El psicólogo estudió el accionar de la fuerza policial en las situaciones de consumo de sustancias en la calle. En un libro, destaca cómo se fuerzan situaciones para enmarcar problemas de salud dentro del Código Penal.
Por Juan Pablo Csipka.
Una de las manifestaciones del accionar policial en la calle es aquella que se da cuando aparece una persona con signos de haber consumido una sustancia que altera sus facultades. En la vía pública, son los policías los que intervienen, y su rol es el eje de Cuidar a la fuerza. Sobre la intervención policial con personas intoxicadas por uso de drogas, libro de Daniel Russo que publicó La Docta Ignorancia. Russo es psicólogo, doctor en Salud Mental Comunitaria y se desempeñó en la Secretaría de Lucha contra el Narcotráfico (Sedronar).
El libro, afirma, “surgió por una preocupación que me acompaña hace muchos años. Es un tema que condensa muchas problemáticas y descubre muchos elementos sobre la intervención policial. Yo trabajé en un metro cuadrado muy chiquito y pensé otros alcances. La particularidad es que denuncia una situación de extrema vulnerabilidad del intoxicado en la vía pública y cuál es la respuesta de las agencias del Estado con sus actores de excelencia en la calle, que son policías”. Russo resalta que la acción ante estas situaciones no está a cargo de médicos y psicólogos, sino de uniformados. “Se arma una escena con ribetes que van de lo tragicómico a lo trágico”, dice sobre lo que ocurre y que plasmó en su trabajo.
–Supongamos que ahora hay un caso de un intoxicado en la pública, ¿cómo se debería proceder y qué es lo que termina pasando?
–Los pasos a seguir para una intervención correcta es que entre en acción un funcionario policial de manera directa o por llamado de un tercero. Llega, evalúa la situación, no de salud, sino la potencialidad y el riesgo de la escena, pide ayuda al SAME, contiene a la persona tranquilizándola hasta que llegue el SAME, acompaña a los médicos en la atención, y si deciden llevarla a un hospital, puede acompañar si es necesario. Es lo ideal y pasa muy pocas veces, según surge de las entrevistas.
–¿Y por qué no se da mayormente de esa forma?
–Porque el policía se quiere sacar el problema de encima: el borracho es un problema para el agente. Se abren dos posibilidades: si nadie mira, si no hay cámaras, si nadie llamó, el policía hace la práctica del tomate, definida así por los propios entrevistados. Es decir: “Tomatela”. Lo sacan de la jurisdicción, que cruce al ámbito de otro funcionario, al otro lado de una avenida. Esto tiene una garantía de éxito muy chica, porque se queda con la incertidumbre de que no sabe qué pasa en el medio. Los policías temen cuando tienen que intervenir, eso me sorprendió. Ponen una carga muy importante en la práctica, ahí están los niveles de responsabilidad que puedan caber.
–El libro muestra que la redacción del informe policial es una cuestión central para ellos.
–Exacto. La otra vía, que es complicada para ellos, es cuando hay delito: no se pueden desentender con el 911, ahí se enfrentan al incumplimiento de los deberes de funcionario público. Conviene aclarar algo: estar intoxicado en la vía pública no es un delito. Es una infracción manejar alcoholizado o tener ciertas drogas para consumo, pero no lo es el estado de intoxicación. Al intervenir, el policía no tiene una carta importante, que es el Código Penal porque es un tema de salud. El problema es que el intoxicado puede negarse a recibir asistencia. Ahí los policías contienen la escena, llaman al SAME, el tipo se niega a ser ayudado, y aunque administrativamente se puede labrar un acta con dos testigos en la que se aclara que la persona no quiere ayuda, los funcionarios sienten la espada de Damocles, que el acto administrativo se les puede volver en contra a través de un fiscal, y entonces hacen un movimiento muy sutil a veces, a veces no, que se da cuando la persona no quiere asistencia: generan fricciones para que la persona reaccione y así llevar la escena a su terreno, el del campo penal, y armar una causa por resistencia a la autoridad. Donde había un problema de salud, cuando se les complica, arman una escena que es ordenada por el Código Civil. Lo que debía ser una práctica de cuidado, se convierte en una causa penal. Ahí cambia todo, porque cuando se activan los resortes del Estado, la persona ya no puede decidir si quiere ser atendida o no por un médico. Se hace la revisión médica compulsiva y el traslado a sede policial. El tema es que no todos los casos son de resistencia a la autoridad, hay un abuso de esa figura en la ciudad de Buenos Aires, se viene denunciando por varios actores.
