Las niñas y los niños como sujetos políticos (última parte)

Este desbordamiento, este entrecruzamiento de intereses, se atiene al hecho que la mirada que tenemos la gran mayoría de personas, instituciones y discursos disciplinares, –que de un modo u otro hacen parte de los andamiajes de la política pública-, consiste en realizar una mirada sobre la infancia, sobre esos niños sin voz, que no tienen nada que decir ni un cuerpo con qué ser protagonistas, pero que deben ser atendidos, civilizados y rescatados.

Oscar Andrés Flórez Cordovez*

Este asistencialismo es peligroso, porque crea la idea que el Estado y la sociedad civil le hacen un favor sobre el cuerpo a la infancia, y de este modo, la voz de los niños y niñas queda comprometida en el silencio para discutir los problemas más urgentes y estructurales de una sociedad que en los discursos enuncia el primado de valor que tienen niños y niñas, y les niega la construcción de una voz alrededor de los problemas de los campesinos, los obreros, el Gobierno, los imaginarios que de ellos se promueven en los medios de información, la publicidad y el consumo, o de los problemas y vicisitudes de su barrio.

Esta es la mirada de niño que Agamben (2003) ha suscrito como la mirada del homo sacer. El niño o la niña sobre la cual la sociedad puede disponer de su vida, ya sea por la indiferencia con la que se tratan sus altos índices de mortalidad, su incorporación a la guerra, su disposición en el mercado laboral, las políticas y programas apendiculares a modelos de desarrollo que crean desigualdad y producen muerte, o por el ocultamiento que las relaciones asimétricas de poder de la sociedad colombiana imponen hoy. A este respecto Bustelo hace una profunda interpelación:

Para una política por la infancia y con la infancia, también el centro de la cuestión es el poder y esto es, si éste puede ser determinado en una dirección opuesta a la opresión que genera la pobreza o si puede producirse un contrapoder que emancipe a las víctimas de su opresión. La cuestión de la infancia pobre es, entonces, una cuestión biopolítica mayor. No hay políticas para la infancia fuera de la política y que, por lo tanto, no pasen por la construcción de relaciones sociales isonómicas. En otras palabras, todo discurso que plantee la pobreza por fuera de las relaciones sociales de dominio y, sobre todo, como una situación que requiere soluciones externas a la práctica política —concebida ésta como proceso colectivo emancipador— está asociado directa o indirectamente a ejercicios argumentativos para justificar el statu quo. Digámoslo sin eufemismos: analizar el hecho social del ser pobre o, más particularmente, la situación de la infancia pobre, sin relacionarlo con los procesos económicos de concentración de ingresos, riqueza y poder, es como trabajar por y para su reproducción (2007, p.33).

Este reconocimiento de la sociedad en que vivimos, del tipo de poder que nos circula sobre el cuerpo, y que hacemos circular y que se recrea en el sinnúmero de prácticas familiares, de prácticas pedagógicas, y en definitiva, en ese bios social, es lo que nos permite la interpelación del lugar que ocupamos en relación con los niños y niñas.

Esto nos debe permitir que el bios del niño, siempre dinámico en un entramado sociocultural, cree un espacio para su voz y que nosotros como mediadores discutamos con ellos y sus familias, que permitamos que se abra su mundo de posibilidades e inquietudes, y que ese mundo deje inquieta nuestra relación con los otros, con ese bios social que no está solo determinado por las estructuras de poder, ni por las concreciones de una determinada política pública, sino que al mismo tiempo produce emergencias, espacios no determinados, mundos de posibilidad, de alteridad, de un bios que contradiga este presente, que historie sus representaciones, sus prácticas y sus significaciones; y que se imponga una lucha encarnecida para cambiar la mirada compasiva de la infancia por una mirada constructora; que se transforme la mirada política mercantilizada de la infancia por una mirada de corresponsabilidad política; que se rehaga la mirada de una atención integral para la infancia por una mirada de comunicabilidad política para la construcción de nuevos escenarios sociales. Que retumben las voces de los niños con más fuerza y con mejor tono, como las voces de los niños que los antecedieron cuando entregaron en 1836 una carta de denuncia en el Parlamento:

“… queremos más tiempo para descansar, para jugar un poco y para aprender a leer y escribir. Pensamos que no es justo que sólo tengamos que trabajar y sufrir, desde la madrugada del lunes hasta la noche del sábado, para que otros se enriquezcan con nuestro trabajo. Distinguidos señores, ¡infórmense bien sobre nuestra situación!” (Citado por Liebel, 2003, p. 214).

Por ello nuestra esperanza está muy a tono con lo que expresó Gabriel García Márquez frente a la academia sueca:

Ante esta realidad sobrecogedora que a través de todo el tiempo humano debió de parecer una utopía, los inventores de fábulas que todo lo creemos, nos sentimos con el derecho de creer que todavía no es demasiado tarde para emprender la creación de la utopía contraria. Una nueva y arrasadora utopía de la vida, donde nadie pueda decidir por otros hasta la forma de morir, donde de veras sea cierto el amor y sea posible la felicidad, y donde las estirpes condenadas a cien años de soledad tengan por fin y para siempre una segunda oportunidad sobre la tierra.

*Filósofo – Colombia

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