En el marco de la ofensiva guerrillera “Hasta el Tope”, de noviembre 11 de 1989, concretamente el 16 de aquel mes, entre las cinco y media y las seis de la mañana de aquel día, los periodistas extranjeros que cubrían las acciones, ya cansados para entonces, luego de seis días de enfrentamientos, despertaron a rumores que les eran “…difíciles de asimilar…” por sus implicaciones, y que tuvieron que confirmar luego sobre el terreno: el asesinato de los padres jesuitas, dentro de la UCA.
Por: Luis Arnoldo Colato Hernández*
Esta referencia histórica es relevante para comprender lo que aquello implico entonces y ahora.
Desde el principio los estamentos más recalcitrantes de la derecha salvadoreña y militares, achacaron la responsabilidad a comandos guerrilleros, mientras el END destacaba que los asesinatos se cometieron dentro del área de seguridad militar capitalina, lo que los círculos intelectuales del país observaron también.
La cruda evidencia y las subsecuentes investigaciones a pesar de los obstáculos que la derecha y el ejército salvadoreño opusieron, hizo patente que aquel cobarde asesinato fue cometido por un comando del batallón Atlacatl, al que se le encomendó aquella infamia de parte de la comandancia general del ejército, por la frustración que significaban los reveces militares que la ofensiva supuso, y que aquellos asesinos, sin duda seguros de la impunidad que los arroparía, movidos por una infantil iniciativa, los hiciera dejar la firma del estado salvadoreño: un cartón mal escrito, colgado del portón en el que la guerrilla se atribuía el asesinato.
Todos conocemos el desarrollo desacreditado del remedo de proceso que le siguiera, que fuera una parodia, y que luego de condenar y recluir a algunos de los señalados, los liberara por aquella depravada ley de amnistía, la cual fuera como sabemos, recientemente desautorizada, y que sin embargo algunos juristas atrasados, como aquellos magistrados de la sala de casación, recientemente alegaran como vigente para garantizar para ciertos acusados, la perpetuación de su impunidad, reinante en el país.
Y es que, el mayor legado de aquel crimen es justamente la impunidad, no porque no existiera previamente, sino porque se naturalizó en el consciente colectivo, y que ahora vemos expresarse de manera cruda en la total negación de la institucionalidad salvadoreña, como su consecuente incapacidad de responder a los crímenes que nos azotan.
Entonces como ahora, el estado abrazo a los criminales, a los ejecutores como a los intelectuales, quienes impunes, deambulan por las calles, y solo algunos, entre ellos el coronel Inocencio Montano, fuera finalmente condenando en tierra española, donde purga su delito.
Aquel crimen entonces no solo nos abate porque sigue impune, sino porque es un referente de lo que es nuestro país: el reino de la impunidad, donde si tienes el amparo político y jurídico de las élites, te aseguras un lugar en el paraíso.
Entonces los crímenes en contra de los padres jesuitas y sus acompañantes, Elba y Celina, debemos entenderlos en el contexto que es nuestro país: la referencia por un estado fallido, una norma despreciada, pero, sobre todo, el reino de la impunidad.
*Educador salvadoreño