Por Diego Sequera.
El 2 de agosto de 2022 se cruzó un nuevo Rubicón. Pero el signo de ese cruce no es el de un emperador dispuesto a atravesar el río que demarcaba hasta dónde llegaba su control y hacia dónde quería expandirse. Ni siquiera lo cruza el líder oficial del imperio actual, sino la tercera en la cadena de mando.
Nancy Pelosi, y no el líder oficial del país, decidió fracturar la «ambigüedad estratégica» basada en el principio de «Una sola China», pilar y fundamento de la República Popular como único Estado y gobierno de toda China, incluyendo la isla de Taiwán (los países con relaciones con este último son de carácter no-oficial, enfocado, al menos en principio, en intercambios comerciales y/o culturales).
43 años si se considera desde su implementación, 50 si se toma desde su aparición conceptual, cuando se inició el proceso de normalización, en su primer comunicado conjunto, en 1972, durante la administración Nixon, fueron comprometidos definitivamente con la accidentada visita de 19 horas de la presidenta del Congreso.
No se trata de una ruptura de iure, porque incluso la misma congresista afirma, en términos formales, que reconoce el principio de «Una sola China».
«Nuestra visita —una de varias delegaciones del Congreso a la isla— de ninguna manera contradice la política duradera de una China, guiada por la Ley de Relaciones de Taiwán de 1979, los comunicados conjuntos Estados Unidos-China y las seis garantías. Estados Unidos continúa oponiéndose a los esfuerzos unilaterales de modificar el estatus quo», decía en un artículo del Washington Post que complementaría el comunicado oficial de su oficina en la Cámara Baja.
Y, por supuesto, acusa a Beijing de ser el responsable de modificar el estatus quo. Toda vez que la acusación/justificación pasa por el carril habitual: opresor del Tíbet, genocida de Xinjiang, represor de Hong Kong; que los derechos humanos y las libertades políticas.
«La solidaridad de Estados Unidos con Taiwán hoy es más importante que nunca, no solo para los 23 millones de personas de la isla sino también para las otras miles oprimidas y amenazadas por la República Popular China», afirmaba, cliché en mano, con grandilocuencia.
Pero ese lenguaje, ese tono y esos actos poco consideran las consecuencias reales de sus acciones. Ese vocabulario y ese argot apuntan a su propio país, a la comprometida y delicada situación de los números de su partido (del que demuestra con este acto ser la jefa incuestionable, por encima del presidente). Taiwán y el actual partido gobernante en Taipéi, el Partido Democrático Progresista (DPP, por sus siglas en inglés) no son más que elementos en la escena, artículos que disponen la escenografía narcisista y la «dirección de arte» del evento. La narrativa. El meme.
Pero sería baladí reducirlo únicamente a esos elementos domésticos (hay más, en su propia situación personal): fue una acción de Estado, fue respaldada tras el fait accompli por el secretario de Estado Blinken, cuando todo ya había pasado. La puntada y el dedal. Han existido otros momentos de provocación, el más conspicuo en 1996 (la «crisis de los misiles»), y luego la visita del para entonces también presidente del Congreso, Newt Ginrich, en 1997. Pelosi es, en este solo y único acto, todo el sistema estadounidense.
Conscientes de que la visita iba a desencadenar una crisis, medios taiwaneses comentaron que el propio gobierno del DPP había decidido revocar la invitación en secreto, pero que la propia Pelosi llamó al «embajador» de Taiwán insistiéndole que iría, porque decidió persistir en realizar una posición histórica personal.
Sin duda, historia está haciendo. «La visita de Pelosi le ha confirmado al mundo que Estados Unidos es el mayor destructor de la paz en el Estrecho. Cualquier contramedida que China adopte es necesaria y justificada. Esto objetivamente acelerará el proceso de reunificación de China», apunta un editorial del Global Times del 4 de agosto. Global Times es cercano al Partido Comunista, y a veces funge de vocero extraoficial.
En el ecosistema de partidos taiwaneses solo el partido de la actual presidenta, Tsai Ing-Wen, el DPP, es abierta y proactivamente «independentista». Ni siquiera el Kuomintang, el partido que ocupó la isla al ser derrotadas las tropas de Chiang Kai Shek en 1949 hoy en día adopta tiene una posición secesionista, así existan variaciones del cómo entender el principio de «Una sola China». Sus debilidades como conductores consulares del liberalismo ya arrojan los frutos definitivos.
La cadena de medidas económicas, financieras, comerciales, de comunicación y militares que comenzaron ayer, todo indica, irán en ascenso:
«La serie de maniobras militares de tierra firme para contrarrestar la escalada de la colusión Estados Unidos-Taiwán de hecho formará un bloqueo temporal de la isla (…) Algunos secesionistas ya comienzan a preguntarse cuántos días les puede durar el gas natural. ¿Pelosi, que en Taiwán alardeaba sobre la ‘solidaridad’, acaso le importará? ¿Quién va a creer que habrá ‘buenos amigos’ que los rescate cuando la ‘independencia de Taiwán’ llegue a un callejón sin salida? Serán abandonados como los peones que son», tronaba el mismo editorial del Global Times del 4 de agosto.
Y aquí todos sabemos cuál es la respuesta de ese costoso episodio en una gira que de por sí ronda los 90 millones de dólares de los contribuyentes. Pero el impacto positivo en su distrito electoral será absolutamente nulo. Al igual que fuera de él. Y esto nos trae a una capa más de información que pudiera explicar su decisión: su esposo Paul, de por sí investigado por traficar información con su señora que impactaría en sus acciones en la bolsa, también tiene un expediente abierto por un accidente de tránsito, con alcohol en la sangre, en mayo de 2021, que pudiera acercarlo a la cárcel o a algún tipo de arreglo con el sistema judicial. Algo había que hacer para desviar la atención de ese escándalo en un año electoral que difícilmente le granjeará alguna ganancia a la congresista de 82 años.
El alcance y la banalidad de sus actos de supervivencia poco consideran los efectos geopolíticos al corto y mediano plazo, puesto que, además, aspiran a salvar su pellejo, y para eso se valió de todo el aparato del sistema. Estados Unidos abrió el frente que faltaba para sobre-estirar, aún más, una serie de frentes y conflictos que se vuelcan, también, hacia su propia población. Ahora el mundo es una sola zona de presión.
Fue cruzando el río y enfrentando lo desconocido e innominable que Julio César dijo que la suerte estaba echada, según dicta el lugar común (basado en la versión de Suetonio). Lo hacía desafiando al Senado. En esta repetición (¿la de la farsa?), en esta oportunidad, es una tribuna la que desafía al emperador, por motivos pedestres. Esta es la cloaca Rubicón. El verdadero punto de no retorno comenzó a andar.