El juego del Calamar y el culto al dios dinero

Por Fabian Acosta Rico, Universidad Del Valle de Atemajac campus Guadalajara – México.

Dicen los musulmanes fundamentalistas, en su radicalidad religiosa e intransigencia con los no adeptos a su fe, que los occidentales somos idólatras: que adoramos a un dios materialista pero omnipresente que puede asumir todas las formas deseables; codiciado por todos y venerados por la mayoría; ese dios es en efecto el dinero y la religión en la que le rendimos culto se llama capitalismo.

El uso del dinero hoy es universal y sólo los muy espirituales o anticapitalistas lo desprecian. La serie del momento, la que está en el top ten de Netflix, El juego del calamar  tiene como gran protagonista al dinero. Su argumento es simple; pero de una crudeza universal: el dinero pervierte y corrompe a los individuos de cualquier clase social; es malo carecer de él pero igual de patológico resulta el poseerlo en exceso.

La serie escrita y dirigida por Hwang Dong-hyuk nos enseña que  el capitalismo más rampante no es para nada inocuo ni les dispensa a todos la  deseada prosperidad; en su marcha triunfante va dejando una  estela de personas angustiadas y abrumadas por sus deudas; deudas que contrajeron por querer gozar de una sociedad de mercado y consumista que marginan a los de poco poder adquisitivo.

En la historia del Juego del Calamar, uno de estos atribulados por el sistema capitalista es Seong Gi-hun (interpretado por el actor Lee Jung-jae). Este cuarentón, que vive con su anciana madre, es un adicto a las apuestas; trabaja como chofer, está divorciado y le debe dinero principalmente a la mafia de su barrio. Su pequeña hija a la que cría su ex esposa junto con su nuevo marido está a punto de irse a Estados Unidos con su familia. Para obtener la patria potestad de su hija necesita salir de deudas y mejorar de trabajo. A él y a otros en situación idéntica; los recluta en una organización secreta para participar en unos juegos tan infantiles como mortíferos; juegos en los que el ganador obtendrá una impúdica cantidad de dinero: suficiente para salir de sus compromisos económicos y para darse una nueva y opulenta vida.

La tentación es grande pero el precio a pagar por el premio mayor es también alto: más de cuatrocientos participantes y un solo ganador en este juego de supervivencia; todos exponen su vida y dignidad por el idolatrado dinero; el dinero que en su ambigüedad sustantiva es por su ausencia fuente de sus angustias y por su abundancia dispensador de su felicidad. Así como en la serie sorprende el masoquismo de los depauperados concursantes igual llama la atención el sadismo de sus opulentos organizadores. El dinero es un falso dios que degrada a las personas, saca lo peor de ellas, como ya se dijo por su ausencia o carencia.

El éxito del Juego del calamar puede deberse a la simple premisa de que los seres humanos de todas la culturas y civilizaciones no somos tan distintos en lo referente a nuestra relación con el dinero; esta prosaica “divinidad” es venerada por todos sin marcar una diferencia que seas europeo, africano, americano… todos codiciamos su mundano amparo: el da capacidad adquisitiva; pero también seguridad y estatus. Adoradores del Dios Mammón, individuos de la postmodernidad gritamos al unísono  ¡Que viva el dinero!

                                             

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