Hace 10 años acuñé un concepto para caracterizar la intervención militar de la UES, el 19 de julio de 1972, como un zarpazo de lesa cultura.
Por: Víctor M. Valle Monterrosa
Al cumplirse el pasado 19 de julio 50 años de esa acción terrorista, de parte de un gobierno dictatorial, es bueno refrendar dicho concepto y explicarlo en su esencia.
En las mitologías antiguas, y en la Divina Comedia, se habla de un Can Cerbero, un perro monstruoso que era guardián de un espacio tenebroso, el infierno mismo. Y para cumplir su labor guardiana tenía que infundir terror y por eso era un perro feo, con varias cabezas y una cola de serpiente.
El régimen socioeconómico injusto y cruel, que sentó sus reales en El Salvador desde siempre, desde la colonia y los primeros decenios de la vida republicana, fue constituyendo una bestia-guardiana, monstruosa, que debía protegerlo, vía terror y opresión, de cualquier intento de liberación y emancipación de los sufridos de la tierra.
Esa bestia-guardiana, en su ruta a perfeccionar su fatídico rol, tenía y afilaba sus zarpas, sus garras y sus colmillos para usarlos de vez en cuando en acciones directas de opresión y contención de anhelos liberadores. Han sido los zarpazos que la dictadura guardiana de un régimen injusto ha perpetrado en distintos momentos de nuestra historia.
Y el zarpazo del 19 de julio de 1972 fue de lesa cultura porque hirió, casi de muerte, un esforzado proceso de reformas universitarias iniciado en los 30 años anteriores para poner la UES en función de las necesidades y las transformaciones requeridas para el beneficio de la población salvadoreña y para construir en El Salvador una cultura superior donde campeen la dignidad y la libertad sobre bases científicas y humanísticas.
Y esa lesión casi mortal a la cultura ha tenido efectos devastadores, pero, con la capacidad de resistir y reconstruirse, la UES “se negó a morir” y sigue en su marcha hacia adelante hasta lograr una recuperación plena que le permita cumplir las funciones que el Estado y la sociedad de El Salvador necesitan y demandan.
Para rememorar ese infausto evento en la historia de El Salvador, que sucedió hace 50 años, el 19 de julio de 1972, hay una parte anecdótica y de contexto de ese día fatídico.
El 1 de julio de 1972 tomó posesión como presidente el coronel Arturo Armando Molina. Llegó con represión y fraude. Fue impuesto por una Asamblea Legislativa con mayoría del PCN el instrumento político de turno de la tríada oligarquía, ejército y “establishment” de Estados Unidos.
Desde su campaña se sabía que Molina tenía en sus planes “poner orden en la Universidad”. El país vivía la resaca de la guerra con Honduras de 1969, habían surgido los embriones de los grupos guerrilleros de izquierda, el magnate Ernesto Regalado Dueñas, descendiente de presidentes fundadores de la oligarquía, fue secuestrado y asesinado por grupos insurgentes,
En la UES había pugnas internas por enfoques diversos de cómo combatir la dictadura lo cual llevó crear un clima de confrontación intraizquierda. El viejo proyecto de intervenir la UES se había avivado y en un operativo combinado de los tres órganos del Estado Molina cumplió su ofrecimiento a la derecha: el 19 de julio de 1972, cerca de medio día el coronel Alfredo Alvarenga, el hombre del machete, invadió el campus y convirtió el recinto universitario en un territorio de control militar para capturar y exiliar personas y saquear bienes de la Universidad.
Como efecto inmediato de la ocupación militar, el rector Rafael Menjívar, el secretario general Miguel Sáenz Varela, el fiscal general Luis Arévalo, el ex rector Fabio Castillo Figueroa y varios más fueron capturados y desterrados hacia Nicaragua, pues los militares en el istmo se coordinaban para reprimir enemigos políticos que eran luchadores por el cambio social. Muchos fuimos encarcelados y liberados por goteo para, después, ser acosados, perseguidos y forzados a salir al exilio.
El día del zarpazo, fuimos capturados en una reunión de trabajo universitario el profesor de Medicina, Gerardo Godoy, el decano de Ingeniería Félix Ulloa (padre del actual vicepresidente), el secretario de Becas al Exterior e Investigaciones Científicas, Ivo Alvarenga, el profesor de Ciencias Agronómicas, Antonio Barba, profesor de Ciencias Agronómicas, y yo que fungía como asesor de asuntos académicos de la Rectoría.
La crónica detallada de esta barbarie, alentada y aplaudida por la derecha del país y sus medios de comunicación y diarios ocuparía muchas páginas. Pero sin duda, el símbolo extremo fue ver al coronel Alvarenga como jefe supremo de la UES y a un grupo de profesionales serviles que le dieron cobertura civil al esquema de conducción universitaria que ideó la dictadura con el nombre de Comisión Normalizadora. Siempre el hegemonismo militar tuvo en tándem el servilismo civil.
La bestia-guardiana, con su zarpazo de lesa cultura, destruyó un proceso de reforma universitaria que comenzó 8 años antes y daba continuidad a reformas académicas impulsadas desde los años 1940. El régimen no vio bien un desarrollo universitario al servicio de las grandes mayorías. Era subversivo.
En 50 años desde ese 19 de julio la UES ha tenido abundantes conmociones y padecimientos, pero ha dado muestras de que “se niega a morir”.
La UES ha tenido como etapas sus condiciones de heroica, mártir, resistente, combativa y, actualmente, promisoria.
El mundo y el país pasan por incertidumbres y grandes problemas. La pandemia del covid 19, los efectos del cambio climático y del calentamiento global y los impactos negativos globales por la guerra en Ucrania han agravado los inveterados problemas de la desigualdad y la pobreza en el mundo y, por supuesto, en El Salvador. Es una obligación moral e histórica de la UES restaurarse plenamente, con firmeza y eficacia, siguiendo algunos conceptos rectores.
La UES debe ser el instrumento científico para iluminar cursos de acción gubernamental y del Estado para las grandes transformaciones que obviamente necesita el país.
La calidad académica que se instaure y consolide debe estar basada en la ciencia y el humanismo, pero sobre todo en función de las posibilidades y necesidades de la población salvadoreña.
La UES debe conducirse con estricto apego a la autonomía, con sus propios debates internos, y alejada de grupos de poder actuales o pasados pues su responsabilidad histórica y ética es con el país en su conjunto. La autonomía es esencial para que haya investigación científica fecunda, libertad académica, libre debate de ideas y se eduque a los profesionales para la libertad y la dignidad individuales y colectivas.
Esas son las orientaciones que pueden seguirse para que no se repita la historia y para que la bestia-guardiana de un régimen injusto no resucite y no sea posible que se propine otro zarpazo de lesa cultura como el que fraguaron Molina y sus congéneres con el apoyo de malos hijos de la UES que medraban, bajo la conducción –batuta y látigo en mano- de los gobiernos militares y autoritarios, en los 3 órganos del Estado, como ministros, magistrados y diputados. Por todos ellos la Universidad de El Salvador, la primada del país, la consustancial con el Estado de El Salvador y la responsable de la educación universitaria estatal pública, fue herida de muerte y aún brega por reponerse plenamente y asumir su papel como instrumento de transformación social en función de las grandes mayorías.