Dos grandes errores han cometido quienes han querido enfrentarse a Bukele. El primero ha sido hacerlo de forma individual, haciendo parecer que solo desean arrebatarle su protagonismo político. El segundo error tiene que ver con ir a la batalla sin un proyecto a la altura de los nuevos tiempos. Unos, por lo general, han apelado a la defensa de la democracia, la institucionalidad, la libertad.
Por: Dr. Emilio Delgado Chavarría*
Otros insisten en reconstruir una nueva izquierda sin tener muy claro qué de novedoso aporta esa izquierda. En lo personal creo que en estos tiempos resulta complejo hablar de una izquierda como teoría política, ya que sus correligionarios no han desarrollado nuevos planteamientos. Desgraciadamente, no hubo teóricos que renovaran el pensamiento de los grandes marxistas, aunque me reservo a Antonio Gramsci, el pensador italiano sigue tan vigente que tanto intelectuales de derecha como de izquierda recurren hoy todavía a sus ideas. Y es que la batalla donde debe librarse la nueva lucha política está precisamente en el espacio de la cultura, pero sobre este asunto me dirigiré en próximas entregas.
Desde mi punto de vista, leer el mundo en clave de izquierdas y derechas ya no resulta útil. Las sociedades actuales se dividen entre aquellas que tratan de resolver sus problemas de forma dictatorial y las que aún siguen apostando por sistemas democráticos. Dicho de otra manera, la lucha moderna ya no se establece en términos de izquierdas y derechas, sino entre democracias y sistemas autoritarios. Ante esta esta forma de entender la realidad política cabe preguntarse: ¿qué hacer?, ¿qué haremos aquellos que rechazamos las dictaduras?, ¿qué haremos quienes pensamos que un gobierno autoritario no es la salida a la pobreza material y espiritual de sociedades como la nuestra?
El primer desafío que enfrentamos es construir un proyecto político que no se deje estigmatizar por las categorías políticas tradicionales. Estas dos cosmovisiones tienen aún sentido porque todavía se sigue entendiendo a la izquierda como sinónimo de defensa de los derechos humanos y la justicia social (recientemente también incorporaron como valor la democracia). En lo que respecta a la derecha, a grandes rasgos se la vincula con orden y progreso económico. Ahora bien, estos conceptos son insuficientes para reelaborar una teoría política, pues representan ideologías que jamás llegaron a realizar plenamente aquello que profesan. Recordemos que el comunismo, en todas sus variantes, nos dejó experiencias de países fuertemente represores y dictatoriales, y el capitalismo, por su parte, ha generado riqueza abundante a costa de la destrucción de los estados de bienestar en los países del primer mundo y la promoción indirecta de estados fallidos en lo que respecta a los países pobres. La imposibilidad histórica de ambas ideologías, sumado al remanente de lo positivo que cada una representaba, las ha convertido en “significados vacíos”.
Con esto me refiero a que la idea mayor que sostiene una ideología, una sociedad sin clases para el caso del comunismo y un progreso económico ilimitado para el capitalismo se perdió históricamente. Un significante vacío es un signo que ha perdido su referente, es el eco de algo que una vez estuvo vivo y se encuentra en espera de volver a construir su referente para recuperar así, nuevamente, su significado pleno y renovado.
El devenir de una ideología en significados vacíos explica por qué los populistas pueden utilizar un vocabulario de izquierdas o de derechas según las circunstancias políticas que mejor les convengan. Entiéndase bien que la utilización de significados vacíos en política no es necesariamente algo negativo. Si es una estrategia que les funciona a los populistas, ¿por qué no pueden emplearla sus adversarios?
Dicho esto, surge la siguiente duda: si aspiramos a la construcción de un proyecto político alterno a los populismos y pretendemos además emplear sus estrategias, ¿cómo nos diferenciamos de ellos? La respuesta está en el proyecto político, que debe desembocar en la construcción de un partido. Uno de los problemas característicos de los populismos es que basan su liderazgo alrededor de una persona: el líder carismático. Este tipo de liderazgo está destinado a desaparecer tarde o temprano, y cuando esto sucede todo lo de su alrededor también se hunde.
Max Weber ya hablaba de la dificultad para encontrar reemplazo en los partidos que dependen de líderes carismáticos, porque su sustitución implica la muerte simbólica del mesías político. Proponemos entonces que este carisma pase a un grupo, a un colectivo, a un partido. Todos y cada uno de los miembros de este partido deben poseer un carisma, de manera que el líder solo sea el reflejo del ideal de cada uno de los miembros del partido. ¿Y de qué manera se crea el carisma en un colectivo?
Ciertamente, en los últimos tiempos los partidos políticos no gozan de buena reputación, seguramente, entre otros factores, por concebirse, en su mayoría, como máquinas para ganar elecciones. No obstante, un partido es mucho más que eso, es la formación política de sus integrantes y, sobre todo, es respeto por la institucionalidad propia del partido. La educación política al interior de estos nos permite y garantiza que cualquiera que ocupe la jefatura siga la senda estipulada por el proyecto; y la obediencia a rajatabla de la institucionalidad partidaria nos asegura que el mejor de sus militantes ocupe el máximo cargo en la organización. Estoy convencido que la única forma de vencer la voluntad de un hombre es la voluntad organizada de un colectivo, porque la vida de un hombre es finita, mientras que las ideas que radican en la razón y el corazón de los muchos trascienden en el tiempo.
* Emilio Delgado Chavarría es doctor en Teoría Literaria por la Universidad Autónoma de Madrid (España) y máster en Tecnologías de la Educación por la Universidad de Poitiers (Francia). Ha sido profesor universitario en España y universidades centroamericanas. Es autor del libro Teoría de la Novela Latinoamericana (2021), publicado en la Editorial Sindéresis (España).