El miedo al enemigo persiste siempre en el poderoso, especialmente cuando sus cuentas no están claras. Y el miedo es mal consejero. Pese a haber arrasado con sus triunfos electorales, el Gobierno tiene miedo de quienes fueron derrotados.
Y eso le ha llevado a impulsar acciones de ataque, desprestigio y venganza preventiva contra sus opositores. Ve como rivales políticos en el mediano y largo plazo a los partidos tradicionales, especialmente al FMLN y Arena, que aún conservan parte de su maquinaria electoral. Por eso los fustiga, persigue y acusa llamándoles “los mismos de siempre”, “los del pacto de corruptos” y un largo etc. Pero el mismo miedo que le posee le conduce a identificar toda crítica, por bien intencionada que sea, con los mencionados partidos. No importan ni la honradez, ni el hecho de que anteriormente se hubiera criticado a los partidos tradicionales. El interés de estos políticos con miedo a perder el poder es simplemente destruir la credibilidad de cualquiera que les enfrente, metiendo a todos en el mismo cesto.
Y ahí entran el periodismo crítico, las instituciones y organizaciones con tradición de incidencia social, académicos y religiosos que se atreven a levantar la voz ante los desmanes oficiales. El ámbito de los derechos humanos, según los medios gubernamentales, está plagados de ONG que solo buscan dinero. Incluso instituciones internacionales serias, como la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, reciben su ración de insultos cuando señalan abusos gubernamentales. El miedo manda y por eso la mentira crece. Y la mentira requiere que toda la información oficial se oculte del escrutinio público. Es el miedo el que lanza a estos funcionarios a una búsqueda permanente por demostrar que mandan, controlan y castigan, para que nadie se atreva a contradecirles. Por eso hoy exhiben a los privados de libertad semidesnudos y sometidos con violencia, y ordenan rebajarles la cantidad de comida, mantenerlos encerrados sin ver el sol y quitarles las colchonetas en las que duermen. Contagian así su miedo a otros, creando un clima de incertidumbre y temor.
Cuando el poder abusivo tiene miedo, da palos de ciego y ve un posible enemigo en cualquier persona. Al final, tarde o temprano, ese miedo termina dejándolo desnudo moralmente y le lleva a perder todo lo que ambicionaba. Siempre se ha dicho que la violencia engendra violencia. Sin embargo, la violencia de quienes tienen miedo de perder el poder o el prestigio no solo multiplica la violencia, sino que también pulveriza las bases morales de la convivencia e imposibilita apostar por un proyecto de futuro común y fraterno.
Editorial UCA