Para Freud lo femenino siempre fue un enigma.
Queriendo recordarlo, Jones escribió en su biografia que cierta vez, Freud le preguntó a Marie Bonaparte: «La gran pregunta que nunca ha obtenido respuesta y que hasta ahora no he sido capaz de contestar, a pesar de unos treinta años de investigación del alma femenina, es ésta: ‘¿Qué es o qué quiere o desea la mujer?'» (Ernst Jones. Barral II, página 258)
La preguna sintetiza una curiosidad acerca de lo cerrado, incognoscible, indescifrable, dilemático; enigma en el sentido de aquello que acucia la curiosidad.
Lo enigmático no es aquello que nos deja indiferentes, es enigmático porque queremos saber sobre esa cosa, porque atrae activamente y nos perfora en silencio, frustrándonos interminablemente.
A Freud le interesaba qué quería, qué deseaba la mujer, y no obtenía respuesta, reconociendo su frustración y su curiosidad ante el enigma que partía de ella (s), ella en sí-era-el-enigma.
De allí la colección de textos dedicados al cuerpo y al psiquismo de niñas y mujeres rondándolas sin acertar con el camino que respondiese a nuestro «querer» y reconociendo la impotencia que ese otro humano sin pretenderlo le desafiaba ¿sin pretenderlo?
Como fuese, algo se mantenía cerrado, escondido, oculto, silencioso, entre los hombres que querían descubrir y ellas que no aclaraban, algo sellado entre ellas, secreto, un sigillum no compartido con los varones que Freud registró y quedó pasmado ante el descubrimiento, algo frente a lo cual no tendría respuesta porque era algo que sucedía con las mujeres, entre las cosas queridas y deseadas por ellas. Freud lo advirtió, instaló la pregunta durante cuarenta años e insistió durante treinta años en buscar la respuesta: ¿Qué querían y no lo decían? Quizás no había palabras para pronunciarlas…
Posiblemente tuviese algo que ver con el campo de lo sexual, “un campo de posibles relaciones sexuales estructurado por instituciones sociales y políticas, así como por límites culturales y sociales impuestos al contacto sexual” (Farrer ,J. Sexualites), el sexo como un recurso social…
Sería una ventaja infinita de las mujeres ese sigillum de un saber escondido.
Tal vez encierre la potestad de dejar un sello a sus descendientes, del cual el varón no participará: el ombligo, la marca, el sello, el heredero del sigillum que sólo las mujeres transmiten. De lo femenino de donde parte lo inescrutable para Freud el sigillum es una marca que puede dejar la mujer, que nos atraviesa a todos y la vincula para siempre con su descendencia, como un secreto.
Fuente: Página/12