Por Rodolfo Cardenal.
Las protestas del Día de la Independencia han descolocado a un presidente Bukele hasta ahora muy seguro de sí mismo. La magnitud de la protesta social lo puso a la defensiva en el discurso oficial. La sorpresa fue tal que injurió al cuerpo diplomático, sentado en primera fila en el escenario presidencial. Responsabilizó a algunos embajadores de apoyar lo que descalificó como “oposición perversa”. Les echó en cara que calificaran a su régimen como dictadura. Aunque no se refirió a ningún embajador en particular, la alusión a la quema de la bandera indica que la destinataria del malestar presidencial era la representante de Washington. Así, pues, Bukele perdió los papeles al comienzo de su discurso. No se invita al cuerpo diplomático para ofenderlo públicamente. Aun cuando las acusaciones fueran verdaderas, existen canales específicos para presentar las quejas.
Los manifestantes eran demasiados y de procedencias muy variadas como para haber sido comprados con dólares extranjeros, tal como Bukele reclamó a los embajadores. En su desconcierto, el mandatario minusvaloró al pueblo salvadoreño, ese cuya representación se ha arrogado en exclusiva. Acusar a un presunto enemigo externo es una antigua treta. La oligarquía y los militares, los mismos que colocó delante de su podio, culparon al comunismo internacional de la movilización popular de la década de 1970. El fantasma del comunismo, muy explotado por Arena y el Ejército, ha sido reemplazado ahora por fuerzas externas innominadas. Pero la creatividad irónica, la ira y la impotencia de los protestantes no se compran: “No tenemos miedo”, “Ninguna dictadura borrará nuestra memoria”, “Más estudiantes, menos militares”, “Yo no fui a la guerra para que regrese la dictadura”, “No es chivo…”, “Te cambio tu chivo por mi desaparecida”, “Cuál es la ruta…”.
Los protestantes explicaron la razón de su manifestación con palabras del propio Bukele de 2018: si “un régimen controla las instituciones y las manipula a su antojo”, el pueblo no tiene otra alternativa que “salir a la calle y hacer valer su poder”. Y eso es, precisamente, lo que hicieron miles de ciudadanos. Hacer valer su poder contra un régimen como el de los Bukele. El mismo presidente les señaló el camino. La razón de fondo no está en Gobiernos extranjeros, sino en el salvadoreño. Sorpresivamente, sus palabras se convirtieron en realidad tres años después. La memoria popular recuerda más de lo que parece. Ciertamente, más que Bukele, que no sabe lo que dice y por eso se desdice como la misma facilidad con la que afirma.
Es la fuerza de la sociedad descontenta la que se tomó las calles y las plazas. Sus organizaciones son las que convocaron a la marcha, no los partidos políticos ni los políticos. Por eso, Bukele no ha podido responsabilizar a los mismos de siempre y ha acudido a poderes extranjeros. Pensó que tenía en el bolsillo a las masas. Pero fue demasiado lejos, confiado en sus habilidades prestidigitadoras. Quiso gobernar sin el pueblo y contra el pueblo. No escucha al pueblo ni se mezcla con él. Lo observa de lejos y le habla desde la altura de su podio presidencial. No es simple casualidad u olvido que el gran ausente en la celebración oficial haya sido el pueblo; su lugar fue ocupado por el Ejército.
El encanto ha desaparecido para aproximadamente un tercio de la población. La conmemoración del bicentenario desató el descontento —hasta ahora contenido— de varios miles por la pasividad de la legislatura, la ineficiencia de las alcaldías, las reformas constitucionales inconsultas y muy discutibles, la reelección presidencial, la reforma de la carrera judicial y de la administración de justicia, y la falta de respuesta eficaz a las dificultades experimentadas por la mayoría de la población. Bukele se indigna por la destrucción de un quiosco Chivo, pero no se inmuta por los asesinatos en serie de Chalchuapa. Le importa más su proyecto financiero que las víctimas.
La masividad, el mensaje y el colorido de la protesta social restaron brillo al discurso del bicentenario de la independencia de Bukele. En un esfuerzo por recuperar la iniciativa, hizo muchas alusiones a la independencia y enumeró, una vez más, las obras gigantescas que desde hace meses afirma que están por comenzar. El renovado anuncio de un futuro deslumbrante ha perdido credibilidad. Es un intento por ir hacia adelante para obviar el presente precario, fuente de descontento social.
La protesta social ha golpeado al régimen de los Bukele en uno de sus puntos más débiles. La popularidad, tan cuidadosamente cultivada con la ayuda de un ejército de venezolanos y técnicos variados, ha sido tocada. Parecía inviolable. La falta de respuestas eficaces y viables a la realidad nacional ha hecho que la gente pierda el respeto y el miedo al régimen de los Bukele.
* Rodolfo Cardenal, director del Centro Monseñor Romero.