Para la filósofa uruguayo-mexicana, Ana María Martínez de la Escalera, un componente esencial de la vida política es el discurso mentiroso. En su artículo “Mentir en la vida política” especula que, en el ejercicio y mantenimiento del poder, se requiere de la mentira.
Por: José Guillermo Mártir Hidalgo*
La mentira es una estrategia retórico-política de políticos, demagogos y hombres de Estado. La mentira está vinculada con el uso del lenguaje en circunstancias determinadas. Quién miente políticamente, mientras defiende su propia causa, habla en nombre del momento del mundo y todo momento histórico es un “momento de peligro”. La mentira habla del “momento de peligro” subordinada a la posición de quién miente y la expectativa de los receptores.
En el artículo “Verdad y política en Hannah Arendt”, el abogado mexicano Alejandro Sahuí Maldonado explica que el espacio público, entiéndase espacio político, es un lugar de acción libre, espontáneo y azaroso, que se opone a la objetividad, firmeza y necesidad. Por eso la relación verdad y política nunca se han llevado bien. La verdad, igual que la autoridad, demanda obediencia. Pero, el compromiso político resulta del acuerdo de opiniones. Efectivamente, recurrir a nociones enérgicas como “verdad” para referirse al imperio de la política es peligroso. Pues lo primero que hacen los totalitarismos es suprimir la manifestación de opiniones plurales.
La filósofa judeo-alemana Hannah Arendt desconfía del uso de la verdad en política. Alega que la política es el espacio de la acción. Por ende, en la vida política, la opinión reemplaza a la verdad. El ideal político es la multiplicación de las opiniones que produzcan acuerdos y decisiones públicas. En el ensayo “Verdad y política” Hannah Arendt explica que, a lo largo de la historia, los que buscan y dicen la verdad, fueron conscientes de los riesgos de su tarea: peligro de muerte por liberar a sus conciudadanos de la ilusión o envueltos en el ridículo. Un prerrequisito de todo poder es la opinión. Todos los gobiernos descansan en la opinión. La opinión es la antítesis de la verdad. En el momento que no se aceptan los juicios objetivos de una persona, hay que sospechar que nos encontramos en el campo político. Y es que la verdad cuando entra en la calle se convierte en opinión. Hechos y opiniones no son antagónicos. Los hechos dan origen a las opiniones, pero, estas están inspiradas por los intereses y las pasiones. El campo político parece estar en guerra con la verdad, ya que esta se siente como una actitud anti política. La verdad implica un elemento de coacción que es antítesis de la razón. La verdad tiene un carácter despótico, por consiguiente, los tiranos la odian. Temen una fuerza coactiva que no pueden monopolizar. La verdad exige un reconocimiento perentorio y evita el debate. Y el debate es la esencia misma de la vida política. El que dice una verdad, en el campo político, tiene que explicar por qué su particular axioma es el mejor para determinado grupo. El problema es que, cuando la verdad entra al campo político, se identifica con intereses y con alguna formación de poder, comprometiendo su única cualidad que podía hacer plausible su verdad.
Fenómeno reciente es la manipulación masiva de hechos y opiniones. La mentira tradicional se refería a ciudadanos particulares, nunca a la intención de engañar literalmente a todos, se dirigía al enemigo que se pretendía engañar. Pero ahora las modernas mentiras políticas son tan grandes que, exigen una nueva y completa acomodación de toda la estructura de hechos. Exigen la suplantación de un libro de historia por otro, en donde las falsedades sustituyen la historia real. Los gobiernos totalitarios han adoptado la mentira de manera consciente. Y consecuencia del lavado de cerebro a largo plazo es, una peculiar clase de cinismo, caracterizada, por un rechazo a creer en la veracidad de cualquier cosa.
Para el historiador y filósofo francés de origen ruso Alexandre Koyré, el hombre moderno se baña en la mentira, respira la mentira y está sometido a la mentira. En su artículo “La función Política de la mentira moderna” advierte que la palabra, los escritos, los periódicos, la radio y la televisión se han puesto al servicio de la mentira. La mentira moderna se fabrica en serie y se dirige a las masas. La mentira política existe desde siempre. Antes se llamaba “demagogia” y hoy se llama “propaganda”. La mentira es un arma contra el adversario y es idónea en tiempos de guerra. Pero si la guerra se convierte en estado perpetuo, la mentira pasa a ser cotidiana y se convierte en regla de conducta, en norma del grupo y en una virtud. Y cuando un grupo social se encuentra obligado a escapar de sus adversarios y eludir una amenaza, se refugiará en la penumbra del secreto. Los rasgos característicos propios de la agrupación secreta son acentuados y exagerados. Una sociedad secreta tiene un grupo de doctrina y un grupo de acción, cuyos límites son difíciles de trazar. La sociedad secreta tiene un doble secreto: su propia existencia y los fines de su acción. Así que debe disimular sus afinidades y fidelidades. Asume disimular lo que se es y simular lo que no se es. Efectivamente todo miembro de una agrupación secreta, jamás creerá lo que oiga decir en público a un jefe de su propia asociación. Ya que no es a él a quien se dirige, sino a los “otros” a quienes tiene que cegar, estafar y engañar. Los gobiernos totalitarios actúan como sociedades secretas, pero, lejos de ocultar y disimular sus fines los proclaman. Diciendo la verdad engañan y adormecen a sus adversarios. Los partidos totalitarios son conspiraciones a la luz del día, que tienden a convertirse en organización de masas. Los partidos totalitarios no son sociedades secretas, si sociedades con secretos que serán revelados solo a una élite de iniciados. Cuando dirigentes del partido ejercen una acción pública, como alocuciones populares, éstas son una mentira que solo los iniciados descifraran y perforaran el velo que oculta la realidad. Los otros, adversarios y masas de adherentes al grupo, aceptaran como verdades las aserciones públicas.
*Psicólogo salvadoreño