UNA PIÑATA MORDAZA.

POR: TOÑO NERIO.

En febrero de 1990, en unas elecciones que dejaron estupefacto a todo el mundo, pero principalmente a Daniel Ortega y a la Dirección Nacional del Frente Sandinista, Violeta Barrios viuda de Chamorro resultó la indiscutible vencedora en la carrera hacia la presidencia de la República de Nicaragua.

En únicamente dos meses Ortega tenía que hacer las maletas. Pero lo fundamental era dejar sentadas las bases para el retorno al poder del partido Frente Sandinista. Tres cosas tenían que asegurarse porque eran imprescindibles de acuerdo con esas expectativas: la gente, la infraestructura y el capital.

Para afianzar a las personas era necesario garantizarles la subsistencia fuera del aparato estatal, indemnizarlas por sus servicios, entregándoles en propiedad las viviendas que habían estado ocupando hasta ese día, repartiéndoles tierra agrícola y ganadera con sus respectivos hatos, cambiando los antiguos carritos Lada, de uso gubernamental y fabricación soviética, por unos nuevecitos y en propiedad personal, además de una compensación en efectivo o una pensión de retiro para los de mayor edad. Se privatizaron empresas que hasta entonces habían sido del Estado, grandes extensiones de tierras, cuentas bancarias y muchas otras cosas.

En abril, cuando doña Violeta asumió el cargo, la vorágine de privatizaciones no tuvo otro remedio que cesar. Aquel periodo de dos meses se recuerda como La Piñata.

Tres décadas más tarde, en El Salvador, Nuevas Ideas -el partido en el gobierno- estaba sufriendo las sordas convulsiones de unas luchas intestinas entre individuos que consideraban tener condiciones y derecho para sustituir al Capo, en caso de que fuera separado del puesto de presidente de la República, por su inconstitucional pretensión de reelegirse y por los nubarrones derivados del destape de sus relaciones con las mafias del crimen organizado internacional.

Diputados, asesores, alcaldes fueron destituidos y encarcelados. Algunos “traidores” solo salieron de prisión para ser sepultados, hoy, otros esperan su final predecible.

El resto entendió la advertencia: quedaba claro que cualquiera que no controlara sus ambiciones iba a acabar mal, muy mal, porque de esa pandilla nadie se sale con vida; y que el premio para los sumisos que aceptaran sin una protesta su destino era el regalo invaluable de un tiempo adicional de vida y de libertad y, quizás, hasta una buena propina en efectivo.

De ochenta y cuatro diputados se recortaron a sesenta las curules. De doscientas sesenta y dos alcaldías, se redujeron a cuarenta y cuatro. Solo en ese machetazo se

fueron al diablo unas doscientas treinta plazas de las que tienen los salarios más jugosos de la República y las que son de mayor valor para el tráfico de influencias.

Con cada una de las veinticuatro curules barridas se estarían esfumando unas doscientas plazas de “asesores” y centenares de plazas de auxiliares, como son las asistentes secretariales, los choferes, guardaespaldas, telefonistas, mensajeros, técnicos en computación, señoras del café y las de la limpieza, etc., que entraron a la Asamblea Legislativa tras cada diputado bukelista, incluyendo pandilleros de la MS.

Y con cada municipio que fue “desaparecido” de la división administrativa de la República, se fueron al carajo –para usar la palabrita libertaria de Milei- doscientas dieciocho fuentes de empleo para miles de concejales y decenas de miles de servidores públicos que habían capoteado la amenaza de despido cada vez que cambiaba la correlación de fuerzas partidarias en la cúpula de la alcaldía.

Hoy la amenaza de despido no es porque hubo cambio de partido. La realización de la pérdida definitiva del puesto de trabajo y de las prestaciones laborales y hasta de la esperanza de recibir una pensión al final de la vida laboral, desaparecieron de un solo plumazo, porque bukele mandó la orden de liquidar los doscientos dieciocho municipios con todo y los servicios que prestaban los gobiernos locales a la comunidad.

En el centro de mando tenían claro que la reducción y concentración era condición sine qua non para mantener el poder y concentrarlo, aunque en esa operación tuvieran que sacrificar a los descartables. Por eso era imprescindible actuar con la mayor rudeza para que nadie sintiera deseos de expresar algún descontento: el asesinato de Alejandro, íntimo y viejo amigo de bukele, unos días antes de las elecciones, iba en esa dirección. Ni los amigos más cercanos están a salvo, solo mientras son útiles.

Ahora todo mundo sabe dentro del partido que nadie es imprescindible y que todos son solamente instrumentos de uso con fecha de vencimiento –y precisamente porque todos los que no son del parentesco más íntimo saben eso-, a bukele no le ha quedado más remedio que tratar de complacer a los que todavía considera unos siervos útiles, porque todavía los va a necesitar por más tiempo.

