Entrevista a Escritora Tununa Mercado

Por Demian Paredes.

La editorial Miluno acaba de publicar El vuelo de la pluma, de Tununa Mercado. Con prólogo, selección y notas de Facundo Giuliano, se recuperan y recorren en casi cuatrocientas páginas cinco décadas de trabajos tan periodísticos como literarios a lo largo de diversas ciudades del mundo y provincias argentinas: La Habana, Ciudad de México, Guadalajara, Mérida, Eichstätt, San Pablo, Chaco, Córdoba, Rosario. Los temas: el deseo, una marcha del orgullo, un poemario, las Madres de Plaza de Mayo, el sistema carcelario, un congreso de escritoras latinoamericanas, Cuba y su revolución, Saramago, Cortázar, Borges, Bioy, la dictadura y el exilio –sufridos por la misma escritora–, la memoria y la traducción.

Desde los artículos en México, a fines de la década de 1970 en la revista fem., hasta textos de ponencias e intervenciones públicas más recientes (2017), Tununa Mercado ha sabido conjugar una delicada, aguda, sensible y versátil pluma en torno al Eros, al feminismo, a las marcas y desgarros de la historia, a la recomposición por la vía del recuerdo. Autora de libros que ya son clásicos y siempre se están leyendo y redescubriendo cual “escritora oculta”, la autora de Canon de alcobaEn estado de memoria y Yo nunca te prometí la eternidad postula en un breve “Decálogo” escrito en 2000: “No escribas con el corsé femenino ni con el masculino; déjala ser (a la escritura)”. Y seguidamente: “No escribas con los corsés de los otros géneros: novela, cuento, poesía, ensayo, etc., déjala ser (a la letra) en los etcéteras”.

Tununa ¿cuál es el origen del libro?

–Fue Facundo Giuliano el que me convocó para armar El vuelo de la pluma. Recoge varias notas, artículos y textos que publiqué a lo largo del tiempo. Una sección de la revista fem., y cosas como una entrevista a Saramago. Hubo vía libre para armar lo que mejor le pareció.

Sorprenden gratamente, entre otras cosas, la amplia variedad temática de las notas y la relación que se manifiesta entre periodismo y literatura.

–Periodismo y literatura siempre estuvieron conectados. No hacía yo demasiado discernimiento. La cosa periodística se daba especialmente cuando tenía que entrevistar, o cuando tenía que “salir” dentro de mí, para ver lo que pensaban otros, como Saramago, o Chavela Vargas, por ejemplo. Digamos que la entrevista responde a mi situación de fondo, que es que he sido periodista toda mi vida. Siempre he estado entrevistando, buscando a gente, datos. La entrevista es algo fundamental para eso.

En la charla que hay al final del volumen entre vos y el equipo de edición del libro, se te califica de “pensadora-intelectual”, cosa perfectamente lógica por la dimensión ensayística y teórica que se encuentra en muchos textos. ¿Qué opinas de esta categoría?

–Me sorprende nuevamente el planteo. Pero evidentemente, si hablamos de escritura alguien siempre tiene que ser pensador; no se puede ser un escritor “en bruto”, sin un contexto, un universo que lo recubre. Yo pienso que como escritora he estado marcada por experiencias de tipo académicas, universitarias, y las veces en las que estuve “a la inversa”, como cuando yo daba clases en Francia, por ejemplo. Es intercambiable, digamos, la situación. De pronto soy más pasiva, y en otro momento soy más abierta, más creativa, más protagonista de una situación, ya sea de enseñanza o de comunicación; lo que sería el periodismo.

Te pregunto por tus artículos en la revista fem., teniendo en cuenta que ocupan bastante más de cien páginas, el primer tercio del libro.

–Para mí fue un privilegio estar en México y haber sido convocada a pertenecer a la revista fem., y compartir las temáticas feministas con las compañeras de la revista, y que era un poco más que la revista, porque era un proyecto más abierto, e incluía otros sectores y otras experiencias. Fue muy importante porque fem. me llevó a pensar sobre esta problemática de la mujer con un poco más de dedicación y concentración. Y eso también me abrió a un mundo de mujeres con las que confraternicé, conviví e hicimos cosas juntas. Ya sea acompañar una huelga, o más “recluidamente” escribir en la revista. Era un grupo que estaba despierto a todos los movimientos de mujeres que estaban en México y en América Latina. Y eso fue muy importante porque me mantuvo en conexión con México y América Latina a partir de esta temática de la mujer.

¿Te convocaron desde el primer número, o fue después?

–Ya existía la revista fem., y entonces, en un momento dado, me invitaron a participar. La había fundado gente con mucha claridad de pensamiento, entre otras Alaíde Foppa, que era una guatemalteca que vivía en México y que tuvo sobre mí mucha influencia, porque era una mujer muy formada, muy inteligente, y muy capaz de ligar el feminismo con la cuestión social, con las cuestiones políticas. Era de un espíritu muy amplio, muy abierto y muy rico. Fui muy amiga de ella, y así había otras compañeras, con las que tuve una relación muy fuerte.

Pero tu experiencia periodística comienza antes de México, acá mismo en Argentina, a comienzos de la década de 1970 en el diario La Opinión.

–Sí. Yo estaba con Felisa Pinto, que era la jefa de una sección, que logramos que se llamara “La mujer”, porque creo que más bien nos querían poner en cualquier otra cosa.

¿Hacer recetas de cocina y cosas así?

