El florecimiento eterno de la pasión por la verdad

El paso del tiempo tiene una virtud y es embellecer el recuerdo de lo que uno ama, puede ser un instante sublime, un momento mágico cuando lo hermoso se consagra y se ata a nuestro corazón para siempre.

Por: Raimundo López Medina

Y también, una sucesión de instantes, momentos, que se hacen cotidianos y para toda la vida. Así es como el paso del tiempo me une a Prensa Latina, la agencia de noticias donde comencé a trabajar en La Habana el 16 de septiembre de 1976, una de esas mañanas llenas de luz y cuando el viento entra desde el mar con el nuevo aliento del cambio de estación.

Ese, para mí, fue el primer instante sublime, aunque para los demás,con seguridad era de lo más común, con el añadido de un jovencito recién llegado, extrañamente nervioso, y que apenas sabía qué hacer con su carga de ilusiones y la mirada llena del asombro de los descubridores.

Hay en cada comienzo la maravilla de lo nuevo, como el primer amor, que siempre emerge entre la neblina del pasado con el encanto de las emociones, dudas y sobresaltos del principio de la vida y sus retos.

Por aquel entonces, Prensa Latina compartía con el Ministerio de Salud el edificio de 23 y N, en el corazón de La Rampa, sin dudas uno de los lugares más hermosos del planeta. Tras cruzar las grandes puertas de vidrio había un recibidor donde una empleada se ocupaba de darle la bienvenida a los visitantes. Aquella mañana se ocupaba de esos asuntos una compañera llamada Silvia y no me creyó cuando le dije que tenía una reunión con el director general. Fue preciso le enseñara una carta de la Unión de Periodistas de Cuba que lo atestiguaba y me identificaba como recién graduado de Periodismo en la Universidad de La Habana. Lo relato porque sucedió y fue mi primer sobresalto, pues después me unió una gran amistad con Silvia.

El director general entonces era Gustavo Robreño, un hombre que transpiraba una seguridad serena, gentil, quien me dedicó media hora de conversación amable, y luego me presentó a Nicanor León Cotayo, director de Información, quien me llevó a su oficina, donde nos acompañó su segundo, López Junco.

No puedo recordar en detalle las conversaciones con cada uno de ellos, fascinado porque me recibieran en mi punto de partida tres cumbres del periodismo cubano, caminar por los pasillos de la Agencia, de pisos de granito, de tonos grises y negros, siempre brillantes, y paredes de un blanco impecable, por mirar desde fuera el gran salón de la Redacción Central, donde se afanaban en sus labores mis futuros compañeros y colegas.

Fue un instante de gloria en Prensa Latina, atendido por la curiosidad amable de todos. Fue a López Junco a quien le correspondió la tarea de devolverme a la realidad y llevarme al puesto de infantería desde donde inicié mi carrera.

Recuerdo con profunda emoción y cariño a mis primeras compañeras, de quienes recibí las enseñanzas iniciales, de Enma, Bertalina, Herminia, personas admirables del equipo de Selección de Cables, los buenos amigos y amigas del departamento de Comunicaciones, contiguo, y mis colegas y jefes de la Redacción Central.

Emociona recordarlos, más aún hoy, cuando la agencia está de celebraciones de aniversario.

Sé que a todos se les brinda un emocionado homenaje. Mi gratitud por hacerme espacio junto a ellos, por la oportunidad de compartir esa trinchera de la verdad, la justicia, la esperanza y defensa de la Revolución Cubana.

Pasa el tiempo y siempre me sigue admirando la tenacidad, audacia, el valor, la capacidad para vencer la adversidad, la fuerza para seguir adelante, poder comprobar, que como dice el título de este relato, Prensa Latina es el florecimiento eterno de la pasión por la verdad.

Es el credo sembrado por la Revolución en aquellos primeros que conocí, de quienes trabajamos décadas y de la nueva generación de periodistas brillantes y que poner su talento al servicio de la más noble de las causas.

Es un orgullo y un honor poder decir: a ese lugar pertenezco, aún después de la jubilación formal y la distancia.

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