En la lucha por la verdad hay que marginar a los pesimistas porque no han entendido nada. La Historia nos enseña que los grandes sistemas políticos caen, que los grandes órdenes (in)morales se subvierten, que lo único eterno es la verdad y que todo lo demás, tarde o temprano colapsa.
Por: Javier Tebas Llanas
Por lo tanto, hay que esperar, pero no pasivamente sino en la más dura línea del combate, volcando el corazón en la esperanza y sin considerar jamás rendirse.
Me repugna la desesperanza. No trago a la gente pesimista del “todo está perdido”. ¡Nada está perdido!, la verdad no pierde nunca. La verdad empapa cada cromosoma del ácido desoxirribonucleico de cada célula humana. Entra por los poros de la piel como si fuera una lluvia invisible y lo cala todo en nuestra naturaleza. Circunstancialmente le pueden arrinconar, le pueden opacar, pero la lucha contra la verdad está condenada a fracasar una y otra vez.
Le pese a quien le pese, cada generación vuelve a nacer con el instinto de ser feliz, y ahí es donde la verdad – que es lo perenne, lo inmutable y lo eterno- desborda los sesudos ensayos filosóficos materialistas y se desnuda en la belleza de lo cotidiano. Frente al hedonismo, el sacrificio; frente al utilitarismo, el amor; frente al egoísmo, la familia, la comunidad y la nación. En ese preciso lugar donde confluyen la felicidad y la verdad sucederá mil veces la derrota constante de las teorías torpes y engreídas del hombre máquina.
Por eso detrás de la desesperanza solo puede haber una visión egocéntrica del mundo. El pesimista mide el tiempo con respecto a su breve fragmento de vida y se regocija en el hecho de que probablemente, mientras él viva, nada mejore. ¿Pero desde cuándo tu mísera vida es una medida para analizar la Historia Universal?, ¿cuánta vanidad es necesaria para creer que tu muerte nos señala el fin de los tiempos? Es imposible saber si veremos con nuestros ojos al bien y a la verdad recuperar las posiciones conquistadas por el voluntarismo y por el materialismo – quizás haya pequeños signos de esperanza- ¿pero acaso importa lo que veamos o no nosotros? Si las grandes causas se dignificaron en las catacumbas más oscuras y resistieron en los valles más fríos es porque la verdad no admite el derrotismo.
Frente a una actitud militante y desprendida del ego, la desesperanza es un vicio vomitivo, predominantemente burgués y especialmente común entre la gente vaga y acomodada. El pesimista desalienta al esfuerzo, recela del activismo y de la lucha… ¿Para qué? piensan, de nada sirve todo esto porque moriremos y nada habrá cambiado. Los parásitos de la desesperanza prefieren crear tronos desde los que observar pasivamente el mundo, satisfechos con la mera posesión de la verdad mientras se gustan como plañideras de la heterodoxia. Que no nos distraigan ni un solo minuto de que lo importante es seguir luchando.