Y para ellos organizó una piñata antes de las elecciones de febrero y marzo. Decidió que un banco estatal llamado Hipotecario aprobara créditos por valor de millones de dólares para que sus empleados cerraran las bocas y calmaran sus ansias…

Franklin Martínez es una persona que, como muchísimas otras en El Salvador, tiene un espacio permanente en las llamadas “redes sociales”. La diferencia entre el espacio de Franklin -que él bautizó como El Barcito-, es que ahí se toman en serio el abordaje de los temas y no de la manera chabacana e insultante en que lo hace la mayoría que satura con desinformación y mentira el “ciberespacio”.

Por ello en El Barcito los invitados son aquellos que mejor conocen los temas y quienes los abordan como profesionales, celosos de cuidar su prestigio, labrado por años de ejercicio como científicos, periodistas, académicos, etc. La opinión sosegada, informada y sin estridencias de los participantes, ayuda a comprender mucho mejor ese proceso que se desarrolla en el país y, sobre todo, a perfilar los rasgos más definitorios que en el mediano y largo plazo caracterizarán a esa construcción social.

Y como en un país tan chiquito como El Salvador todo mundo se conoce y cualquiera es pariente de alguien metido en los partidos políticos, sobre todo cuando llegan al gobierno que es cuando les aparecen parientes en cualquier esquina, es imposible que un secreto dure mucho tiempo. Bien dice el dicho “pueblo chico, infierno grande”.

El pleitecillo por unos alijos de droga circulando por los pasillos legislativos entre los diputados del partido de bukele, sacaron a la luz pública la guerra fratricida que se desarrollaba y, probablemente, algún resentido habló como al descuido acerca de unos préstamos sospechosos que se estaban repartiendo en el Banco Hipotecario.

Los periodistas de investigación, que son verdaderos cazadores, pronto olfatearon a su presa y fueron hasta la cueva.

Cuando se reveló toda la porquería, resultaron unas escandalosas e imposibles cuestiones, absolutamente inexplicables, para una institución financiera normal, que cumple con la finalidad de la banca en cualquier país y en cualquier tiempo.

Por ejemplo: los empleados públicos que llegan a esa condición por un proceso electoral tienen un salario que depende de su suerte como político, o sea, pende de un hilo o, como se dice, anda en alas de cucaracha. Por esa razón, cualquier institución bancaria, de mediano talante serio, considera ese riesgo y se cuida de no otorgar préstamos cuya recuperación se pueda prolongar más allá del tiempo de duración del prestatario en el cargo para el cual fue elegido. El día que deje el cargo y salga del presupuesto, dejará de pagar sus deudas. Ese riesgo acarrea las tasas de intereses más altas.

Un diputado actual, cualquiera, del partido de bukele, es una persona que antes de serlo no era prominente en ningún campo de la vida. Todos, o por lo menos la mayoría, tuvieron por primera vez en su vida un empleo y, más aun, un salario superior al del promedio de la población trabajadora normal, que es un poco más de quinientos dólares. Ninguno, o casi ninguno, tenía bienes inmuebles, negocios o vehículos, en propiedad que puedan servirles como garantía prendaria ni en Banco Azteca, donde se aceptan hasta los colchones y refrigeradores usados.

Cuando les depositan a los diputados cada fin de mes sus salarios ya les han recortado las deducciones, que van desde la cuota “voluntaria” para el partido, la aportación para

el seguro social, la cuota para su retiro, el impuesto sobre la renta, etc. O sea que, de los cinco mil dólares del sueldo neto, solo perciben unos tres mil quinientos. Y el tiempo de duración del contrato como diputado es de treinta y seis meses. Ni un día más, si no se reelige. Todas las percepciones, pues, alcanzan a ciento treinta y seis mil dólares. Ese es el monto máximo por el que se puede comprometer a la hora de solicitar un préstamo. Y eso si no come ni paga servicios ni se compra un par de calcetines ni se corta el pelo. Ya se sabía que el 30% de los que eran diputados no iban a tener trabajo desde el 1º de mayo de 2024, por el recorte de curules que ordenó bukele para concentrar su poder.

Pero el dadivoso Banco Hipotecario administrado por un empleado de bukele hizo préstamos a estos asalariados del Estado a pocos meses de que finalice su contrato este 30 de abril.

Por ejemplo: a Ernesto Castro 2 préstamos (60 mil y 51 mil dólares); a Suecy Callejas (210 mil); Walter Alemán (115 mil 300); Lorena Fuentes (79 mil); Tania González (425 mil); Edgardo Mulato y Alexia Rivas (252 mil mancornados); Saúl Mancía (111 mil); Walter Coto (119 mil 600); Estuardo Rodríguez (70 mil); Amílcar Saldaña (45 mil); Héctor Sales (99 mil)

Todos esos son diputados que se han opuesto rabiosamente a que el personal de salud y educación pueda recibir los míseros aumentos salariales que por Ley de Escalafón y los bonos les corresponden. Han sido fieles a su dueño, por eso se les paga el silencio.

Piñata mordaza.

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