–¿El gran problema pasa por la capacitación de los agentes?
–Voy más allá. No se resuelve solamente con protocolos y capacitación, que son necesarios. Yo elaboré en la Sedronar una guía de intervención para fuerzas federales. Ahí se desnuda cómo es el tratamiento en general de las intoxicaciones, no solamente a nivel policial. Hay intoxicaciones que son aceptadas y aceptables; hay actores a los que la intoxicación perjudica en diferentes contextos. Si yo veo a mi tío en Navidad arrastrando la lengua, no me preocupo, pero si lo veo así un martes a las 3 de la tarde, me voy a alarmar. Hay tipos de intoxicación que se evalúan de modo muy diferente. Para el policía no es lo mismo un borrachín que pisó una baldosa floja que el que consumió una droga o que el que está alcoholizado. Se abre una serie de gamas con resultados distintos. Se juega una suerte de piedra, papel o tijera entre el policía y la persona intoxicada. Ninguno de los dos se quieren encontrar, pero si se encuentran, lo que va a definir el rumbo es que la persona intoxicada no se muestre desafiante, que acepte instrucciones, y que no haya nada que empuje al policía a actuar con mayor rigor sobre el cuerpo del otro. Donde cualquier elemento lleva al campo de la intervención física, la escena se vuelve incierta y compleja. Cuando hay reducciones físicas, terminan mal, con las personas lastimadas, es casi inevitable. Van a tender a resistirse y eso lleva a lesiones o situaciones más complejas.
–¿Qué ocurre en ese caso en el plano judicial?
–No pasa nada, queda una mancha para la persona cuando le pidan antecedentes penales al querer ingresar a un trabajo. Las más de las veces no prospera, son callejones sin salida, y de alguna manera eso que producen ciertos operadores judiciales es el equivalente, en sentido contrario, del malestar que producen los funcionarios policiales con las causas a perejiles por la ley de drogas. Los funcionarios judiciales lo último que quieren es tener una intervención porque saben positivamente, y yo concuerdo con ellos, que este es un tema de salud, no de seguridad. El problema es que no hay médicos o psicólogos en las calles viendo si alguien precisa asistencia. Cuando hay un problema de esta naturaleza, espontáneamente se avisa a la policía, porque es la representación del poder del Estado. A nadie se le ocurre llamar directamente al SAME, llaman al 911 y piden que vaya el vigilante que da vueltas en la esquina.
–¿Qué diferencia hay en este derrotero según se trate de un alcoholizado o de alguien bajo efectos de droga?
–Mi investigación no es sobre drogas en sí, sino sobre intoxicaciones. Cuando estas se dan con drogas ilegales, se abre un capítulo diferencial en la intervención policial. Cuando se da el caso con un borrachín, por lo general no escala el problema. Ahora, si el intoxicado lo es por drogas ilegales, ya hay una disposición distinta y ya hay una distancia afectiva insalvable. El tema es que los policías reciben presiones por parte de fiscales o jefes, cuando precisan inflar estadísticas. Ahí los mandan a hacer arrestos por ley de drogas. Así agarran a un pibe con un cigarrillo de marihuana en el bolsillo. Es sencillo, van a una plaza y en unos minutos agarran a alguien. El tema es que se genera impotencia, porque se abre un camino judicial que no lleva a absolutamente ningún lado. Mientras destinan trabajo en una ley que no tiene efectos disuasorios, saben que hacen espuma para inflar estadísticas oficiales. Esto deja en evidencia la inadecuación de la ley vigente, y no quiere decir que estén en contra de la penalización.
–¿Cuál es el punto de vista de los policías?
