El ser humano no debe temer el destino. Es parte de un proyecto cósmico y racional en el que todo lo que sucede se encuentra regido por una ley necesaria que excluye el azar y que volverá a repetirse eternamente.
Por: Pablo Mora, periodista científico
Este es el punto de partida del estoicismo, uno de los movimientos filosóficos que mayor importancia y difusión adquirieron dentro del periodo helenístico (323 a.C. – 31 a.C.). Hoy en día el término estoicismo se utiliza de forma cotidiana para referirse a una actitud de fortaleza y aceptación ante las adversidades de la vida.
¿Pero cuáles son las claves de este pensamiento y cómo pueden ayudarnos a ser más felices? En primer lugar, hay que tener en cuenta que, para los estoicos, toda gira en torno al Universo, al que conciben como una estructura organizada racionalmente de la que el hombre mismo es una parte integrante.
Es decir, el Universo es un todo armonioso y casualmente relacionado, que se rige por un principio activo (la naturaleza), donde el hombre también participa. Y esa ley natural hace referencia a un poder que crea, unifica y mantiene todas las cosas unidas.
No obstante, no consideran a esa fuerza simplemente como un poder físico: se trata de una entidad fundamentalmente racional o Dios (panteísmo), un alma del mundo o mente (razón) que todo lo rige y a cuya ley nada ni nadie puede sustraerse.
Así pues, esta concepción de la vida desemboca en una visión determinista del mundo, donde nada sucede por azar, sino que todo está gobernado por una ley racional que es inmanente y necesaria. Por tanto, el destino no es más que la estricta cadena de los acontecimientos ligados entre sí.
Según el estoicismo, el azar no existe, sino que es el simple desconocimiento causal de los acontecimientos. Por tanto, si nuestra mente pudiera captar el entramado global de todas las causas estaría capacitada para conocer el presente y predecir el futuro.
Para los estoicos, sin embargo, este mundo es el mejor de todos los posibles y nuestra existencia contribuye a ese proyecto universal, por lo que no hay que temer al destino, sino aceptarlo. Además, según el pensamiento estoico, el mundo se desenvuelve en grandes ciclos cósmicos, de duración determinada, al final de los cuales todo volverá a comenzar, incluso nosotros mismos.
Ellos entienden que cada ciclo acaba con una conflagración universal o consumición por el fuego, de donde brotarían de nuevo los elementos (aire, agua y tierra) que componen todos los cuerpos, comenzando así un nuevo ciclo.
En consecuencia, al estar todos los acontecimientos del mundo rigurosamente determinados, los estoicos aseguran que la libertad no es más que la aceptación de nuestro propio destino, el cual estriba sobre todo en vivir conforme a la naturaleza.
La filosofía estoica entiende que el individuo debe conocer qué hechos son verdaderos y en qué se apoya su verdad. El bien moral y la virtud consisten, por lo tanto, en vivir de acuerdo con la razón, evitando las pasiones, que no son sino desviaciones de nuestra propia naturaleza racional.
También defienden que el placer, el dolor o el temor pueden dominarse a través del autocontrol ejercitado por la razón, la impasibilidad y la imperturbabilidad. Y estas surgirán de la comprensión de que no hay bien ni mal en sí, ya que todo lo que ocurre es “parte de un proyecto cósmico”.
Según esta corriente filosófica, solo los ignorantes que desconocen la ley natural se dejan arrastrar por sus pasiones. Los estoicos sostienen que el ideal de sabio es aquel que vive conforme a la razón, está libre de pasiones y se considera ciudadano del mundo.
¿Qué es la felicidad para los estoicos?
Así, para los estoicos, la felicidad no se encuentra en las circunstancias externas, sino en el desarrollo interno y en vivir de acuerdo con la razón y la virtud. La filosofía estoica sostiene que la verdadera felicidad proviene de la autodisciplina, la virtud y el control sobre las emociones y deseos.
Los estoicos creían que la única cosa buena intrínseca es la virtud. La sabiduría, la justicia, la valentía y la moderación son consideradas las virtudes principales. Vivir de acuerdo con estas virtudes, sin importar las circunstancias externas, es el camino hacia la felicidad.
Además, abogaban por la indiferencia hacia las cosas que no están bajo nuestro control, como la riqueza, el estatus social o la fama. Estas cosas son consideradas “indiferentes” en términos de felicidad, ya que no tienen impacto directo en nuestra virtud o carácter.
Asimismo, la aceptación serena de las circunstancias, incluso las adversas, es una parte fundamental de la filosofía estoica. Aceptar lo que no se puede cambiar y vivir de acuerdo con la naturaleza es visto como un camino hacia la paz interior y, por lo tanto, hacia la felicidad.
A su vez, los estoicos enfatizan en el control de las emociones y deseos. Evitar ser dominado por las pasiones como el miedo, la ira o el deseo excesivo lleva a una mente tranquila y serena, lo cual contribuye a la felicidad.
Pero a pesar de su enfoque en la autodisciplina, los estoicos también valoran las relaciones humanas y el servicio a los demás. La empatía, la compasión y la atención a los demás son vistas como expresiones de la virtud y, por ende, como fuentes de felicidad.
El estoicismo es una antigua filosofía helenística que se originó en Grecia alrededor del 300 a.C. y floreció en la antigua Roma. Fue fundada por Zenón de Citio (312 a.C.) y se basa en las enseñanzas de filósofos anteriores como Sócrates o los cínicos. Entre las figuras clave de esta escuela se encuentran Cleantes, Crisipo, Diógenes de Babilonia o Antipáter de Tarso, entre otros.
Aunque ya en época imperial el movimiento fue desarrollado por Séneca, Epicteto o el emperador Marco Aurelio. La influencia del estoicismo aparecerá en numerosas corrientes y filósofos posteriores, desde los primeros padres de la Iglesia hasta Descartes y Kant.
Fuente: Muy Interesante