Por: Francisco Parada Walsh*
Han pasado más de cinco siglos desde que fuimos conquistados, vejados, asesinados, violados, saqueados y al parecer tan cara lección no sirvió de nada; el salvadoreño no revisa su historia, que una persona pobre y analfabeta que por culpa de esa arena movediza que es nacer pobre en un país pobre no sepa nuestra historia no se le puede criticar pero que profesionales que han estudiado más de diez años no conozcan ni siquiera el significado de criollo, mestizo, ladino no tiene perdón de dios; no conocer sus derechos, nunca haberle dado una ojeada a la Constitución de la República, no conocer que hubo un levantamiento armado en 1932 y que el pobre fue masacrado, ahorcado solo dice el nivel de ignorancia e indolencia que vivimos.
Somos una sociedad que no arranca, tenemos una auto estima tan baja como pocas naciones que se conforma con futbol, circo y víveres; me aterra leer comentarios, sobre todo agradecimientos de profesionales que viven en su concha dando gracias a un gobierno por esto y por aquello, ¡Si son derechos nuestros! Nada es regalado, todo tiene un costo y vivir tan alejados de la realidad solo dice que el salvadoreño no conoce ni su historia ni sus derechos. Nuevamente caemos rendidos ante el conquistador español, aquellos malandrines que nos trajeron espejitos y se llevaron el oro, nos trajeron la biblia y nos dejaron sus dioses; nos trajeron bisuterías y fuimos los serviles eternos. Así las cosas.
Ver los comentarios de personas que han recibido la vacuna o la admiración por el mega centro de vacunación solo dice que vuelven “otros españoles” a darnos espejitos, solo que les llamaré vacunitas que nadie sabe ni que son ni que efectos adversos tienen; sin darnos cuenta nos volvimos conejillos de indias aceptando que sea nuestro cuerpo, nuestro país en el que se experimente una vacuna que si fue el hombre el que creó el virus, también es el quien crea una vacuna; todo está por verse y mi gente agradece a dios y luego al estado como si fuera un regalo; me aterra que un cura que no cura y que peca porque le pica se pronuncie al momento que lo vacunaron, dentro de tantas vacunadas que le han dado y no mencione nada sobre el alto costo de la vida, la migración, los desaparecidos y tantos temas de agenda nacional.
Viajo en el tiempo y me imagino que vivo en 1492, oigo el tropel de los caballos, se bajan tipos barbados, mal encarados, maldiciendo y diciendo: “¿Quién es el próximo a vacunar? Sacando de las alforjas unas jeringas que contienen un medicamento anti viral, y veo mi presente a un estado sacando espejitos y un pueblo entero deslumbrado, haciéndose muecas, burlándose de sí mismo. Espejito, espejito, ¿Quién es el salvadoreño más bonito?: Ante tal cuestionamiento el espejo decide suicidarse, se quiebra en millones de pedazos y con apenas una astilla se corta las venas, nadie puede socorrerlo, murió el espejito, murieron los sueños, murió la verdad.
Así avanza el mundo, vivo en un caos personal pero el caos nacional me gana, me supera, me derrota y no creo que mis ojos vean a una nación que se supere, al contrario, todo es al revés. Recuerdo una ocasión que platicaba con un rico de dinero, quizá fue hace unos quince años, como siempre ha sido mi vida ir contra corriente como el salmón, buscaba otros pastos donde rumiar y llenar mis tres panzas, jubilarme y recibir aplausos fingidos de gente que finge que finge, terminar mi vida bien portado, quizá de obsequio me regalaban un reloj y volver a mi fila en el rebaño; no sé cómo osé decirle que El Pinochini de América necesitaba un siquiatra nacional, su rostro se tornó serio, no le pareció gracioso y empezó a darme ejemplos de lucha, de superación, de valentía; entendí que éramos dos mundos diferentes, los pobres nos olfateamos y sabemos distinguir quién es quién; el rico de dinero es tema aparte.
Una población que le encanta el asistencialismo, pareciera que preferimos dádivas que sentir el sudor del arduo trabajo, de saber que nada es gratis, que no somos nosotros los agradecidos con el estado sino que debe ser el estado el agradecido con nosotros ante nuestra sencillez, nuestra hambre y nuestra falta de dignidad y que gracias a esas falencias puede y tiene el papá estado el derecho de ofenderme, de denigrarme, de embrutecerme pues la auto estima de nuestra nación es muy baja y pasamos de un extremo de violencia indescriptible a un estado de nirvana, y quizá esté escrito en Apocalipsis o en algún rincón de la biblia el no tener amor propio y como premio o castigo, seremos rostizados a fuego lento por la eternidad.
*Médico salvadoreño