–Aunque también hacíamos recetas (risas). Pero siempre con algún giro, con alguna vuelta… Pero sí. Para mí eso fue muy importante. Porque entrar a trabajar en un periódico era toda una experiencia. Y sobre todo porque Felisa tenía un espíritu muy abierto, y bueno: convocaba a mucha gente. Entre otras personas, a Manuel Puig. Manuel estaba muy vinculado con ella. Ya en esa época empecé a tener una relación muy fuerte con él, hasta que se murió. Y cuando vino Perón, a Ezeiza, yo quise ir. Entonces había que inventar un argumento. Decirle a Timmerman que yo iba a Ezeiza ¿pero para qué? Entonces se le ocurrió a Felisa decirle que yo iba a ir “buscando la iconografía del peronismo”. Que iba con esa misión. Y efectivamente fui a Ezeiza. Fue una cosa…

De llegar y rajar.

–Estuve en todo. Cuando se armó el “lío”. Cuando tuvimos que tirarnos cuerpo a tierra. El regreso fue muy difícil. ¿En qué regresábamos? En ese momento estaba Lilia Ferreyra que era compañera nuestra pero que ahí, en ese momento, tuvo un papel importantísimo, porque ella tomó la decisión, para que pudiéramos regresar, de tomar un ómnibus que estaba ahí. Fue y directamente le dijo al chofer: “Usted se baja, porque nosotras vamos a volver». Tomó una decisión muy fuerte. Ya se sabía quién era ella, de valiente y de arrojada.

Para vos podría haber habido una continuidad de esa experiencia en la Argentina, de ir modificando y ampliando los temas y tipos de notas en el diario, el nombre de la sección, pero la dictadura y el exilio cortaron todo.

–Sí, claro. Nuestra sección con Felisa era “de la mujer”. Después en México ya tuve contactos con las feministas y la relación fue diferente. Aquí era muy incipiente todo. Y además la realidad política y social siempre te obligaba a estar en una dimensión que era más jugada en términos políticos que la cosa feminista propiamente dicha. Fueron años muy intensos.

Se aprecia esa intensidad, ya que a una problemática específica como el aborto se suman otras experiencias, como una huelga de hambre de mujeres con sus hijos en Bolivia, o el relato de un sindicato de “empleadas domésticas” que surge en Perú.

–Yo si ahora estuviera expuesta a situaciones de ese tipo, estaría impregnándome de ellas, produciendo periodísticamente. Lo que pasa es que ahora estoy aislada, no tengo contacto con la comunidad. Pero sí: mi tendencia natural es hablar de política y de la realidad social en todo momento, desde que empecé a hacer periodismo. Hoy hay un periodismo feminista, indudablemente. Habría que ver qué temáticas toca.

Te pregunto por Chavela Vargas. Le hacés preguntas de fibra íntima. Como sus victorias y derrotas en el amor. Hay un diálogo intenso, que además se reproduce por primera vez completo.

–Bueno, desde el momento en que se hizo presente la figura de Chavela, la pregunta era “¿Qué habías hecho?”. No había estado en las portadas. Y contó. Recuerdo que esa aparición de Chavela fue en el espacio de un grupo que hacía música, que tenía alguna difusión, en donde había gente muy valiosa en su campo. Ya fueran músicas, escritoras. Y ahí apareció Chavela. Y bueno, me pareció que era una nota fundamental. En ese momento yo estaba haciendo notas para Vogue, y dijeron que sí cuando la propuse. “Sí, por supuesto”. Después le perdí la pista. Cuando yo me fui de México, todos esos personajes se fugaron. No tuve más contacto con ella. Mi recuerdo de la charla es que fue muy amena, con ella muy locuaz y directa.

¿Y algún recuerdo de tu charla con Saramago?

–Creo que el diálogo lo hicimos donde él vivía. En Lanzarotte. Nosotros estuvimos ahí, con Noé fuimos y en un momento dado dije: “Le voy a hacer una entrevista a Saramago”. Eso fue muy amistoso, porque estábamos viviendo ahí. Era algo muy natural la relación con Saramago. Creo que él logró decirme muchas cosas.

¿Cómo estás sobrellevando la pandemia? ¿Lecturas, planes actuales?

–En lectura, estoy con un libro de Guillermo Saccomanno. Que son diálogos con Fernanda García Lao, su compañera. Recién lo he comenzado. Y tengo este otro de él, Soy la peste. Y estoy un poco atribulada por la muerte de Juan Forn. Eso me llevó a buscar artículos y cosas de Juan. Yo era bastante amiga de él, y me parece tan injusto, tan insoportable la muerte de él, un tipo joven, que apenas tenía sesenta años. Eso me ha dolido mucho estos días. Y la otra pérdida es la de Horacio González. Así que estamos de duelo. Pero Juan, sobre todo, conmigo, tenía una relación muy particular. Fue una vez a Córdoba, coincidimos ahí, porque él tenía relación en La Cumbre con alguna gente –o había vivido ahí, o había pasado una temporada cuando era chico–, y pasamos unos días lindísimos, donde él recuperó el espacio, estuvo conectado con el pueblo, y muy contento de recuperar cosas de cuando era adolescente. Fue muy lindo ese encuentro de Juan con La Cumbre. Y en relación a los planes, tengo en camino un libro sobre la lectura. Está un poco verde todavía, pero tiene ya una sustancia como para continuar. En ese libro recupero situaciones de lectura de cuando era chica, del entorno, de las personas que me rodeaban. Un mundo de libros. Mi padre, las casas donde vivíamos, y cómo pesaban las bibliotecas. Es decir, una reconstrucción del mundo, situándome exclusivamente en el tema “lecturas”.

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