El conflicto armado pasado vio enfrentar las concepciones militares, político-ideológicas de dos proyectos contrapuestos, antagónicos e irreconciliables que concluye no con la firma de los Acuerdos de Paz entre aquellos, allí en Chapultepec, México, sino con la caída del muro de Berlín.
Por: Luis Arnoldo Colato Hernández*
Sin embargo, siendo una mera extensión de un conflicto global, los móviles locales por supuesto no se superaron al finalizar el conflicto, simplemente fueron obviados.
Así las condicionantes históricas y políticas que en ventanas de tiempo que van de los 7 a los 25 años, derivando en conflictos de baja intensidad, no fueron superadas, y en cambio en los años transcurridos se han agravado.
Agravado en términos de la escandalosa concentración de la riqueza en el orden del 70% del PIB en apenas el 1% de la población, y el 15% de éste en el 19% de la población aliada de la primera, mientras lo restante se distribuye desigualmente entre el 80% de la población no considerada en el acuerdo descrito crudamente en los informes de los organismos financistas multilaterales, gracias al esquema desigual que distribuye estructuralmente de manera injusta la riqueza, soportando, para ejemplificar, en las mayorías más desposeídas, la virtual totalidad de la carga tributaria, mientras los más beneficiados del modelo son favorecidos por doble partida con dádivas fiscales denominadas incentivos.
Hay que acotar empero que la ultraderecha fascista local ha sido exitosa en lograr ante la población disociar las causales de clase que favorecen el expolio en su favor, negándole a ésta acceder de manera crítica a su propia historia, y conquistando así el mayor logro del conservadurismo: atrayendo a su servicio y de modo consensuado, a los sectores expoliados, transformándolos de hecho en sus mayores defensores.
Por supuesto este logro no sería posible sin la extraordinaria contribución que hace el pentecostalismo recalcitrante y duro, o la escuela reblandecida que se soporta en el banquismo y la memoria como medio de aprendizaje, lo que reduce en particular a los sectores más desfavorecidos a una seudo condición de parias que se mueven flotando en torno a la partidocracia, sin convicciones, alimentando el círculo parasitario social que aquellos alientan.
Entonces, las condiciones descritas no son probables sin el concurso del aparataje político tradicional, para así perpetuar la injusticia y desigualdad social que padece nuestro país originariamente, y que supone que partidos como arena se apliquen a fondo pues es su interés conservar tales condicionantes, pero además implica que trágicamente también la izquierda política surgida de los acuerdos de paz es activamente participe en el esquema, lo que derivaría de su acelerada pauperización pequeño burgués.
De ahí que la partidocracia tradicional en el actual proceso electoral no tiene otro propósito que el de reducir las posibilidades efectivas de la oposición, por lo que su participación en el proceso es parte de un arreglo con el régimen que nos mal gobierna, para reducir el impacto efectivo de los votantes que buscamos su remoción.
No. Es el momento de construir una oposición viable, creíble e institucional a través de la unidad.
*Educador salvadoreño