El hijo del hombre más rico de Asia se casa y su padre le ha regalado una fiesta de preboda. Ha actuado por siete millones de dólares, y han bailado las estrellas de Bollywood.
Por: Víctor García Guerrero
Mark Zuckerberg y Bill Gates también han estado. Y Jared Kushner y su esposa, Ivanka Trump. Mukesh Ambani, el padre del novio, sale en la foto junto a la hija del expresidente de Estados Unidos. Sonríe con dentadura blanco brillante, un «blanco que no existe en la naturaleza», según los estetas. La opulencia se refleja en dientes y pies: el dinero da la libertad para correr y reír.
La fiesta de los Ambani ha costado 140 millones de euros, calcula el londinense Daily Mail. Solo el catering, 24 millones. La prensa británica está asombrada con el despliegue de riqueza en la antigua colonia: chefs traídos de los cinco continentes, 500 platos diferentes para tres días de ágape, y aún más derroche previsto para el bodorrio, en el mes de julio, en Bombay. Tal vez entonces reparen en que la ciudad donde los Ambani tienen una casa de 40 plantas con helipuertos, teatro y habitación con nieve, viven también cuatro millones de pobres sin agua ni electricidad: los slumdog millonaires no están invitados.
Mukesh Ambani ya nació rico. Su padre Dhirubhai, el fundador de la dinastía, tiene hasta un sello. Hizo fortuna con el poliéster y luego Reliance Industries ha terminado siendo la mayor empresa privada de la India. Hace dinero de prácticamente todo: petróleo, gas, comercio minorista, telecomunicaciones, medios, ocio y textil. También tiene su pequeño ejército privado. Reliance Global Corporate Security: salvaguardar la riqueza económica de la India, dice su lema. Proteger el dinero es la prioridad del que lo tiene. La bolsa es la vida.
Reliance Industries es la dueña de la mayor red inalámbrica de datos del país que más wifi consume del mundo. Ese tráfico de intimidades, secretos y vidas es lo que paga buena parte de la ostentación de los Ambani en una India de la que sólo quedan los rituales de la democracia, dice Arundhati Roy: el uno por ciento de la población posee el cuarenta por ciento de la riqueza, y 700 millones de personas tienen que repartirse el tres por ciento de lo que queda. La rabia de la miseria se está canalizando hacia el nacionalismo y la xenofobia con la bendición de un Occidente que necesita ponerle murallas a China, mientras se maravilla, diría Sancho, con los linajes del tener. Son ellos los que deciden sobre qué días tiene jurisdicción el hambre de los otros.