Nacemos Sabios

Por: Francisco Parada Walsh* |

Ese es mi punto de vista. Cuando nací, según contaba mi tata, quien atendió mi parto, vine a este mundo con una sonrisa de oreja a oreja, luego, como todo recién nacido empecé a llorar; no sé qué pasó en esos segundos, si le tuve miedo a mi tata o pude ver lo que se me venía encima, eso llamado vida.

Me pusieron Francisco en honor a San Francisco de Asís, quizá solo en eso esté de acuerdo ya que, amo a los animales pero de santo, no tengo nada, nada.

Dudo que mi padre visitara iglesias o cultos, sin embargo de un sopapo era católico, apostólico y romano cuando ni conciencia tenía para ver si me parecía tal decisión,  hubiese querido ver las riquezas del Vaticano, que me hablaran de pedofilia, de que ser cura u “Hombres de Azúcar” era, es y será  una profesión más y salir de tan histórico engaño; ya tenía nombre y religión en apenas un suspiro; luego que debo estudiar para no salirme de las reglas, debía aprender las mentiras de un sistema de educación mentiroso como pocos; empezar a competir por ser el mejor, dejar la felicidad a un lado para cual caballo de carrera, correr por la vida en busca de la satisfacción de otros, empezaron a obligarme a que mi ego rigiera mi vida cuando se me debió dejar a que mi cerebro, esponja en ese momento se empapara de amor, de la vida, de la verdad sin embargo ya a los cinco años era un perrito de Pavlov totalmente condicionado a escuchar a mi carcelero (Padre) caminar con el plato de comida o la reprimenda como anti tesis de mi conducta.

Era sabio cuando aspiré la primera bocanada de aire. Poco a poco empecé a perder esa sabiduría, entré en dudas, en conflictos conmigo mismo, debía luchar en vez de amar, debía pasar encima de otros en vez de darles la mano y empecé a dudar, a dejar de ser sabio; el miedo al qué dirán me atenazaba, el deseo irrefrenable porque mis padres sintieran orgullo que su hijo era el mejor estudiante o por lo menos, andar entre los primeros cinco lugares.

Mi sabiduría se perdía. Empezó a ganar la soberbia, la torpeza y entendí que ya no era el niño sabio sino un manojo de conductas erráticas que, como una calcomanía debía copiar todo lo que hacen todos ¡Que problema más grande! Ser igual a todos para así, poder ser feliz o hacer feliz a otros; llego a los veinte años y aun, las presiones eran mayores, debía ser el mejor estudiante de medicina, ser el mejor médico jamás existido y empecé a vivir amarguras, frustraciones, a andar por túneles sin salida pues el conocimiento no me pertenece y siempre hay otro que esta allá, lejos de uno y no es fácil darle alcance y las presiones aumentaban.

En esa época nunca pensé que nací sabio, al contrario, entre más conocimientos llegaban a mi mente, creía que iba en la ruta de la sabiduría, que era diferente, que era especial. El ego y sus demonios. Ante mis limitantes cognitivas para competir con los cachimbones, decidí estudiar horas y horas y así, lograba capear el temporal, no fue fácil, mientras debía estudiar también debía buscar dónde vivir ante una violencia familiar que se suscitó y por defender a un pariente salí catizumbada de esa casa, no, era un vagabundo de la vida, era un joven que tenía todo pero no tenía nada; el amor materno era infinito y eso  me daba cierta paz ante los embates de la estupidez; ya no me consideraba sabio, sino una persona con dudas, miedos, fracasos, engaños, imitando a un mundo al que no pertenezco.

La ofensiva de 1989 me volvió humano, no sabio, pero sí humano y viví la empatía en todo su esplendor y pude aprovechar tanto dolor para volver a ser humano. Llego a mi internado y al servicio social, destaco por un par de diagnósticos que realicé y que, al sistema de salud le llevó tres meses aceptar que lo que fue mi ojo clínico dio en el clavo (No lo cuento por jactancia sino para entender este artículo); ahí entendí que era demasiado sabio y que debía empezar a volverme torpe y ese soy ahora; preferí una vida tranquila, me aparté, como un caballo cansado que se sale de la pista, eso hice, eso hice; llevo 27 años viendo cómo corren, sufren y ganan otros caballos, mientras como pasto, veo de lejos a las potras alazanas y estoy claro que no tengo una pizca de sabiduría, sino de inseguridades, de limitantes, de miedos, de olvidar las cosas y esa es mi vida. Me pusieron vacunas en el nombre de una salud eterna cuando quizá debieron abrirme una cuenta en el banco para aguantar las hambrunas de la vida.

Nacemos sabios pero nos volvemos cada día más frágiles, más egocéntricos, más miserables, “más humanos” en el sentido de ser la peor especie del mundo.

*Médico salvadoreño

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