-Analicé la perspectiva de los funcionarios a la hora de intervenir. Se dio justo en el momento de creación de la Policía de la Ciudad. Hubo una vacancia de identificación institucional. Trabajé con gente que provenía de la Provincia y se pasó a la Metropolitana. No había una referencia concreta en cuanto a los procedimientos de la Policía de la Ciudad. Era muy evidente que se actuaba desde el propio sentido común policial. Fue algo afortunado, que no busqué, que se dio así y que me permitió ver el fenómeno. Solamente hablé con policías. Armé un sistema de bola de nieve, en sentido metodológico: hice los primeros contactos que me llevaron a otros y contrasté las diferencias metodológicas y procedimentales en Capital y Provincia y con la Federal. Me asenté en la policía porteña, no tenía funcionarios surgidos de su propia escuela en ese momento. Tenía gente de la Metropolitana y de la Superintendencia de Seguridad Metropolitana de la Federal. Además, la Ciudad tiene fuerzas federales, Gendarmería y Prefectura en funciones policiales y policías federales en situaciones muy puntuales como los ferrocarriles. Son fuerzas federales con función policial específica. Hablé sobre todo con policías de la Ciudad nuevos, recién llegados de la Federal o de la Metropolitana, más gendarmes y policías federales con funciones en la ciudad. Y además, para ver diferencias de procedimiento y criterio, entrevisté a funcionarios policiales de la provincia cercanos a la ciudad, como Avellaneda o Lanús, zona norte. Hice una tela de araña sobre conceptos y procedimientos. Lo que hallé es una muestra muy potente de cómo en nuestra democracia todavía tenemos deuda para saldar respecto de la necesidad de democratizar la institución policial. Hubo intentos muy interesantes y firmes en la Provincia, sobre todo con Arslanian, para democratizar y profesionalizar la fuerza, pero hay una deuda de la democracia hacia los policías. Es muy difícil, pese al pensamiento mágico, pensar en convivencia democrática sin institución policial.
–Un rasgo llamativo es lo del “Mensaje García” que aparece en el libro, y que se traduce como un “haga lo que pueda” que los superiores le bajan a los efectivos.
–Es un flash, una perla dentro de la investigación. Es una jerga policial. El libro lo han leído policías y la mayoría fue con buenas respuestas y me han dado la derecha en algunas cuestiones. Un tipo muy lúcido de la policía provincial me dijo: “Vos te metiste con el corazón de nuestro ser, que es el mensaje García”. Tiene un sentido, es una oda al patriotismo. Su origen es la guerra de Cuba a fines del siglo XIX, un general García había quedado sitiado y mandan a un soldado a llevarle un mensaje. El tipo no pregunta cómo lo tiene que hacer. Va y lo hace, se destaca el arrojo, hacer lo que hay que hacer sin medir nada. El Mensaje García fue reapropiado en la Bonaerense en un sentido totalmente distinto: “Hacé lo que puedas, usá tu criterio y resolvé este quilombo”.
–Suena a lógica de Obediencia Debida…
–Lo pensé por ese lado, pero en el fondo el mensaje es una forma de expresión del desborde en que vive la institución policial. Un pibe modula “qué hago” y le dicen “Mensaje García, resolvelo como puedas, hacete cargo”. Es como el método que dicen que tienen los japoneses para enseñar a nadar a los bebés, que los meten al agua y prácticamente aprenden a la fuerza.
–¿Cómo se podría cambiar el enfoque con intoxicados en la calle por parte de la fuerza policial?
–Desde la academia hay que ayudar a comprender que cuando hablamos de la Policía en realidad hablamos de las policías y que aun dentro de la misma institución, los modos de intervención están organizados con cuadrantes muy distintos respecto de la territorialidad y los factores con que se interviene. La experiencia de alguien de clase media en su barrio es diferente a la de alguien de sectores populares. Y los policías suelen ser de esos barrios, y cuando intervienen suelen aplicar un grado mayor de hostilidad. Yo estuve a cargo del proceso de formación de la Policía Buenos Aires 2 en la Universidad de Lanús y de la policía local en 2014-2015. Los mismos policías me decían que saben que los médicos y los psicólogos tienen una formación increíble y saben qué hacer y que ellos salen a la calle con muy poco conocimiento y se van haciendo en la experiencia de los mayores y a los tumbos. Hay que bajar ese concepto del “policía cuidando” que me parece importante para las políticas públicas. Los policías tienen una carga de trabajo enorme, en condiciones que ningún otro colectivo de trabajadores aceptaría, y mientras tienen que desescalar algún conflicto intrafamiliar o entre vecinos, saben con un lado de su cerebro que salen de ahí y tienen 800 cosas más para resolver. Hay un estado de urgencia permanente que dificulta que en la intervención se pueda tomar el tiempo y las consideraciones necesarias para hacer su trabajo y que intervengan las áreas que tienen que intervenir cuando el tema no es específicamente de seguridad como la intoxicación. Eso es concepto y hay que trazarlo con sensibilizaciones, capacitaciones, espacios en donde ellos mismos puedan entender esto. Hay algo que tiene que ver con el régimen y la función de trabajo que tiene que contemplar. ¿Qué es lo que se mide como eficacia en el trabajo policial? Si yo miro cantidad de detenciones, entonces los jefes van a decir: “Dejate de joder con el borracho, andá a detener a otros”.
Fuente: Página/12