado que han atendido a las personas. Pero las situaciones se derivan a las asociaciones. Nosotros estamos haciendo el trabajo de 20 o 30 trabajadores sociales«, añade. El Ayuntamiento ha contratado durante esta crisis a 264 trabajadores sociales más, pero no alcanzan para abarcar la emergencia social.
Están dando cita a cuatro meses para pedir una ayuda. No pueden esperar tanto
También en la Fundación Madrina, que atiende sobre todo a embarazadas y madres solteras, aunque ahora lo hace con toda familia vulnerable, denuncian el colapso de la administración. Cada día reciben un centenar de casos nuevos derivados de Servicios Sociales, más otro tanto que acude a ellos directamente. «Están dando cita a cuatro meses para pedir una ayuda de alimentos. No pueden esperar tanto, hay personas que no tienen ni para pagarse el transporte y venir a por una cesta», explica Giménez mientras coge los datos a una de las personas de la decena que la rodean. En este caso, es un empadronamiento más en uno de sus pisos, otro de los problemas que se encuentran muchas personas cuando van a los Servicios Sociales. «Sin un padrón no pueden ser atendidas por el Ayuntamiento ni por el centro de salud… Tenemos algunos pisos de acogida con cien personas empadronadas porque no tienen contrato de alquiler y muchos caseros no se lo quieren hacer».
Según Giménez, la crispación y la desesperación empieza a notarse en las colas del hambre ante la incertidumbre económica y el aumento de los despidos. «La gente no puede más. Ya hay personas que está robando en supermercados porque no tienen qué comer. De momento está amortiguado por lo que hacemos asociaciones así, pero en cuanto esto se agote, la gente se va a echar a la calle«.
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