En épocas de duelo constante y olas pandémicas que todo lo arrasan, la conciencia de la finitud hace correr el tiempo a su modo. Hoy es mañana, dice la filósofa punk y recorre las tonalidades de lo que llama la covidacechanza.
“En un apartado rincón del universo, donde titilan innumerables sistemas solares, hubo un astro en el que inteligentes animales inventaron el conocimiento. Fue ése el más orgulloso y mentiroso minuto de la `historia universal`, pero sólo fue un minuto. Tras pocos resuellos de la naturaleza, el astro se congeló y los inteligentes animales hubieron de morir”. Esta fábula, con la que comienza uno de los más bellos escritos nietzscheanos, brinda un espejo para reflejarnos y una posta para repensarnos. Si nos midiésemos en tiempos siderales, solo un instante habitamos este planeta. En el breve transcurrir de una vida nos crecen fortísimos tentáculos adheridos a costumbres, hábitos y ceremonias que parecen instaladas para siempre.
¿Todo ha terminado o quedó en suspenso? Solo atisbamos pequeños paraísos postergados. El espectro del contagio sobrevuela el mundo. La nueva normalidad es una pirotecnia de virus. Habitamos en riesgo panmundial. El fin del flagelo no ha tenido lugar. En los primeros aislamientos los imaginarios colectivos se alimentaron con la idea de que en un par de meses se superaría. El estado de las cosas retomaría su cauce, aunque no exento de esquirlas, por eso se pronosticaba “nueva normalidad”, no la normalidad de nuevo. Por ejemplo, es probable que el barbijo se convierta en un existenciario. Algo constitutivo de nuestro modo de ser. Una mutación técnica de la especie. Extensión textil, doble piel, suplemento incorporado al esquema corporal, dildo perenne.
Oímos el canto de las sirenas mientras navegamos entre obstáculos similares a las peripecias del héroe griego. La diferencia es que a Ulises lo acechaban monstruos gigantescos, en cambio nuestra covidacechanza es un monstruo tan chiquito que ni lo vemos. Pero su potencial destructivo es implacable. Aunque no tanto como para hacernos perder las ilusiones. Y a pesar del temor y el temblor (o gracias a ellos) el deseo persiste. ¡Disponíamos de tantas posibilidades y no éramos conscientes! ¡Cuántas veces las dejamos pasar!
La nostalgia de nuestros hábitos recreativos nos aguijonea. Pero el covid vampiriza, la persona contagiada contagia. Drácula es más frontal, por lo menos muestra los colmillos. Sin embargo, las situaciones infaustas pueden habilitar beneficios. El escritor y performer Lucas Fauno declara que su producción se intensificó a partir del límite que le implantó la vida: es seropositivo. “Antes de devenir VIH carecía de consciencia de clase, ni se me ocurría ser activista social. Lo mejor que me trajo el virus fue politizarme”, dice mientras lucha con la enfermedad, milita, educa, ayuda, se lo nota contento y motivado. El obstáculo lo despertó de su dogmático sueño individualista. Trata de capitalizar la experiencia y compara la covid 19 con el VIH y sus consecuencias sociales, incentiva iniciativas para que surjan nuevas formas de relación a partir de los límites.
En prepandemia no advertíamos ciertas oportunidades, las dejábamos para mañana. Pero hoy es mañana. El ahora o quizás nunca se desprende del comentario de esta amiga mendocina: “Cuando comenzó el aislamiento internacional solía pensar (con secreta envidia) cuánto más soportable seria sobrellevar la cuarentena en una playa del Caribe. Luego caí en la cuenta de que mucha gente podría pensar qué sería maravilloso transcurrirla al pie de la Cordillera de los Andes. Ahí cobré conciencia de que antes de la pandemia pasaba meses sin caminar la montaña. Hice clic, tan pronto como se permitió el andinismo, comencé a escalar todas las semanas”.
La libertad es un juego, por un lado, nos damos cuenta de la autonomía que teníamos y no siempre aprovechamos. Por otro, aunque aceptamos las estrategias sanitarias, buscamos resquicios entre las limitaciones, líneas de fuga. Una vocecita dice que quizás mañana no sea posible. Tener presente la finitud sin melancolía y con responsabilidad enriquece la existencia.
En Pompeya, en las ruinas restauradas de los lupanares, las salas dedicadas al placer extremo ostentan coloridos murales con escenas mortuorias. Tener presente el fin estimulaba el goce, era afrodisíaco (el viagra latino). Beber hasta las heces del cáliz de la vida. Ese mismo espíritu alienta la oda de Horacio: “Puede ser que Júpiter te conceda varios inviernos, o puede ser que éste sea el último; pero tú has de ser sabia, escancia el vino y olvídate de la brevedad amparándote en la larga esperanza. Mientas hablamos el tiempo se nos escapa. ¡Aprovecha el instante!”. Carpe Diem!
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“El hombre es una invención cuya fecha reciente muestra la arqueología de nuestro pensamiento. Y quizás también su próximo fin. Si ciertas disposiciones desaparecieran, tal como aparecieron y oscilaran, como lo hizo el suelo del pensamiento clásico, entonces podría apostarse a que el hombre se borraría, como en los límites del mar un rostro de arena”. Quienes leen únicamente este fragmento de Las palabras y las cosas, de Foucault, arguyen que anuncia “la muerte del hombre (empírico)”. Pero en realidad anuncia la probable desaparición del objeto de estudio de las ciencias sociales, una invención reciente. (Cabe aclarar que por entonces no circulaba el lenguaje inclusivo y hombre equivalía a humano/a/e). Las movidas calidoscópicas de la historia y la biología pueden hacer oscilar el suelo de nuestras libertades cotidianas, pero desde las fisuras surgen otras libertades legítimas. Creatividad, renovación, activismo, afectos, intercambios grávidos de sentido que asumen la finitud con visión jovial. Según la síntesis borgeana: “el hoy fugaz es tenue y es eterno, otro cielo no esperes ni otro infierno”.
Fuente: Página 12