Cuando un Presidente está dispuesto a todo, para perpetuarse en el poder y, se ha generado una controversia entre las entidades de justicia y el Derecho, basado en los principios universales de orden y justicia, es necesario una valoración fuera del ámbito legal y político partidario: o sea, en base a la moral y los principios religiosos universales.
Por: Fernán Camilo Álvarez Consuegra
Nayib Bukele, acuerpado por el Batallón Presidencial, llega a la Asamblea Legislativa: y sentado en la silla del presidente de la Asamblea, ora a Alá, pidiendo inspiración divina, para sus actos subsecuentes, por lo que puede afirmarse: el 9 de febrero de 2020, fue el fin de la secularización del país, dicha separación de Iglesia y Estado, desde 1886 fue absoluta, por lo que el análisis debe ser, a la luz de la moral universal, según los principios respetados por el judaísmo, catolicismo e islamismo y por lógica, de sus diferentes ramas.
Los principios religiosos comunes son: Dios es el creador del universo y el hombre su mayor creación que, en su vida terrena, tiene que vivir según las enseñanzas de Dios y, será juzgado a su muerte, por dichas acciones. Esto establece que el principio de libertad y libre determinación, es común a las tres religiones, pero la inspiración divina a solicitud, no es dada a una persona, para normar coercitivamente, la conducta de otros, razón por la cual, la inspiración divina, para dirigir el destino material de una nación, no es del plan de Dios. Dios quiere que la conducta colectiva de una nación, parta desde la conducta individual, hacia una intención común, para formar un orden humano armónico.
Con el Derecho – basado en los principios universales de justicia – se han construido los conceptos de Bien Común y división de Poderes, para permitir que el interés social común se manifieste y, que el equilibrio de poderes, sirva de reflexión social o, de control orgánico, como lo puede hacer la reflexión sobre un acto, pero a cargo de la Ley, como expresión general de la moral, basado en los principios divinos, aplicados en una estructura supraindividual, con capacidad coactiva.
Cuando un presidente, tuerce y viola el Derecho, a complacencia de la institucionalidad nombrada a su criterio, es prueba de que está dispuesto a todo, por el poder, por lo que la corrupción y la alianza con el crimen organizado, es sólo un medio de lograr su objetivo.
Si lo vemos desde quienes piensan que el hombre está sujeto a una evolución y perfeccionamiento, necesita de la libertad, dentro de una convivencia reglada (Derecho), la dirección o voluntad absoluta de un dictador, es incompatible, pues el libre albedrío, desaparece: su voluntad llega, hasta donde el dictador, permita.
Cuando una sociedad, tolera a un dictador, la misma dictadura se vuelve un pecado con su castigo, aunque el pecado y el delito, por su naturaleza, son individuales, sirve para explicar un fenómeno de acción y reacción, pues la acción provoca la reacción o sea, la destrucción de la libertad y la separación de poderes, provocara la destrucción social, ya sea para librarse de este yugo o, por acción directa del Dictador.
El régimen de excepción perpetuo y el creciente número de presos que no son mareros, es prueba de ello. La negociación con las pandillas, para un triunfo electoral, acarreó el régimen actual: el colapso económico que se avecina, como consecuencia del autoritarismo y destrucción de la contraloría de poderes y el ocultamiento de gastos públicos, que han hecho que se pierda la confianza del extranjero. Solo prevalecen los intereses personales del Dictador y el Bien Común, desaparece.
Amarga medicina prometió Bukele, pero es una medicina de sus intereses, que esta matando a El Salvador.