Colombia. Tres consideraciones claves para la izquierda y más allá

La izquierda tiene ante sí un desafío apasionante pues debe analizar críticamente las formas más destacadas que la vanguardia ha tenido en las más importantes revoluciones del siglo pasado, con sus aciertos y errores, y decidir cómo debe organizarse hoy con un criterio fundado sobre todo en la realidad nacional concreta.

Por: Juan Diego García

Para la izquierda parece indispensable reflexionar sobre tres cuestiones decisivas en una estrategia de cambio: La cuestión del poder, la condición real de los protagonistas de ese cambio y la necesidad de la organización y su necesario vínculo con la espontaneidad.

Aunque el poder es mucho más que el gobierno éste otorga sin embargo márgenes de acción que permiten generar correlaciones de fuerza suficientes para impulsar transformaciones importantes. Que la izquierda llegue al gobierno se justifica tan solo cuando existe esa alternativa, que se produce cuando el orden establecido colapsa y la derecha, a pesar de mantener los principales resortes del poder, resulta incapaz de impedirlo.

El poder reside sobre todo en el control de la economía, en el monopolio de los modernos medios de comunicación social, en el su cuerpo de funcionarios (sobre todo los de alto nivel) y, por supuesto, en su control efectivo de los cuarteles. Cuando la izquierda gana las elecciones consigue un cierto predominio en el llamado poder ejecutivo, aunque casi siempre lo ve condicionado por la correlación de fuerzas en las instancias parlamentarias y en el sector judicial, por lo general muy identificado con el orden social, o sea, casi siempre bastante conservador cuando no abiertamente reaccionario.

Como objetivo inmediato la izquierda debe entonces buscar la mayor representación posible en los poderes ejecutivo y legislativo, y entonces avanzar todo lo que sea factible en la reforma de las altas instancias del poder judicial y los cuerpos de militares y policías, tan numerosos en la sociedad moderna y, por lo mismo, compuestos mayoritariamente por gentes de los sectores populares que pueden ser ganados para una política reformista.

Pero sin duda que el avance más decisivo será potenciar todo lo que sea posible el papel de lo público en la economía dando al Estado un rol decisivo en su control y orientación así como buscando el objetivo estratégico de convertir la empresa pública en el resorte fundamental de la actividad económica.

Se trata, de forma inmediata, de superar el modelo neoliberal y -en el caso latinoamericano y caribeño- avanzar hacia un orden económico que supere las deformaciones estructurales que el orden mundial capitalista impone a estos países periféricos. Que tales objetivos sean posibles mientras el poder siga en manos de la clase dominante tradicional y se conserve el orden burgués o por el contrario que sea indispensable avanzar hacia cambios radicales que desemboquen en un orden social esencialmente diferente constituye sin duda el gran desafío teórico y práctico para la izquierda.

En la actualidad los agentes históricos del cambio siguen siendo, en lo fundamental, las clases asalariadas y un sector importante de la mediana y la pequeña empresa (urbana y rural), sometidos a diversas formas de explotación por el gran capital nacional y extranjero, todo lo cual da a estos procesos emancipadores un carácter de lucha social a la vez que nacional. No por azar se manifiesta aquí la necesidad de conformar frentes populares muy amplios y programas de cambio que correspondan a esta suerte de alianza de clases que determinan su naturaleza progresista.

A las clases sociales tradicionales del orden capitalista es indispensable agregar en estos países el llamado pobrerío compuesto sobre todo de sectores muy pobres y por marginados que constituyen si no la mayoría de la población al menos si colectivos enormes cuyas reivindicaciones no dan espera y que en tantos casos han sido una fuerza decisiva para llevar la izquierda al gobierno. Son los llamados ”nadies” en Colombia, que se agolpan sobre todo alrededor de las grandes urbes. No tienen un rol determinante en el funcionamiento de la economía (un papel que corresponde sobre todo a las clases asalariadas del llamado sector formal) pero resultan decisivas en las urnas y sobre todo como una fuerza descomunal que puede mediante su movilización impedir las maniobras de la derecha.

La izquierda en el gobierno, en estos países de la periferia del sistema mundial tiene entonces el dilema de distribuir con acierto los recursos entre el gasto social y la indispensable inversión productiva para satisfacer las urgentes demandas sociales sin comprometer los objetivos de mediano y largo plazo. No es entonces pequeña la tarea conseguir amplios apoyos sociales a una política que concilie ambos objetivos. El mensaje debe ir entonces encaminado a decidir de la forma más democrática posible el tipo de producción y el tipo de consumo, pensando no solo en las necesidades inmediatas sino sobre todo en los objetivos de futuro. Se trata de conseguir que el propósito nacional de un orden moderno y democrático sea asumido mayoritariamente por la sociedad.

Los asalariados (el proletariado tradicional y el moderno) tienen sus organizaciones sindicales más o menos adecuadas al reto (han salido victoriosas de la campaña de exterminio de la derecha) mientras el pobrerío y los marginados necesitan fortalecer su propia organización para seguir siendo un factor decisivo en las estrategias de la izquierda. El sindicalismo –como organización tradicional- debe armonizarse con las formas nuevas que de tantas maneras expresan las dinámicas espontáneas con su enorme vigor y frescura. Armonizar organización con espontaneidad es una tarea que aparece prácticamente en todos los procesos de cambio como una necesidad imperiosa, sea éste reformista o revolucionario.

No menos importante y urgente para la izquierda es avanzar en el debate sobre su propia organización. Que una forma de vanguardia sea necesaria es algo que impone la complejidad del orden actual, altamente urbanizado y sobre todo con un desarrollo hegemónico de las formas capitalistas. La izquierda tiene ante sí un desafío apasionante pues debe analizar críticamente las formas más destacadas que la vanguardia ha tenido en las más importantes revoluciones del siglo pasado, con sus aciertos y errores, y decidir cómo debe organizarse hoy con un criterio fundado sobre todo en la realidad nacional concreta. Ante sí la izquierda tiene por lo menos dos grandes ejemplos: las revoluciones socialistas (Rusia, China, y con énfasis particular las revoluciones en Latinoamérica y el Caribe) y la experiencia socialdemócrata europea. La crisis de estos modelos puede ayudar a perfilar los propios caminos a la izquierda latinoamericana y caribeña (con sus logros y sus defectos) sin olvidar otras manifestaciones del pensamiento socialista que en su día tuvieron relevancia y que pueden tener ahora una lectura nueva y enriquecedora.

Las viejas formas de las utopías socialistas del siglo XIX, con sus raíces de cristianismo originario y comunista, no menos que recuperar el pensamiento libertario o la preocupación por la batalla cultural y ecológica (tan relegada a un plano menor por las prioridades del momento por comunistas y socialdemócratas). La actualidad es bastante diferente del pasado; sin embargo los intentos de emancipar a la humanidad deben seguir siendo la preocupación central a la hora de proponer un objetivo de cambio. El sentimiento libertario, la búsqueda de una relación armónica entre espontaneidad y organización, los retos que supone encontrar la forma adecuada de “expropiar a los expropiadores” sin generar heridas irreparables en el tejido social, encontrar en fin la forma de hacer efectiva la propiedad social y emancipar al ser humano de la explotación por el ser humano, siguen siendo las metas estratégicas de la izquierda. La lectura crítica de su propio pasado como vanguardias resulta un ejercicio indispensable para elaborar el discurso de hoy y ganar para ese propósito a las mayorías sociales.

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