“Una importante especie biológica está en riesgo de desaparecer por la rápida y progresiva liquidación de sus condiciones naturales de vida: el hombre.” Así daba inicio el histórico discurso de Fidel Castro Ruz en la llamada “Cumbre de la Tierra”, realizada en la ciudad de Río de Janeiro en junio del año 1992. Palabras sabias por lo justas y aún más sabias por lo viejas, pronunciadas hace casi exactamente dos décadas frente a los representantes a las Naciones Unidas. Pese a que el radical escenario planteado por el líder cubano no ha dejado de constatarse en los hechos, nada parece conmover el interesado letargo de las élites políticas y económicas globales.
La puesta en escena del Ministro de Relaciones Exteriores de Tuvalu -ver la fotografía que ilustra este material- resultaría risible si no fuera por lo trágica. Una pequeña nación archipielar de la Polinesia expresa su desesperación por la subida global del nivel de las aguas, las que amenazan literalmente con sepultar a su país en las profundidades del Océano Pacífico. Realidad que podría parecer extrema y distante si no fuera porque diversas ciudades costeras latinoamericanas y las naciones insulares caribeñas sufrirán en los próximos años el mismo dilema que los tuvaluanos.
Mientras tanto, las irresolubles contradicciones del sistema imperante se actualizan con el telón de fondo de la emergencia climática. A las tesis que enfatizan el “carácter democrático” del clima y sus impactos, el capital responde con la estratificación de naciones y de gentes: no sólo resulta desigual la contribución a las emisiones de gases de efecto invernadero, sino también los riesgos y los costos afrontados por las clases dominantes y dominadas, por las potencias centrales y los países periféricos. Mientras de un lado algunos de los capitalistas de mayor envergadura sueñan con colonizar otros planetas y abandonar una tierra para ellos descartable, se dispara la cifra, hoy récord, de refugiados y refugiadas climáticas.
Pero los debates y movilizaciones generados en torno a la COP26 ponen otro asunto en la palestra: la inevitable gravitación de la geopolítica en un mundo cada vez más en disputa, también en una dimensión ecológica. La carrera por la hegemonía global, o al menos por la construcción de un escenario multipolar, considera de momento al clima como una variable más e instrumentaliza los discursos y las prácticas en torno a la ecología y el cambio climático. Detrás de las apelaciones a una humanidad en abstracto se traslucen intereses particulares y correlaciones de fuerzas.
Pero mientras la locomotora de la historia salta velozmente las estaciones que la precipitan a la distopía ecológica, el género humano -parafraseando a Walter Benjamin- busca a tientas el freno de mano. Por fortuna, desde las antiquísimas resistencias de los pueblos indígenas y campesinos hasta las más recientes movilizaciones de las juventudes, desde los movimientos sociales hasta las intelectualidades críticas, se ponen en juego viejas y nuevas sensibilidades ecológicas que demuestran el irrenunciable deseo de legar a las generaciones futuras la misma casa común, el mismo jardín heredado. Nuevamente en palabras de Fidel Castro, ya es casi tarde, pero no del todo aún.
Culminada la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático realizada en Glasgow, ALAI presenta su Dossier “Una especie en peligro: la geopolítica del clima y la COP26”, correspondiente al mes de Noviembre de 2021. Con el objetivo de realizar un primer balance del principal cónclave en materia climática, de poner en común la enorme riqueza y diversidad de alternativas y soluciones, y de visibilizar la agenda ecológica y climática de sujetos y organizaciones populares, ofrecemos una serie de artículos, análisis y notas de opinión publicados en español, inglés y portugués, y elaborados desde latitudes tan diversas como las de Argentina, Brasil, México, Estados Unidos, India, Bangladesh, Malasia, Holanda y Bélgica.