La Casa de Citas

Por: Francisco Parada Walsh*

La fachada está adornada con bellas hortensias, rosas y claveles. Nadie sabe qué pasa tras esa elegante puerta de madera de nogal. Nadie. La mayoría de visitantes entran con mucho aplomo, parecen ser viejos conocidos. Todos tocan un timbre y son atendidos por el intercomunicador; la clave para que la puerta se abra es decir: “Dust in the Wind” e inmediatamente la puerta poco a poco deja entrar a los clientes, no es raro que también lleguen hermosas y refinadas damas.

La tranquilidad es notoria, pareciera que nadie habita esa lujosa mansión; a lo lejos en una mesa central se puede observar un rimero de sobres, con la diferencia que en letras góticas se lee la palabra: “Menú”. Se escucha una música de fondo, el hombre que atiende el bar limpia las copas; en las penumbras se puede ver a dos hombres jugando billar.

Esa tranquilidad contrasta con lo que sucede en las habitaciones. Quizá la música no permite oír otros ruidos. En una lujosa habitación se encuentra una mujer, todos la conocen por “Madame”, es ella la propietaria de este florido negocio.

El teléfono celular suena, la mujer parece no importarle el sonido del teléfono, cuando decide contestar su displicencia es notoria, se puede ver que mientras ella habla, poco a poco sus chapitas coloreadas pierden el brillo, la elegante “Madame” está más pálida que un papel, parece una estatua; mientras cuelga el teléfono se escucha un leve susurro: “Bitcoin”; ella enciende una alarma que se activa en casos de desastres y en segundos toda esa casa está atiborrada de mujeres y hombres desnudos, todos pensaban que era un incendio u otro tipo de desastre, pero no, son las chicas que preguntan qué pasó, la mujer grita: “Bitcoin, Bitcoin, Bitcoin”; una escultural señorita no entiende qué está pasando y le dice: “Madame”’ ¿Qué es el Mitcoin?; ¡Dije Bitcoin tarada, solo en sexo pensás! Me acaban de llamar del Banco Central de Reserva que el dólar no tiene ningún valor, despachen a sus clientes ya, pero ya no sin antes cobrarles.

Las bellas señoritas no entienden qué pasa, es un regordete hombre que envuelve su grasosa barriga con una pequeña toalla quien le reclama airado a la “Madame”, le dice que cuando sonó la alarma justo en ese momento se lanzaba de un ropero y que el susto fue tan grande que no cayó en el lugar preciso sino en un duro respaldo y que él no pagará ni un centavo mientras el servicio ofrecido no llegue a buen término; su reclamo envalentonó a todos los presentes que se quejaban en voz alta, unos decían que apenas comenzaban, otros que terminaban, pero fue un escuincle joven que le dice a la “Madame”: “Mire Madame, no se haga la de los panes, le pagamos pero si nos deja terminar lo comenzado, sino, no le pagamos nada”.

En todo ese intervalo, algunos aprovecharon en ponerse el pantalón, otros lucían unos calzoncillos tigreados y empezaron a gritar todos al unísono: “No queremos Mitcoin, no queremos Mitcoin”; la “Madame”, algo enojada les dice con un fuerte grito: “Ustedes si son ignorantes ¿Qué no saben qué es Bitcoin? Los hombres se voltean a ver y mueven la cabeza sin entender qué pasa; es la “Madame” quien les dice: “Es la nueva moneda que el país adoptará y deben prepararse pues si ustedes hasta descuento piden a mis chicas ¿Cómo demonios piensan que van a venir cada sábado a echar su “Dust in the Wind?

Ante el desconcierto reinante y ese sin sabor presente en los clientes, es la “Madame” que les dice: “Bueno, hagamos algo para que vean que no soy tan jodida, regresen todos a las habitaciones y quien se quiere tirar del ropero que lo haga, al fin, gracias a ustedes es que mis chicas y yo comemos; terminen lo comenzado y váyanse sin pagar; este “Dust in the Wind” es cortesía de la casa”. Todos vitorean a la generosa “Madame”: “A la bim, a la bim, a la bim bom bam, el mitcoin, el mitcoin, el mitcoin si funcionará”. Fin.

*Médico salvadoreño

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