El caso de las trabajadoras de Industrias Florenzi, despedidas en julio del año pasado sin que la empresa les brindara las prestaciones que les correspondían, muestra la precariedad laboral que impera en el país. Hasta casi un año después comienza a judicializarse el hecho a todas luces injusto. Que el despido ilegal de cerca de 70 trabajadores de la municipalidad de Santa Tecla haya tardado 30 meses en tener una solución legal expresa las dificultades, e incluso la incapacidad, de los tribunales laborales para dar la pronta y cumplida justicia que la Constitución garantiza. La usual indiferencia ciudadana y la falta de movilización sindical agravan la situación. Si bien ante otras injusticias la ciudadanía tiende a actuar, frente a la injusticia social hay una tendencia al sálvese quien pueda y a dar por hecho, en el fondo, que el trabajo es una mercancía más, sujeta a las leyes del mercado.
La cultura individualista anima siempre a los triunfadores a seguir en sus negocios, por injustos que puedan ser, y olvida a los perdedores, que son mayoría. En el país se presenta como exitosos a quienes ganaron una beca en Estados Unidos o a quienes, ya graduados, han participado en algún proyecto o empleo llamativo. Estos éxitos, que sin duda son positivos a nivel personal, se usan con frecuencia para hablar de oportunidades y ocultar el trabajo precario que sufre la mayor parte de los trabajadores salvadoreños. La educación, uno de los mejores medios para la movilidad social ascendente, padece de unas desigualdades tan profundas en materia de calidad que solo un 20% de la población tiene acceso a estabilidad laboral.
Si al trabajo precario en diversas fábricas y maquilas se le añade el trabajo informal, es claro que el trabajo no se valora como fuente de desarrollo humano, sino como objeto de mercado para enriquecimiento de minorías. Cambiar eso es urgente. Muchos en el país afirman que el pueblo salvadoreño es uno de los más laboriosos del mundo y presumen de ello. Independientemente de que eso sea verdad o no, lo cierto es que el trabajo de la mayoría está poco valorado. Aunque entre trabajo y capital debe haber complementariedad, el primero es siempre más importante que el segundo. El trabajo humaniza si está justamente retribuido; en cambio, el capital, una realidad material e instrumental, no tendría sentido sin el trabajo. En América Latina en general y en El Salvador en particular, la prioridad del capital sobre el trabajo es tan fuerte que ha provocado que existan minorías que tienen de sobra y multitudes que carecen de casi todo.
El trabajo debe ser priorizado si se desea alcanzar un desarrollo humano y justo. La pandemia y la irresponsabilidad empresarial han golpeado severamente a las trabajadoras de Industrias Florenzi. Ellas merecen una indemnización no solo por la pérdida de su empleo, sino por todos los meses de sufrimiento, abandono y maltrato sufridos desde su despido. Como ellas, un gran número de compatriotas han enfrentado graves problemas laborales a raíz del covid-19. Apoyar la creación o reapertura de fuentes de trabajo con salario digno, formalizar el trabajo informal y ampliar la seguridad social son tareas estatales y sociales indispensables para vencer la pobreza y construir justicia social.
EDITORIAL UCA