Por Hernán Guggiari.
Freud llamó “la novela familiar del neurótico” a la explicación, que la persona se da a sí misma, sobre la causa de sus pesares y agobios. La novela da un ordenamiento causa-efecto de los hechos que transmite la certidumbre con la cual enfrentamos al mundo. Pero en ella el sujeto es un elemento pasivo de la escena, donde se satisfacen sus pulsiones y transmite su verdad conflictiva íntima e inconsciente, no la realidad, pero requiere de ella para expresarse.
De esa realidad, en el artículo “El malestar en la cultura”, observa que la experimentación de la vida por los humanos requirió maneras de organizarse, pero que sus ejes gobernar y educar, fundamentales para la política, no han logrado una satisfacción completa, ni consistente, ni para todos, ni eterna. Este límite, esta imposibilidad es estructural y es vivida como malestar, que Freud ubica en la cultura.
Nuestra consideración será sobre las argumentaciones cotidianas que se manifiestan espontáneamente como expresión del malestar. Dejamos fuera los análisis producto de un estudio estructural y a las consideraciones lobistas o estratégicas, ligadas a algún poder.
El sujeto requiere de un mundo interno para ubicarse y conocer la realidad. O sea que una conflictiva íntima se puede expresar y satisfacer en el malestar social. En la cotidianeidad social, derivar el conflicto personal a otro, que la culpa sea de un otro representante de la cultura, es una acción no atravesada por la responsabilidad.
Esto tiende a que las razones del malestar social, en el relato individual de la cotidianeidad, mayoritariamente tenga conceptos simples y claros: son todos chorros, la culpa es de los pobres y de las adolescentes embarazadas, o de los empresarios. Su enunciación desconoce que sus enunciados son una repetición o de su intención aviesa y se repiten con muy poca preocupación por el grado de verosimilitud o de la contradicción de los contenidos, o lo que la realización implica de ellos. Tampoco hay prueba ni evidencia que logre revocar o cuestionar, en uno, estas opiniones. La selección de los hechos, la valoración moral y “la eliminación de las diferencias” aportan la lógica para sostenerlas.
Estas argumentaciones, del malestar social de la realidad, subsisten gracias a que toman su fuerza y convicción de las satisfacciones que aportan a la novela familiar, que Lacan reformuló como el mito individual del neurótico. Las representaciones que satisfagan a las pulsiones pueden ser contrarias en uno y otro plano. Así, el altruismo en lo personal, puede convivir con una ambición egoísta en la consideración social o viceversa.
Más allá del uso político o interés comercial, en función del peso de los distintos poderes, la comunicación masiva da opiniones formateadas y establecidas que al individuo le sirven como un canal para descargar en otro su tensión conflictiva.
Si bien este malestar social se hace cargo de las dificultades íntimas; las insatisfacciones, las imposibilidades, como las diferencias generacionales, lo familiar contra la cultura social, las diferencias en general forman parte del impulso necesario para las transformaciones reales y necesarias, promovidas por las nuevas búsquedas de satisfacción.
Todos los niveles de realización humana, si bien sus vivencias son absolutamente diferentes, tienen su propia expresión del malestar, aun en aquellos que gozan de un beneficio económico excesivo.
El mundo avanza requiriendo que el bienestar, los derechos y obligaciones incluyan a más sujetos. Esto trae nuevas demandas de organización que implican redistribuir los beneficios establecidos para los poderes. El poder siempre da a entender que las satisfacciones suyas son por ley natural.
Pero ningún relato político, social o económico es expresión de la naturaleza, ni previa al malestar en la cultura. Toda ideología, sea de una cultura que trasmita pensamientos, actitudes o sentimientos de relatos colonialistas o soberanos, individualistas o sociales, es la consecuencia de esa insatisfacción e incompletud que compone al malestar y su respuesta.
¿Cuál relato expresa mejor a una persona, a un pueblo?
Lo social es una estructura abierta, azarosa, no tiene un sujeto donde anclarse. La cultura te impone actitudes y sentimientos contradictorios con el propio bienestar, poniendo todo el andamiaje social en un movimiento constante y conflictivo, pero provocando un abismo con las experiencias individuales que buscan una satisfacción en forma perentoria, acorde a los tiempos de duración de objetos de goce.
El análisis estructural de los distintos funcionamientos de la política y de la economía, de sus actores y sus estrategias, trata de este abismo, pero es arduo y tedioso, para la conciencia cotidiana, sostener la telaraña de una política económica que somete a la mayoría de un pueblo y beneficie a unos pocos. La conciencia busca derivar la conflictiva propia y tiende a armonizarse, ya sea a través de un síntoma, culpando a los otros o idealizando, sin advertir el perjuicio propio y sin beneficio alguno.
La aplicación de políticas públicas para beneficio de las mayorías, el acto público en sí, por más estudio que se realice, planificación o estrategia se enfrenta al malestar, al azar, a lo individual, al conflicto, al poder establecido y a la novela social. La consecuencia es la imposibilidad de lo armónico es la puesta en escena de la lucha social.
El azar y la contingencia reubican las identificaciones de las personas a los discursos sociales, según las demandas, de satisfacciones o inhibiciones pulsionales, que se actualicen en un determinado momento del malestar. Los posicionamientos se definirán en el encuentro, en acto, con intereses contradictorios e históricos entre los privilegios y el riesgo de vida.
Hernan C. Guggiari es psicoanalista.
Fuente: Página/12.