Las profundas diferencias entre las personas más acaudaladas del mundo y los que menos recursos tienen se incrementaron incesantemente a lo largo de las últimas décadas, pero la pandemia de Covid-19 se convirtió en un acelerador de estas agudas desigualdades.
Por: Guillermo Alvarado
Así lo aseguró un estudio realizado por el World Inequality Lab, que dirige el francés Thomas Piketty y que está considerado como el trabajo más actualizado sobre las diversas facetas que componen este fenómeno, riqueza global, ingresos, género y medio ambiente.
Uno de los datos que resalta en este documento es que entre 2020 y 2021, cuando todo el planeta en mayor o menor grado está sufriendo los efectos negativos de la crisis sanitaria, los más ricos se las arreglaron para incrementar de manera notable sus fortunas.
Para citar algunos ejemplos, en 2021 el diez por ciento más adinerado de la población acapara entre el 30 y el 35 por ciento de los ingresos globales en Europa, el 40 por ciento en Argentina y el 59 en Brasil y Chile.
Por el contrario, la pandemia destruyó millones de empleos y hubo un incremento notable en los indicadores de pobreza y miseria.
Se trata de tendencias que ya venían produciéndose en las tres o cuatro décadas anteriores, con la aplicación de modelos neoliberales y la globalización comercial y financiera cuyos beneficios se concentraron en una pequeña parte, muy pequeña en realidad, de la sociedad.
La situación es tal que la brecha entre los ingresos del diez por ciento que componen la cúspide de la pirámide, en comparación con el 50 por ciento de la base, casi se duplicó al pasar de 8,5 a 16 veces.
El estudio revela otra paradoja, y es que si bien algunos países se pueden considerar ricos por el número de supermillonarios que habitan allí, eso no significa necesariamente que los gobiernos posean también notables recursos.
Dicho de otro modo, las ganancias van a parar a los particulares, pero no se distribuyen de manera equitativa en los fondos públicos, formados por los impuestos. Quienes más reciben, no son los que más contribuyen.
Son muy pocos los casos, entre ellos China, que el incremento de las riquezas ha contribuido directamente en la disminución de las desigualdades sociales, un ejemplo que no debería pasar desapercibido.
Caso curioso, es que la mayor parte de las potencias occidentales castigan y critican al Gigante Asiático por presuntas violaciones a los derechos humanos, sin darse cuenta del abismo que se está cavando todos los días en el seno de sus propias sociedades.
(RHC)