La escuela es por excelencia el espacio lúdico a través del cual se transfiere a los educandos los saberes y habilidades que lo preparan teóricamente para incorporarse apropiadamente a la sociedad en la cual viven. Los responsables de esa tarea son educadores que deben detentar la capacidad, la mística, la vocación y el compromiso para así hacerlo, en el mejor ánimo de cualificar más que calificar, en habilidades y destrezas sociales a sus educandos.
Por: Luis Arnoldo Colato Hernández*
La formación de estos educadores entonces es una que responde a los grandes intereses sociales para perpetuar a través de la renovación generacional, a la propia sociedad, lo que es posible con un programa sostenido diseñado para responder a los grandes desafíos de la sociedad, con la suficiente flexibilidad y adaptabilidad para superar los avatares que el mundo globalizado impone.
Por otro lado, responder a tales intereses y desafíos supone además no pasar por alto el fundamental aspecto humano que debe primar al moldear a las nuevas generaciones de educandos, para quienes elementos tales como el humanismo, la empatía, la criticidad objetiva, la asistencia cooperativa, la creatividad, la responsabilidad, el compromiso, el emprendedurismo, etcétera, son bloques fundamentales del perfil del ciudadano que aspiramos a moldear a través del tal sistema educativo, lo que supone a su vez combatir y suprimir vicios conductuales tales como el individualismo, las tendencias a alcanzar objetivos personales violentando la normativa legal establecida, el oportunismo malicioso, la envidia y todo género de dobleces morales.
Por supuesto lo descrito arriba es lo mínimo que la escuela ideal debe procurar, y que claramente el modelo establecido en nuestro país, basado en la memoria y el banquismo, heredado del esquema traído del cono sur regido entonces bajo la premisa “el conocimiento por la sangre entra”, de aquellos rígidos pensadores que se auto definieron como educadores a finales del siglo 19, en el ex profeso propósito de extenderlo por todo el territorio latinoamericano, para corresponderse con las tesis financieras liberales dominantes desde entonces, y que suponen como sabemos, según ellos afirmaron, por los medios educativos impedir la negación de la propia sociedad: “…pues un pueblo culto no puede ser gobernado…”
Tal supuesto se opone a realidades incontestables como la de la escuela ateniense del siglo de oro, con su legado vigente, o la de los Calmécac, del siglo 15, en el Anáhuac, cuyos méritos en materia educativa con sus evidentes implicaciones sociales, son apenas redescubiertos y estudiados a profundidad ahora, brindándonos una perspectiva fresca del cómo educar. Así las cosas, debemos como sociedad decidir, si deseamos que nuestros jóvenes sean ciudadanos con criterio amplio, sin prejuicios, ambiciones propositivas, críticos, y, sobre todo, compasivos y de gran valía, que un cuerpo docente debidamente formado y comprometido, con la debida infraestructura y soporte legal e institucional, adicionará a la personalidad de los educandos, para contribuir a la construcción de esa sociedad inclusiva y justa a la que aspiramos.
Logrando la formación de educandos cuyo entendimiento por el pesar ajeno, admita la construcción de una sociedad de todos.
*Educador salvadoreño