Por David Brooks
La mala noticia es que Trump obtuvo 73 millones de votos –el segundo total más alto jamás registrado para un candidato presidencial– incrementando en más de 9 millones su base electoral de hace cuatro años, a pesar de su promoción de una agenda populista de derecha con todos sus detalles racistas y xenófobos (aun así, elevó su numero de votantes latinos y afroestadunidenses, algunos sectores de mujeres y de la comunidad gay) y su manejo criminal de la pandemia.
Como muchos concluyen, se derrotó a Trump pero no al trumpismo y sus raíces y razones seguirán presentes.
No es que nada cambie. Por ejemplo, Biden ha prometido que de inmediato renovará la protección contra la deportación a los soñadores –inmigrantes que llegaron siendo menores de edad– afectando a unos 700 mil, en su mayoría mexicanos; reanudará la protección temporal para cientos de miles de inmigrantes y propondrá una reforma para legalizar a más de 11 millones de indocumentados, entre otras medidas. Más aún, ha prometido reingresar de inmediato al Acuerdo de París sobre cambio climatico y a la Organización Mundial de Salud, entre otras cosas. Son cambios limitados pero significativos, y los que han argumentado que Trump y Biden daban lo mismo para México y otros países latinoamericanos, tal vez deberían consultar tanto a sus paisanos aquí adentro como a los jóvenes de todo el mundo que temen por el futuro de su planeta.
Pero Biden no es ningún salvador, y los progresistas no se han olvidado de que es un político neoliberal con una larga carrera de 47 años como representante fiel del establishment. Vale repetir que para el amplio abanico de progresistas en Estado Unidos, esta elección nunca se trató de una contienda entre Biden y Trump, sino de una batalla para rescatar derechos básicos y otras conquistas sociales democráticas contra un asalto neofascista.
Biden hizo campaña esencialmente ofreciendo un regreso a la normalidad
, pero progresistas coinciden en que esa normalidad, producto de cuatro décadas de neoliberalismo bipartidista, fue justo lo que llevó a una crisis que culminó con el fenómeno de Trump.
Pero al mismo tiempo han florecido fuerzas progresistas que se han expresado a través de las campañas de Bernie Sanders y otros, como movimientos sociales masivos incluyendo los de por la justicia racial, inmigrantes, ambientalistas, antiarmas, de derechos indígenas, derechos de las mujeres, y más, que no sólo fueron fundamentales en la derrota de Trump en esta elección, sino que son la clave para el futuro del país.
El triunfo de Biden y Harris marca sólo el inicio de la próxima etapa de una lucha para la democratización de Estados Unidos, reiteran casi todas las fuerzas progresistas, las cuales ya han estado abordando que significa reconstruir un país donde amplias capas sociales han sido devastadas por el neoliberalismo (incluidas algunas que forman parte de la base de Trump). Saben que será sólo por sus esfuerzos de organización y movilización constante que se lograrán los cambios necesarios para democratizar a fondo este país. Esa es la buena noticia.
La mala noticia es que, si fracasan, advierten algunos, como el periodista Chris Hedges, podría regresar un régimen fascista cristiano más disciplinado que el de Trump, y por lo tanto más peligroso.
El país que pretende ser faro de la democracia
para el mundo ahora necesita del resto del mundo para encender y mantener esa luz aquí adentro.
Lo único que hicimos mal fue quedarnos en el desierto demasiado tiempo; lo único que hicimos bien fue el día que empezamos a luchar
. Eyes on the Prize. Springsteen y Seeger Sessions.