Por: Guillermo Alvarado
Durante el año pasado cerca de 46 millones de personas perdieron su trabajo, o sea su fuente de ingresos para sobrevivir, en 14 países de América Latina, pero de ellos apenas 4 millones aparecen en los registros oficiales lo que significa la existencia de un gran desempleo oculto.
Así lo señaló la investigadora Mariana González en una entrevista que fue publicada este domingo en el diario argentino Página 12, donde hace referencia a un estudio acerca del impacto que la crisis sanitaria tuvo en el mercado laboral en nuestra región.
Independientemente de la pandemia, dijo la académica, esta área siempre ha tenido problemas que la caracterizan, entre ellos los elevados índices de pobreza y la alta tasa de empleo informal, que por regla general es poco productivo, se paga mal y no garantiza ninguna estabilidad.
Por eso, cuando la covid-19 se propagó por todo el continente y los gobiernos se vieron precisados a decretar medidas de aislamiento para contener los contagios, fue justamente ese el sector más dañado por varias razones.
La primera de ellas fue que las personas no podían circular para realizar sus labores cotidianas, que por otra parte desaparecieron, como ocurrió, por ejemplo, con las ventas callejeras o los puestos en los mercados populares.
Además, por su misma condición de informalidad, carecen de garantías laborales y no se benefician con la seguridad social por la sencilla razón de que no están registrados en ninguna parte y por eso la pérdida de su empleo tampoco es contabilizada.
Muchos se vieron pronto atrapados en una disyuntiva terrible, quedarse en casa y sufrir hambre ellos y su familia, o arriesgarse a salir, enfermarse y quizás morir.
Es verdad que la mayor parte de los gobiernos dieron ayudas financieras temporales que aliviaron un poco la situación de la gente, a la vez que dinamizaron parcialmente el consumo, pero estas duraron poco tiempo y tampoco llegaron hasta todos los necesitados.
De acuerdo con González, en este panorama las mujeres llevaron la peor parte, pues no solo pasaron a engrosar esa población fantasma económicamente inactiva, sino que tuvieron que asumir casi todas las tareas del cuidado y la atención al resto de la familia.
Aunque el sector informal experimentó una ligera mejoría a finales de 2020, se teme que una segunda o tercera ola tenga un impacto muy fuerte.
La pandemia, en definitiva, ratificó que somos una región muy vulnerable por la pobreza, las desigualdades, la acumulación de recursos en pocas manos y otras injusticias que históricamente nos han azotado.
Fuente: Radio Habana Cuba.