El Papa Francisco fulmina las bases ideológicas y prácticas del neoliberalismo

Contundentes definiciones en la última encíclica papal sobre la globalización, el rol de los Estados, la propiedad privada, el liberalismo, el populismo, las políticas de asistencia social, las finanzas, las deuda de países pobres y los pactos sociales. La posición del Papa Francisco genera muchísima incomodidad en el poder económico y en grupos sociales y mediáticos conservadores.

Las encíclicas “Lumen fidei” (2013) y “Laudato si” (2015), la exhortación apostólica “Evangelii Gaudium” (2013) o sus palabras en seminarios como “Nuevas formas de fraternidad solidaria de inclusión, integración e innovación (I+I+I)” celebrado a comienzos de este año, llevaron al Papa Francisco a convertirse en la voz global más poderosa para cuestionar el actual poder económico mundial.

La tercera encíclica “Fratelli tutti”, fue un nuevo capítulo en este recorrido, donde no dejó tema económico sin tocar, desde la globalización hasta el rol de los Estados y la propiedad privada, pasando por el neoliberalismo, el populismo, las políticas de asistencia social, las finanzas, los endeudamientos soberanos, o los pactos sociales, entre otros.

Para agregar que “el avance de este globalismo favorece normalmente la identidad de los más fuertes que se protegen a sí mismos, pero procura licuar las identidades de las regiones más débiles y pobres, haciéndolas más vulnerables y dependientes”, con lo que “la política se vuelve cada vez más frágil frente a los poderes económicos transnacionales”.

En otro tramo indicó que «la propaganda política, los medios y los constructores de opinión pública persisten en fomentar una cultura individualista e ingenua ante los intereses económicos desenfrenados y la organización de las sociedades al servicio de los que ya tienen demasiado poder”.

Modelos neoliberales

En esta encíclica realiza una fuerte crítica a los modelos neoliberales, al señalar que «el mercado solo no resuelve todo, aunque otra vez nos quieran hacer creer este dogma de fe neoliberal. Se trata de un pensamiento pobre, repetitivo, que propone siempre las mismas recetas frente a cualquier desafío que se presente. El neoliberalismo se reproduce a sí mismo sin más, acudiendo al mágico “derrame” o “goteo” -sin nombrarlo- como único camino para resolver los problemas sociales. No se advierte que el supuesto derrame no resuelve la inequidad, que es fuente de nuevas formas de violencia que amenazan el tejido social”

Apunta que «el fin de la historia no fue tal, y las recetas dogmáticas de la teoría económica imperante mostraron no ser infalibles. La fragilidad de los sistemas mundiales frente a las pandemias ha evidenciado que no todo se resuelve con la libertad de mercado y que, además de rehabilitar una sana política que no esté sometida al dictado de las finanzas, tenemos que volver a llevar la dignidad humana al centro y que sobre ese pilar se construyan las estructuras sociales alternativas que necesitamos”.

En relación a las políticas económicas globales, afirma que “se argumenta que conviene limitar la ayuda a los países pobres, de modo que toquen fondo y decidan tomar medidas de austeridad. No se advierte que, detrás de estas afirmaciones abstractas difíciles de sostener, hay muchas vidas que se desgarran”.

Denuncia que el derecho fundamental de los pueblos a la subsistencia y al progreso “a veces se ve fuertemente dificultado por la presión que origina la deuda externa. El pago de la deuda en muchas ocasiones no sólo no favorece el desarrollo, sino que lo limita y lo condiciona fuertemente. Si bien se mantiene el principio de que toda deuda legítimamente adquirida debe ser saldada, el modo de cumplir este deber que muchos países pobres tienen con los países ricos no debe llegar a comprometer su subsistencia y su crecimiento”.

Estados nacionales

De hecho, plantea que el siglo XXI «es escenario de un debilitamiento de poder de los Estados nacionales, sobre todo porque la dimensión económico-financiera, de características transnacionales, tiende a predominar sobre la política». Avala una economía y una tecnocracia subordinada, pues afirma que «la política no debe someterse a la economía y esta no debe someterse a los dictámenes y al paradigma eficientista de la tecnocracia».

Por eso, sin dejar de «rechazar el mal uso del poder, la corrupción, la falta de respeto a las leyes y la ineficiencia», afirma que «no se puede justificar una economía sin política, que sería incapaz de propiciar otra lógica que rija los diversos aspectos de la crisis actual (…) No se puede pedir esto a la economía, ni se puede aceptar que esta asuma el poder real del Estado”.

