Desde hace un buen tiempo, los países desarrollados llevan a cabo campañas más o menos sólidas de lucha contra la corrupción. Pese a ello, el problema está lejos de remitir. Con frecuencia se leen noticias sobre bancos internacionales involucrados en actividades ilícitas y de políticos y empresarios que tienen en paraísos fiscales cuentas dudosas o simplemente corruptas. En El Salvador, el debate sobre este tema adolece de un defecto que debe superarse. La tendencia polarizadora del actual régimen en el poder ha polarizado también la discusión sobre la corrupción. Los seguidores de Nuevas Ideas acusan a los Gobiernos de Arena y del FMLN de haber saqueado el erario público. Por otra parte, quienes están justamente preocupados por la falta de transparencia del Gobierno actual lo acusan de corrupción. Han salido a la luz casos de corrupción que involucran a funcionarios actuales. De hecho, el Gobierno estadounidense ha incluido los nombres de algunos de ellos en una lista de corruptos.
Al final, este debate polarizado se vuelve más pantomima y teatro vulgar que auténtica discusión sobre el tema. El régimen solo ve corrupción en el pasado, niega su tendencia al manejo oscuro de fondos y utiliza el rechazo ciudadano a la corrupción contra los grupos e instituciones que no son de su agrado. Por su lado, ciertos críticos del Gobierno, entre los que se encuentran personas e instituciones que en algún momento se favorecieron con la corrupción, solo ven prácticas corruptas hoy, sin reconocer las del pasado. Así, salen perjudicados al final quienes tienen verdadero interés en corregir la corrupción en el país y que de manera constante la han denunciado, tanto frente a Arena y el FMLN como ante Nuevas Ideas y el resto de partidos amantes de la corrupción, que acompañan a quienes desde el poder les ofrecen impunidad, protección y oportunidades de enriquecimiento.
Convertir el debate contra la corrupción en espectáculo político es un elemento propagandístico efectivo en el corto plazo para disimular la crisis y ajustar cuentas con ciertos grupos y personas. Pero en el mediano-largo plazo solo se conseguirá averiar aún más la capacidad de reflexión y diálogo sobre la coyuntura nacional, y agudizar los problemas de subdesarrollo del país. Si además se blinda la corrupción actual neutralizando o cooptando las instituciones estatales de control democrático y ciudadano, el futuro no pinta nada bien. La corrupción es necesario enfrentarla con seriedad, enjuiciando de manera adecuada y libre de interferencias todo acto corrupto, pasado o presente. Si no, se cae en una palabrería que pasa de largo sin cambiar la realidad.
EDITORIAL UCA.