Desperté con un hambre atroz. Abrí el refrigerador y tuve que resignarme a soportar el chillido de mis tripas. En la tele ya había comenzado el programa “El chef y su comida criolla”. Cambié el canal para ver la misma noticia de todos los días: alza de precios en aumento.
Por: Prof. Mario Juárez
La señora del chalet a donde voy a desayunar no tenía buena cara; la rabia se le había subido a los ojos, mientras su hijastra, la Migdalia, lloraba, agazapada en un rincón, al lado de una plancha aceitosa, en la que chirriaban varias pupusas de frijoles de queso y chicharrón.
“¿No le digo que es bruta esta cipota, pues? ¡Todavía le dije que fuera a la tienda de don Chepe, el de la esquina… pero no! ¡No me hace caso!¡Y todo por andar de meque! ¡Mire qué cherche ha venido! Pero yo digo, ¿quién la llamó cuando a don Rufino lo estaban asaltando? ¡Según dice ella, esos infelices hasta le querían sacar el puente de oro de la boca al señor?”
Los comensales y yo comíamos despacio, procurando parar bien la oreja para no perdernos una sílaba de la señora.
“¡Fíjese, don Toño, lo más fregado es que los maleantes, después de desvalijar al viejo, se dirigieron a Migdalia, que se había quedado con la boca abierta de lo pasmada que estaba… entonces uno de ladrones le dijo: ¿qué ves bicha pend…?; ¡a ver, dame ese pisto! ¡Apurate! (…) ¡Sólo veintidós dólares le quitaron! ¡Imagínese! ¡Si por pura gracia de Dios está viva! ¡Pero… vamos a ella, que es tan dunda!” (…) ¡No! ¡Yo creí que iba a sacar algo de su nana, que era muy lista! (…) ¡Sí! La mujer esa me la dejó chiquita y desde entonces la he criado yo, a puras pupusas. Desde que me la ‘confió’ no le ha mandado un centavo partido por la mitad. (…) ¡No! La última vez que la vieron fue en Washington. (…) ¡Sí! Unos dicen que se dejó arrastrar por la vida alegre; otros, que se fue a Rusia, con un ruso de pelo rojo”.
“¿Cuánto va a ser por el desayuno, niña Isabel?” -le pregunté con cierto temor-. “Tres dólares con cuarenta centavos, señor” -me dijo. “No puede ser -le contesté-, si solo me ha dado un huevo frito, frijoles, una lajita de plátano y dos panes…”
“¡Ya veo que no mira las noticias usted, señor! Las cosas están por las nubes hoy. Siempre pasa esto cuando hay un nuevo gobierno. Fíjese que el requesón, la crema, el queso, la cuajada, o sea, los lácteos, pues, no son de aquí, son de Nicaragua; los frijoles, el arroz, los huevos, la azúcar, el aceite, hoy cuestan un ojo de la cara. Y hoy con ante la crisis de la nueva moneda, ya no se diga qué pueda pasar. ¡Uno la va pasando a coyol quebrado, coyol comido! Fíjese que el quintal de maíz, que el chicharrón, que el repollo…; que el agua, que el gas…; que lo del molino, que lo que pago por esta champa…; que el recibo de agua, que el recibo de la luz…, que el del teléfono… Dígame, ¿y yo qué gano? ¡Y a esta bicha le acaban de quitar veintidós dólares por metida!”
“Pero es que yo quería decirle si me daba…” –le dije con timidez.
“¡Hum! ¡No me diga! ¡Lo de fiado ya murió! Pero bien. Comprendo su… Yo sé que perdió su trabajo… Hoy si usted no tiene ‘alguna palanca o cuello’, no consigue un buen ‘jale’ fácilmente. No se preocupe; para eso estamos. Págueme cuando pueda”.