Señala la necesidad de Estados que se encuentren presentes y activos, junto con “instituciones de la sociedad civil que vayan más allá de la libertad de los mecanismos eficientistas de determinados sistemas económicos, políticos o ideológicos, porque realmente se orientan en primer lugar a las personas y al bien común. Algunos nacen en familias de buena posición económica, reciben buena educación, crecen bien alimentados, o poseen naturalmente capacidades destacadas. Ellos seguramente no necesitarán un Estado activo y sólo reclamarán libertad. Pero evidentemente no cabe la misma regla para una persona con discapacidad, para alguien que nació en un hogar extremadamente pobre, para alguien que creció con una educación de baja calidad y con escasas posibilidades de curar adecuadamente sus enfermedades. Si la sociedad se rige primariamente por los criterios de la libertad de mercado y de la eficiencia, no hay lugar para ellos, y la fraternidad será una expresión romántica más”.

Incluso, en el apartado Reproponer la función social de la propiedad, va más allá y plantea que “si alguien no tiene lo suficiente para vivir con dignidad se debe a que otro se lo está quedando”. Y cita a Juan Pablo II al señalar que “la tradición cristiana nunca reconoció como absoluto o intocable el derecho a la propiedad privada y subrayó la función social de cualquier forma de propiedad privada”. Para enfatizar que antes que su derecho, “está el más importante y anterior principio de la subordinación de toda propiedad privada al destino universal de los bienes de la tierra y, por tanto, el derecho de todos a su uso”, una definición que en Argentina se vuelve clave ante las diferentes tomas de tierras.

Populismo y liberalismo

Si hay un debate que trasciende al país, es del populismo, del cual fue “acusado” hasta el mismo Papa Francisco. No deja de mencionar que ciertas formas populistas usan a los pobres “demagógicamente para sus fines” y que él está “lejos de proponer un populismo irresponsable”, criticando los casos donde “se responde a exigencias populares en orden a garantizarse votos o aprobación”. Para apuntar también que «a veces se tienen ideologías de izquierda o pensamientos sociales, junto con hábitos individualistas y procedimientos ineficaces que sólo llegan a unos pocos».

Pero afirma que la pretensión de instalar el populismo como clave de lectura de la realidad social, tiene la debilidad de que “ignora la legitimidad de la noción de pueblo», y «es muy difícil proyectar algo grande a largo plazo si no se logra que eso se convierta en un sueño colectivo”, dando cuenta del rechazo “por las visiones liberales individualistas, donde la sociedad es considerada una mera suma de intereses que coexisten. En ciertos contextos, es frecuente acusar de populistas a todos los que defiendan los derechos de los más débiles de la sociedad«, señalando también ciertas “formas liberales al servicio de los intereses económicos de los poderosos”.

En otro tramo que parece apuntar al rol clave de las organizaciones sociales, plantea superar «esa idea de las políticas sociales concebidas como una política hacia los pobres pero nunca con los pobres, nunca de los pobres y mucho menos inserta en un proyecto que reunifique a los pueblos”.

Por último, también muestra su desencanto por la falta de aprendizaje del sistema económico global, pues señala que «la crisis financiera de 2007-2008 era la ocasión para el desarrollo de una nueva economía más atenta a los principios éticos y para una nueva regulación de la actividad financiera especulativa y de la riqueza ficticia. Pero no hubo una reacción que llevara a repensar los criterios obsoletos que siguen rigiendo al mundo”. Es más, parece que las verdaderas estrategias que se desarrollaron posteriormente en el mundo se orientaron a más individualismo, a más desintegración, a más libertad para los verdaderos poderosos que siempre encuentran la manera de salir indemnes».

Pactos sociales

Una referencia habitual en la economía son los “pactos sociales”, es decir los acuerdos entre empresarios y trabajadores para garantizar una armonía de clases.

Según señala el Papa en su encíclica, “la paz social es trabajosa” ya que no consiste “en una paz que surge acallando las reivindicaciones sociales o evitando que hagan lío”, ya que no es “un consenso de escritorio o una efímera paz para una minoría feliz”.

Francisco afirma que “cuando un sector de la sociedad pretende disfrutar de todo lo que ofrece el mundo, como si los pobres no existieran, eso en algún momento tiene sus consecuencias. Ignorar la existencia y los derechos de los otros, tarde o temprano provoca alguna forma de violencia, muchas veces inesperada. (…) Por lo tanto, no se trata solamente de buscar un encuentro entre los que detentan diversas formas de poder económico, político o académico. Un encuentro social real pone en verdadero diálogo las grandes formas culturales que representan a la mayoría de la población”.

Concluye diciendo que “quienes pretenden pacificar a una sociedad no deben olvidar que la inequidad y la falta de un desarrollo humano integral no permiten generar paz. (…) Cuando la sociedad -local, nacional o mundial- abandona en la periferia una parte de sí misma, no habrá programas políticos ni recursos policiales o de inteligencia que puedan asegurar indefinidamente la tranquilidad. Si hay que volver a empezar, siempre será desde los últimos”.

(Tomado de Página 12)

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