Los cinco días de silencio que el mandatario español pidió para decidir su continuidad en el poder fue un gesto teatral cuyos efectos están por verse. ¿Qué lo llevó a esta decisión?
Por: Manuel Alcántara Sáez*
El teatro de la política
No hay que ignorar el grado de teatralización que tiene la política. Por mucho que se quiera darle una trascendencia casi sagrada, hay varias facetas de su desarrollo que banalizan su ejercicio dotándolo de un carácter más prosaico.
Desde la antigüedad, la política ha tenido un carácter teatral. Incluso el lugar por excelencia donde sesiona el Legislativo desde finales del siglo XVIII se parece a un coliseo, con hemiciclos, con la tribuna de oradores, el proscenio directivo, los asientos o escaños para los miembros y la grada para el público. Esto mismo sucede en el poder judicial.
La irrupción de los medios de comunicación en el siglo XX como la radio y la televisión, sin dejar de lado el cine, acentuó el carácter histriónico de la política. Además, la publicidad, incorporada como un mecanismo sutil de información-manipulación en la sociedad de masas potenció dicho carácter.
Sin embargo, lo que aconteció en España a finales de abril fue inédito.
El sistema político español
La política española tiene un sistema parlamentario diseñado tras la transición democrática que gestó la Constitución de 1978. Según esta, la Cámara de diputados elige al presidente del gobierno al que se le concede el poder de disolverla a discreción, convocando nuevas elecciones. Asimismo, el presidente puede convocar una moción de confianza para someter a votación la continuidad del ejecutivo.
Por el otro lado, la Cámara puede convocar una moción de censura contra el presidente del gobierno en cualquier momento, para la cual debe presentarse una candidatura que resuelva la alternancia en el poder en el caso de que dicha moción triunfe. Todos estos mecanismos han sido usados en diferentes ocasiones a lo largo de casi 46 años.
Además, la polarización no es inédita en la política española. Posiblemente el mayor encono fue en el tramo final del gobierno de Felipe González, en 1993, cuando el líder de la oposición, José María Aznar, hizo famoso el eslogan de “¡Váyase, señor González!”. Este escenario se mantuvo con diferentes intensidades durante las presidencias de José Luís Rodríguez Zapatero y de Mariano Rajoy.
En este contexto, el actual presidente del gobierno, Pedro Sánchez, se dirigió a la ciudadanía mediante una carta pública informando que iba a tomarse cinco días para reflexionar sobre su futuro por el escándalo que involucra a su esposa, acusada de tráfico de influencias por los que supuestamente habría intermediado en favor de dos empresas en expedientes en los que el gobierno terminó tomando decisiones.
«Esta decisión de tomarse cinco días para “parar y reflexionar” fue original y su pretensión de humanizar la política fue loable. Pero conviene preguntarse cuál fue la intención detrás de este acto teatral».
Frente a estas acusaciones, el mandatario exigió “respeto” y “dignidad”, así como atención a “principios que van mucho más allá de las opiniones políticas y que nos definen como sociedad”.
Esta decisión de tomarse cinco días para “parar y reflexionar” fue original y su pretensión de humanizar la política fue loable. Pero conviene preguntarse cuál fue la intención detrás de este acto teatral.
Tres hipótesis
Hay tres interpretaciones principales del silencio de Sánchez.
«Las tres opciones son plausibles y acordes a la figura de político frío, calculador y dotado de una enorme capacidad para maniobrar y establecer alianzas que Pedro Sánchez ha construido a lo largo de la última década».
La primera propone que, frente al cambio en las autoridades de la Unión Europea y al deterioro de la imagen de Ursula von der Leyen, Pedro Sánchez está poniendo el punto de mira en su lícita ambición para conseguir la presidencia europea para lo que cuenta en teoría con el apoyo de los gobiernos francés y alemán.
La segunda especula sobre la inmediata disolución del Congreso con la convocatoria de elecciones generales aprovechando el posible tirón que recibirán los socialistas en las elecciones catalanas de mediados del mes de mayo. La tercera considera que todo ha sido un golpe de efecto para cerrar filas en torno a sus seguidores y poner a la oposición entre la espada y la pared.
Las tres opciones son plausibles y acordes a la figura de político frío, calculador y dotado de una enorme capacidad para maniobrar y establecer alianzas que Pedro Sánchez ha construido a lo largo de la última década. Como es sabido, la tercera interpretación cerró un breve periodo de especulación intensa en el que el mandatario logró capturar la atención mediática de buena parte del país que viene mostrando desde hace tiempo un desapego notable con la política. Pero también despertó a las filas de sus votantes y seguidores y, en contrapartida, alentó el enfado habitual de la oposición.
En este último sentido, el nivel de la polarización emocional, tan presente en los últimos años, no va a disminuir. Aunque sí es posible que se refuerce el realineamiento en torno a la figura de Sánchez con la consiguiente ampliación de la personalización de la política tan en boga en la actualidad. La paradoja del caso español es que se da en un escenario de enorme fragmentación del sistema de partidos donde son las formaciones de corte identitario nacionalista las que brindan el apoyo decisivo al presidente para mantenerse en el poder.
La denominada por la oposición “coalición Frankenstein” no funciona tanto en el gobierno, aunque esté sostenido por ella, sino en el ámbito legislativo. Se viene articulando por una extraña combinación de partidos que son opositores en su circunscripción autonómica pero que juntan sus esfuerzos en el ámbito estatal para impedir cualquier progreso del Partido Popular y de VOX. Es el caso de Bildu y del Partido Nacionalista Vasco.
Durante el próximo mes y en paralelo a las dos citas electorales, se verán los efectos del teatro de Sánchez para movilizar a su electorado para que acuda a las urnas.
En Cataluña, los socialistas del PSC son la primera fuerza de acuerdo con los sondeos siendo Salvador Illa —ministro de Sanidad en el gobierno español durante la pandemia— el probable próximo presidente con el apoyo de Esquerra Republicana de Catalunya y el universo de la izquierda fragmentada.
En cuanto a las elecciones al Parlamento europeo en donde la proporcionalidad es máxima, la posibilidad de que el PSOE fuera la fuerza más votada daría un balón de oxígeno al actual gobierno. De ese modo, el gesto teatral de Sánchez habrá sido un éxito con creces. Queda por conocer si la apelación “a la conciencia colectiva de la sociedad española que vive un buen momento económico y respira paz social” tendrá los efectos esperados en el largo plazo.
*Politólogo español, licenciado y doctor en Ciencias Políticas y Sociología en la Universidad Complutense de Madrid, profesor emérito de la Universidad de Salamanca y profesor invitado en la UPB de Medellín.